Virgencita, que me quede como estoy

Publicado por: Asun Perruca
27/01/2025 12:16 PM
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Aquí vamos, al final de la cuesta de enero, con el bolsillo más ligero y el estómago más pesado, harto de digerir atracones de distinta índole. Y es que en las fiestas navideñas no solo nos atracamos de dulces y grasas.

 

Acabamos empachados por exceso de luminaria, papanoeles y ruido sabanero, de escaparates y anuncios que nos incitan a comprar más de lo que necesitamos y de películas donde una se harta de llorar ficciones, quizá porque lleva todo el año reprimiendo lágrimas por lo que ocurre en el mundo real.

 

También arrastramos el empacho de esos parientes enteraos que existen en cada familia. Esos que protagonizan todas las conversaciones, porque saben de todo: igual te dan la receta exacta de la paella murciana, que te hablan sobre la empresa que lanzará drones a la estratosfera desde el aeropuerto de Teruel.

 

En Nochevieja y Año Nuevo nos empachamos de pronunciar y recibir los mejores deseos de felicidad para el 2025. Y hasta parecen sinceros. Pero… oye, por mucho que nos prodiguemos deseando la felicidad ajena, seamos sinceros: nos chincha cuando la lotería le toca a “ese”, o que “aquella” se pasee con un cochazo nuevo o que el/la pariente sabelotodo disfrute de unas vacaciones en Bali, o que el/la inútil de tu colega triunfe en su proyecto, cuando el tuyo es infinitamente mejor.

 

Hablando de sinceridad, a mí me deseó feliz año hasta mi banco, el mismo que te da un interés de mierda o te niega la hipoteca ante la más mínima duda de que puedas pagarla, mientras se embolsa cada año ganancias millonarias. Manda narices.

 

También en Año Nuevo nos llenamos de propósitos que están, más o menos a nuestro alcance, como dejar de fumar, aprender un idioma, rebajar los niveles de colesterol o perder unos quilitos. Y ya, lo que es más difícil de conseguir, se lo pedimos a los Reyes Magos.

 

En fin, que todos estos empachos se me han hecho bola. Bola gigante he de decir. Y la voy empujando por mi particular cuesta de enero, cual condenado Sísifo, aquel astuto rey de Corinto al que los dioses impusieron el castigo eterno de empujar una roca colina arriba por intentar engañar a la muerte.

 

Y mientras empujo me da por pensar en la felicidad y en los diversos significados que esta palabra puede tener para cada cual. Así que echo mano de mi extensa familia, digna representante de la clase trabajadora española, para lanzar la pregunta en el grupo de whatsapp: ¿Qué deseo cumplido te haría más feliz en el 2025? No valen cosas imposibles o muy poco probables, como que te toque la lotería, que se acaben las guerras o que baje el precio de la vivienda.

 

La más rápida en contestar es mi sobrina I, a la que le gustaría organizarse mejor para estar con todos sus seres queridos y viajar a algún país.

 

Siguen mis hermanas A y E deseando un viaje con su familia.

 

Mi hermano R pide un trabajo más cerca de casa y sin atascos, para poder estar más tiempo con su familia y mi hermano U desea salud para toda la familia.

 

Mi sobrino A quiere que su primo J le dé un sobrino y mi sobrino J lo que desea es poder comprarse un piso. Eso de darle un sobrino al primo ya se verá.

 

Mi sobrino F desea pegarse un año sabático.

 

Mi hermana M quiere un trabajo estable, bien remunerado y con más vacaciones.

 

Mi hermana C duda entre jubilarse o tener un nieto.

 

Mis padres hace tiempo que no piden nada para ellos. Su deseo es que todos sus descendientes tengamos salud, un trabajo que nos guste , una vivienda decente y que nos llevemos bien.

 

Mis hijos desean también viajar mucho, con amigos o familia. Lo de tener casa propia ni se lo plantean.

 

Me viene a la memoria aquella canción de los 60 de Cristina y los Stop. Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor… Al final, todo lo que deseamos se consigue con esas tres cosas, aunque según edad o circunstancias priorizamos una u otra.

 

Luego están quienes no piden nada, como mi hermano L y mi sobrina A, que coinciden en aquello de virgencita, que me quede como estoy. Esto es más o menos lo que decía Sócrates, pero expresado de una forma más rotunda y católica.

 

Y pensando en eso de ambicionar poco para ser más feliz me acuerdo de una película de 2019, de esas que te dejan huella: Lunana, un yak en la escuela. Su director, el butanés Pawo Choyning Dorji, consiguió una nominación al Óscar de habla no inglesa. Es la historia de un maestro de Bután (el país considerado el más feliz del mundo) que sueña con ser cantante en Australia, pero el gobierno le envía a hacer un año de servicio obligatorio a Lunana. Esta comunidad, en pleno Himalaya, es probablemente la más aislada del mundo. Hay que caminar ocho días para acceder a la carretera o pueblo más cercanos. Para el joven maestro su nuevo destino, donde no llega la ni la cobertura de los móviles, es un verdadero reto.

 

Recuerdo de esa película la belleza de los paisajes, la alegría de sus habitantes, su vida sencilla y una frase que, como maestra que he sido hasta mi reciente jubilación, me llegó al alma: los maestros pueden tocar el futuro.

 

En fin, que ya me voy acercando al final de la cuesta con mi cargamento y todavía no he formulado un deseo para este nuevo año. Esperaré a llegar a la cima, justo después de soltar la enorme bola y que vuelva a bajar rodando por la colina. Después daré las gracias a la vida por todo lo que todavía tengo y entonces… creo que me sumaré a la parte más socrática de la familia y rezaré en las alturas: Virgencita, que me quede como estoy.

Asun Perruca. Maestra y escritora.

 

 

 

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