"Ese era el tren de la muerte"

Publicado por: Ana María Ruiz
16/03/2025 08:00 AM
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En el 21 aniversario de los terribles atentados del 11M, El Decano de Guadalajara ha hablado con uno de los supervivientes del tren que voló en pedazos en el Pozo del Tío Raimundo. Ángel Zurinaga, de 80 años, vivía entonces en Pioz y subió por casualidad al tren que le cambió la vida


11 de marzo de 2004. Estación de Cercanías de Guadalajara. A las 6:50 parte de la ciudad un tren repleto de trabajadores, estudiantes y otras personas que se desplazaban a Madrid por distintos motivos. 


Conversaciones, risas, bostezos, cabezadas de sueño que se truncan a las 7:42 horas, a la altura de la estación del Pozo del Tío Raimundo. Una bomba vuela en pedazos parte del convoy en el que viajaban vecinos y vecinas de la capital y del Corredor del Henares. Prácticamente a la misma hora, diez artefactos estallan en otros tres trenes que habían partido de Alcalá de Henares y se encontraban en las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia.


Las terribles imágenes de los trenes destrozados, los cadáveres, los viajeros andando sin rumbo por las vías, los móviles sonando sin nadie que respondiese al otro lado, dieron la vuelta al mundo. 

 

Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, bomberos, sanitarios y vecinos se volcaron en la ayuda a los supervivientes, en los que han quedado cicatrices físicas y psicológicas muy difíciles de superar. Familias rotas que no olvidarán nunca. 


El fanatismo islámico sesgó la vida de 193 personas y dejó cerca de 2.000 heridos. De todas las víctimas mortales, 19 estaban vinculadas de una u otra manera con Guadalajara, incluido el alto cargo del GEO, Francisco Javier Torronteras, que falleció el 3 de abril en la explosión del piso franco en Leganés en el que se inmolaron siete de los autores materiales de los atentados.


En el 21 aniversario de uno de los capítulos más negros de la historia de España y que conmocionó a todo el país, El Decano de Guadalajara ha mantenido una conversación con Ángel Zurinaga, superviviente de la tragedia, que viajaba en el tren en el que estalló la primera de las bombas a la altura del Pozo del Tío Raimundo. 


"Ese fue el tren de la muerte. En el que hubo más muertos, un total de 57". Lleva años sin querer recordar, en especial el 11 de marzo, día que desconecta de la actualidad y deja de lado el móvil. Este año ha tenido la deferencia de atendernos, extremo que agradecemos enormemente, conocedores como somos de lo duro que resulta rememorar la tragedia. 


En aquel momento Ángel tenía 59 años y vivía en Pioz. Relata que cogió ese tren por casualidad, ya que su objetivo era acudir a trabajar a Madrid en su vehículo particular. "Era un día de los normales en los que me iba a trabajar en coche. Pero vi que estaba nublado y decidí aparcar en Meco para coger el tren. Durante varios años nos juntábamos gente que íbamos a trabajar a Madrid, nos conocíamos y montábamos en el mismo vagón, a la altura de la tercera puerta, porque se iba más tranquilo. Cuando llegaba a la estación vi que el tren casi salía y lo cogí cuando empezaba a sonar el pitido del cierre de puertas. Así que me metí por la primera puerta y, en lugar de irme hacia atrás con mis conocidos, me quedé ahí. Y eso fue lo que me salvó la vida". 


Cuando estalló la primera bomba pensó inconscientemente que el ruido había sido provocado por las piedras que lanzaban contra los trenes por aquella época jóvenes del Pozo del Tío Raimundo. La segunda explosión fue diferente. Le lanzó contra el otro lado del vagón. Apenas recuerda con claridad lo que sucedió después. "Yo me quemé todo, apenas tenía encima nada de ropa, sólo el pantalón. Como entre nubes, vi fuera del tren a un chico y, dentro, a una chica que me pedía que la ayudara, pero pensé, cómo la voy a ayudar si yo no puedo casi ni moverme. No sé quién la sacó. Yo la empujaba y el chico de fuera se la llevó. En mi vagón ya no veía a nadie. Yo salí como pude por mis propios medios, por la ventana, porque las puertas estaban reventadas. Mientras subía hacia la estación, sonó mi teléfono. Era una amiga periodista. Le dije que no sabía qué había pasado, ni en qué estación estaba. Vi que estaban los bomberos y que había gente tirada, vi a una chica totalmente quemada, pero no era consciente de lo que estaba pasando. Una vez arriba, me caí y casi no recuerdo nada más. A los que peor estaban los pusieron en las ambulancias. A mí me cogió un chico que me llevó rápidamente al Hospital 12 de octubre. Y ya no recordé nada más". 

 

Una difícil recuperación

 

Ángel estuvo tres días ingresado en el centro hospitalario madrileño con quemaduras importantes. “Me dijeron que además tenía el pulmón destrozado”. Pidió el traslado al Hospital de Guadalajara para estar más cerca de casa y de su mujer. "Estuve 11 meses en rehabilitación hasta que me jubilaron por incapacidad a causa del estrés post traumático". 


Reconoce que los primeros años lo pasó francamente mal. "Estuve dos o tres años con una psicóloga porque, cuando pude moverme, no podía ni quería salir de casa. Estaba todo el día llorando pensando que por qué me había tocado a mí, pensando en que en ese vagón iba un amigo mío con 19 años que murió. El sistema nervioso juega malas pasadas. Tú querías pensar una cosa y el cerebro pensaba otra. Estuve mucho tiempo sin querer saber nada. No volví a ver a nadie más de mi gente del tren. Perdí el contacto con ellos". 

 

Tampoco le sirvió la atención que le prestaba el Estado a través de la Asociación de Víctimas del 11 M: "Estuve luchando en la Asociación desde el primer día e hice todo lo que podía hacer, que no era mucho la verdad. Pero dejé de ir porque en las terapias eran todo insultos a los musulmanes, a todo el mundo, malos modos, y yo no pensaba de esa forma. Lo que pasó, pasó. Ya no podía más y tenía que liberarme de eso. Quería tener mi cabeza en orden".


Debido a las secuelas, tuvo que cerrar la librería médica que poseía por aquel entonces en la plaza de los Caídos, hoy plaza de España, junto al Palacio del Infantado. Se trasladó a vivir con su mujer a Alcalá de Henares y, hoy en día reside en Madrid. 

 

Ganas de vivir


Afortunadamente, a sus 80 años, su vitalidad le ha llevado a superar el trauma. "Hacía cursos de todo lo que había, estuve yendo a la universidad y dando clases de piano, hasta que las manos me dejaron de funcionar porque tengo el cúbito y el radio destrozados. De los diez dedos de las manos, me funcionan tres en una y dos en otra. Cinco no me valen para nada”. A día de hoy, continúa manteniñendose todo lo activo que puede. "Siempre que hay un curso o una actividad de mi agrado, sea de donde sea, me apunto porque si no es imposible vivir". 

 

Reconoce que "de vez en cuando te encuentras con el 11M de frente y no precisamente el día en que se conmemora la fecha. Es como si te dieran un bofetón. Un día vas por la calle tan tranquilo y, de repente, te da como un flash. Te quedas triste. Y eso no es bueno. Como hago técnicas de relajación, automáticamente lo aparto de mi mente".


Una de las cosas que más le duele es tener que haber dejado el deporte, que practicaba con asiduidad, especialmente el bicicross. "Antes subía y bajaba montañas. Ahora ya no puedo por una dolencia cardiaca que nada tiene que ver con lo que me pasó". 


No obstante, su fuerza, su optimismo, y el apoyo de su mujer, continúan dándole fuerzas cada día para continuar su vida plenamente y disfrutar de su jubilación: "Hay que seguir adelante y ver el mundo de forma optimista. Hoy puedo decir que me encuentro verdaderamente bien y listo para vivir, al menos, otros 20 años".

 

Escultura dedicada a las víctimas del 11M en la estación de Cercanías de Guadalajara.
Escultura dedicada a las víctimas del 11M en la estación de Cercanías de Guadalajara.

 

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