Un sarpullido permanente. A pesar de que hayamos puesto de manifiesto el fariseísmo (¿bienintencionado?, pero de buenas intenciones está el infierno lleno) de Las Casas, que está en el origen.
Juan de Zumárraga, Obispo de México, era su metaverso pero, teniéndole tan cerca, al frailecico tonsurado que miraba cabizbajo al suelo, digo, y siendo Zumárraga casi confidente del Emperador Carlos, no lo advirtió. Zumárraga, de Durango 'villa aforada' y entusiasta del dicho hispánico-castellano "plus ultra" (tan asumido en Vasconia, recuérdese: Elcano, de Guetaria, también era medio vasco Núñez de Balboa, y luego los Aguirre, Etcheberria, Iturbide… y cuantos, con una causa o excusa, hacían suya la cancioncilla que casi se sobrentiende Amerikara noa ere nere borondatez, hemen baino habeto izateko ustez....; en dos palabras, "me voy allende la mar tras la fortuna") hizo 'cosas', donde los aztecas.
El gran Juan de Zumárraga. Llevó la imprenta, algo tan novedoso incluso en la vieja Europa, para todo el Nuevo Mundo, fundó la primera biblioteca de América para ilustrar a los indígenas (mosaico de lenguas a las que se traducía nuestra cultura castellana, obviamente superior en nivel y finura a aquellas obras,en más de medio milenio, al menos), creyó y acogió paternalmente, con y como autoridad, al indio Juan Diego, prototipo del alma popular y que le confiaba el milagro, inexplicable, claro, de las 'rosas de Tepéyac', en torno al cual se erige el dogma social masivo de la Virgen de Guadalupe. Fue nombrado por el césar Carlos, este vecino de Durango y arzobispo del México de la laguna, que tenía con la población el mismo diálogo diario que Hernán Cortés por medio de su 'malinche de Potonchan', la indita que ara su 'engua', fue nombrado, repito, "Protector de los Indios", para lo que solo hacía falta la simple aplicación de las leyes metropolitanas, no más, que son desde sus principios de una claridad meridiana, les invito a releerlas: un aborigen tiene el mismo valor que un vecino de Cuéllar, ambos son simplemente hombres.
A esta última tarea, de protección ojo de halcón a los 'ciudadanos nativos' incorpora Zumárraga ingenuamente al P. Las Casas (a quien, documentadamente, yo dejo en cueros en entregas anteriores de este relato). Y el citado padrecito Las Casas, además del 'no está ni se le espera' cuando la rebelión triunfante del cacique Enriquillo en La Española, Santo Domingo, en busca de la justicia, que finalmente encontró, se dedicó a ignorar la labor pro indígenas de su mentor, y a divulgar barbaries de ciertos 'encomenderos', sin identificar ni un solo atestado contra los castilian casados con nativas y cultivadores de los llanos de la Guadalajara que exalta el 'corrido' mestizo; a pesar de que en derecho penal es principio básico que todos somos inocentes mientras no se prueben nuestras culpas, la carga de la prueba -y más cuando se está denigrando a todo un pueblo, que ha hecho casa común y practicable, al Planeta Azul nuestra España-corresponde al acusador.
Creo yo, y digo ahora, que aquél delicadamente serio y recio dignatario de la Iglesia, el citado Zumárraga quien, como su tocayo Juan, era inflexible con la verdad y comienza su Evangelio con un rotundo "en el principio existía la Palabra, y la palabra era Dios", es decir la verdad, tenía que haber corrido a bonetazos y collejas a su colaborador y subordinado, el tal Las Casas, que tanto le desvirtúa en su obra, taimadamente, por supuesto. Porque fray Bartolomé, el dominico, es la fuente, la nuez, la materia prima de nuestra 'leyenda negra' (por cierto: repaso y no tengo memoria de que ninguna nación, salvo la España 'eje del mundo' según el catedrático, historiador y ensayista navarro-catalán Gregorio Luri, haya merecido el honor de una 'leyenda' no ya negra, pero ni siquiera morada).
Y hoy sigue alimentando la autoleyenda mentirosa y horra de citas -algo diremos- una 'izquierda intelectualmente paralítica' en pleno auge -paradójicamente- de la memoria histórica. Me fijo un momento -no merece más- en los dichos y hechos, y en la biografía, del ministro Urtasun ('el descolonizador') quien, según los archivos, es nieto de militantes activos del PSUC -no caracterizado ni por su españolismo ni por su serenidad ante el anarquismo catalán: él nació en Barcelona, donde la FAI, la CNT y otros grupos anarco-sindicalistas desengañaron a la gran Simone Weil, en 1937- pero su padre fue combatiente navarro en el bando nacional, en la Guerra Civil enconada, tres años de fratricidios mutuos. Con ese curriculum, José Mota diría al ministro socialdemócrata y descolonizador Urtasun aquello de "onde vienes, y aonde vas, los hemos visto tan descerebrados, pero no más".
La leyenda negra la tejió, a partir del frailecico (no creo que Urtasun y colegas simpaticen demasiado con el gremio clerical y mendicante), básicamente el complejo de inferioridad de los españoles que diagnosticó el psiquíatra López Ibor, aunque también dio pie la 'especialidad de la nación española'. Ciertamente, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se resquebrajan el sentido de unidad y creativo del Imperio con los últimos Austrias y la descomposición dinástica ulterior, nos desentendemos de 'las provincias felizmente mestizas' (nunca han sido 'colonias', recuerda y argumenta Ricardo Levéne, ya lo dije), las ultramarinas, carne de nuestra carne y espíritu occidental, del bueno, gracias a nuestra labor constituyente, en todo.
Alguien ha recordado que los territorios de ultramar habrían querido estar también en nuestra Constitución de 1812, la entrañablemente 'Pepa', que abrió 'otros tiempos' para España, después de la barbarie ilustrada napoleónica, a la que dio paso la traición afrancesada de Godoy, causante del 'motín de Aranjuez'. Desengañado de su esquema España-madre de naciones, Simón Bolívar, formado en nuestro país, quiso reproducirlo con 'el sueño americano', pero como relata García Márquez, la vida acabó enseñándole que ningún fracaso puede ser el último (¿qué pensaría si hubiese contemplado al Maduro de su patria chica, Venezuela, convertida en una satrapía y enemistada a muerte con Colombia?).
Nuestro complejo de inferioridad, una especie de depresión colectiva, fue el mayor excipiente para la leyenda negra, ahora estúpidamente rediviva. Pero hay algo más: la España de los siglos XV y XVI se movía en otros esquemas de valores que la Europa reformista. Esta última es la que prevalece en la actual CE. Su quintaesencia son los Países Bajos, el espíritu Bruselas. El valor cotizado no es la conformación de pueblos (ni siquiera de sí mismos), sino el comercio, con un trasfondo de declaración universal de los derechos humanos. España había sido el dique al islamismo, es decir a la disolución de todo posible Occidente por su flanco sur-occidental. Y además el 'plus ultra', precisamente en la misma orientación y sobre la mar ignota.
Desechada nuestra ensoñación espiritual-romántica, la 'idea imperial de Carlos V', que analiza Menéndez Pidal y que late tanto en Velázquez (La rendición de Breda), como en las piezas teatrales de Casona, se ponía al alcance de los neerlandeses (nueva Europa) el comercio. Y el arte interior para su vida de regreso sedentaria tras sus periplos comerciales: desde van Eyck a van de Weyden y Rubens, y luego, ya como una constante, Vermeer, Paul Klee, van Goh, van del Roes, o incluso Ikea, ¿por qué no?. Las compañías de las Indias Occidentales se nos introdujeron en América, y jugaron un papel importante en sus 'guerras de independencia'. Y en hacer florecer, como huerto de tulipanes bajo el nivel del mar, nuestra peculiar 'leyenda negra'. Es una realidad que pervive, aunque de otra manera: Holanda es un foco financiero y comercial de primera entidad. Y le gusta -en un mundo más abierto y sin clichés históricos- enriquecer su pasado con una presunta superioridad sobre la España cuyo quehacer colectivo fue bien distinto: ensanchar el planeta bajo el quijotesco lema "plus ultra". Y hasta épocas recientes, del todo o casi postergadas, por desgracia, proponiendo como ideal de vida el de 'vivir desviviéndose' para la trascendencia, y con 'el otro' como objetivo de realización personal. Es una hermosa disyuntiva…si pudiera converger en algún punto.
Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor.