Cuando llegan estas fechas navideñas, en mi numerosa familia lo que más quebraderos de cabeza nos ocasiona es el regalo de nuestros padres.
Mi madre hace ya unos cuantos años que nos dijo: "No quiero ni un regalo más. El dinero que os vayáis a gastar se lo dais a los pobres". Y mi madre no dice estas cosas con la boca pequeña, así que llevamos todo este tiempo camuflando sus regalos como cositas para la casa que nos gusta que estén ahí, como si fueran caprichos nuestros, en definitiva. Y ya con los pobres, cada uno y cada una que haga lo que considere.
Mi padre, con sus noventa años, dice que tiene ropa y calzado para otra vida más, botes de colonia para perfumar a todo el barrio y calcetines y corbatas en la misma proporción. Fumar no fuma y beber no bebe. Nada de dulces para que no le suba el azúcar. Libro electrónico ya le regalamos cuando la pandemia. Lo último, fue un aparato de música para que escuche con calidad a María Dolores Pradera, a Rocío Jurado y sus zarzuelas favoritas y una freidora de aire para que coman sano.
Más de quince días llevábamos dándole vueltas al tema cuando, en una de nuestras videollamadas de hermanas (mis hermanos nos dejan hacer y siempre se fían de nuestro criterio), Marta, la pequeña, nos anunció toda triunfal que había dado con el regalo perfecto: "Les he pedido a los papás una Alexa". Así, de entrada nos quedamos las demás algo perplejas. Después nos dio la risa imaginando a mis padres hablando con un altavoz 'inteligente'. De pronto no lo veíamos, pero pensando, pensando, se nos empezaron a ocurrir un montón de utilidades que harían la vida de nuestros padres más fácil y divertida: podrían consultarle el tiempo que va a hacer, pedirle ayuda con los crucigramas, preguntarle la hora o un dato que se les ha olvidado, solicitarle cualquier tipo de música, un chiste para alegrarlos un poco, una receta de cocina...
En fin, que como la cosa ya estaba hecha, no quedaba más que esperar a que papá Noel llegara con el artefacto, porque no teníamos la suficiente paciencia para esperar a los Reyes Magos.
El día de Navidad Alexa ya estaba más o menos configurada, cuando mis padres se levantaron. Se quedaron mirando al pequeño aparato mientras cada uno de los hijos e hijas que estábamos por allí le dábamos órdenes a esa moza tan educada que nos atendía con su mejor voluntad.
Nos dio la temperatura que hacía en Molina de Aragón, eso sí, en grados Farenheit. Nos contó un chiste malísimo sobre unos espaguetis. Nos recitó un poema de Juan Ramón Jiménez. Nos puso música clásica... Y, cuando la pusimos a prueba, a ver si podía acompañar a mi madre en sus oraciones, nos dijo que no estaba programada para rezar, pero nos redirigió a un Santo Rosario con todos sus misterios de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Todos estábamos pendientes de la reacción de mis padres ante tamaños prodigios de la modernidad. Mi padre nos dio las gracias con una sonrisilla, pero sin ningún aspaviento. Vamos, como suele recibir sus regalos. Mi madre repitió lo de siempre: "Para qué os gastáis el dinero". Y nosotros: "Si esto no es para ti, es para la casa". Pero en el fondo, creíamos que eso de que la tal Alexa le sirviera para rezar a mi madre le iba a encantar. Por fin habíamos dado con el regalo perfecto. Estábamos seguros de que ella, que es una mujer con muchos recursos, acabaría por sacarle partido al aparatejo. ¡Qué ilusos!
Al día siguiente, durante la comida, nos dijo muy seria:
-He pensado que voy a sortear entre todos el cacharro ese de la moza que habla.
-Pero mamá, con la de cosas que puede hacer. Y lo fácil que es
- ¿Fácil? ¿Alexa? Si con todos los que sois me cuesta atinar con el nombre, como para acordarme de una más.
Pero en mi familia no nos rendimos tan fácilmente. Ya estamos redactando un escrito dando buenas razones al dueño de Amazon, Jeff Bezos, para que en adelante, a las Alexas que fabrique, las llame Maripili, en honor a mi madre.
Asun Perruca. Escritora