Singular Cataluña, en España

17/03/2025 12:11 PM
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El pasional y lúcido Quevedo se alzaba verbalmente ante el 'valido por habilidades', Conde Duque: "No he de callar, por más que con el dedo,/ ya tocando la boca, ya la frente,/ silencio avises o amenaces miedo". Es el caso, casi medio milenio después. No ha de callarse dando por bueno que lo que desde el ejecutivo instable y habilidoso hay sobre Cataluña es 'diálogo'. El sustantivo que debía sostener la palabra es logos: es decir, sonido verbal con sentido, con razón, con lógica. El prefijo supone una circunstancia explicativa: conversan uno o dos (mono o di-álogo), y como preludio o final (prólogo o epílogo) si bien para obtener una síntesis legal y realista, en cualquier caso.

 

En Cataluña, condado y nunca reino, no ha sido históricamente así. Hasta hoy mismo. En el condado de Cataluña se ha pretendido de ordinario lo por su parte inalcanzable (la realidad es tozuda): que se le solucionasen sus peculiares problemas. Cuando las 'clases sociales' -terratenientes y payeses- se enconan ha de decidir la Corona imponiendo la paz social en la Concordia de Guadalupe. Luego, ese extravío social y callejero ¿reflorecerá, es la palabra adecuada, o más arrasará en hielos? Sucede con el anarquismo ibérico, típicamente catalán y ya industrial y urbanita, y en la Semana Trágica de 1907, o en los arranques de la guerra del 36-39, cuando batalla del Ebro, la más cruenta explosión del odio cainita, como novela David Uclés en bárbara, sesgada y reciente novela.

 

A partir del siglo XVI, la región catalana se beneficia, como todo el reino único, de los los logros económicos (por el comercio, antes que por la industria), científicos (en la astronomía, la navegación, la botánica hoy tan en necesaria  boga ecologista), el jus gentium, semilla del derecho internacional, nuestras letras de Oro, recuerda Gregorio Luri que comportan admiración continental, la precoz europea política europea de la reina Católica y el coetáneo descubrimiento, colonización y naturalización del mestizaje, ¡Bendito logro, con nostalgia actual! del Nuevo Mundo, 'plus ultra' de todo lo hasta entonces conocido. Pero, al tiempo, Cataluña se niega a contribuir a los gastos de la 'empresa común', y reivindica recursos exclusivos. Como ahora mismo. Y da origen justificativo a los funestos Decretos de Nueva Planta, reparadores pero hirientes, es cierto: en la ocasión, y paradójicamente, acepta renunciar a su eventual independencia que ahora quiere estrenar, por catar el gusto de  lo desconocido, y se incorpora graciosamente al reino más absolutista de Europa, la Francia de Luis XIV ("L´état cest moi") y Richelieu, precursores posiblemente del sajón no 'anglo-sajón' Donald Trump.

 

Implantada ya en el siglo XX, tiempo de conciliaciones e integraciones en el ancho mundo, una difícil y admirable democracia en España toda, incluso con trato preferencial -¿erróneo?- en la Ley Electoral para las periferias, ¿Por qué atavismo ahistórico?, Cataluña obtiene además una autonomía casi absoluta. Enseguida propone un Estatuto de insolidaridad que, en puntos cruciales que ahora se reviven (control de fronteras e inmigración), fue declarado contrario a la ley fundamental, Constitución, por sentencia del T.C. Y ahora mismo nos hallamos en su recidiva. No sin causa perenne, pues, Ortega  y Gasset, estudioso casi obsesivo de la 'España periférica', concluía ya al considerar el rechazo al Estatuto de 1934, que el problema catalán era crónico, incurable, de más duración que la legendaria  'quiebra de la Barcelona Traction', que alimentó a varias generaciones de políticos y abogados.

 

En eso estamos, pensémoslo con ojos abiertos. Gota que colma el vaso bajo el grifo a caño abierto, el Gobierno sin el Estado, y casi contra el Estado: Cortes, ejército, Tribunal Supremo, fuerzas del orden público (social, en definitiva), Corona clarividente y firme ante el 1 de Octubre de 2019…, una Catalunya 'dialogante' al estilo R. Zapatero cierra sus fronteras, que son las de España, y hace imposible de facto la inmigración interior. Lo analizamos. Se alega que el artículo 150.2 de la C. E. permite una especie de cogobernanza en materias de su exclusiva competencia que por su naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación. Es la expresión literal. Como excepción a la regla común, pues. Y cualquier exceptio legis es de interpretación restrictiva. ¿Pero es realista, es 'natural', es incluso posible una consideración amplia, cuando se arriesgan derechos fundamentales? Y no ya, solo, la normativa interna, sino por Tratado de la Unión de Europa, en el que estamos, es derecho irrenunciable el de libre movimiento de personas, bienes y capitales. Resolvió en su día esa cuestión el T.C. el  resolver sobre el Statut propiciado por R. Zapatero. ¿Valdrá ahora su sentencia como cosa juzgada, al menos como precedente jurisprudencial?

 

Exigir, pues, como se deja en manos de la Generalitat, para el acceso a su región de las personas que no tengan el habla catalana -requisito 'sine qua nom', ni se prevé siquiera lo contrario- cuando inmigren-, y para quedarse a residir allí si es esa su voluntad, viniendo desde otras comunidades de la España común, y para las que el castellano sigue siendo lengua oficial (artículo 3.1 de la Constitución) será una barbarie jurídica y humana. Porque, además, es posible (y será lo probable en la presunta 'convivencia' de los instrumentos del orden nacional y el territorial) que si la Generalitat y el Parlament no se empleasen en generar bienestar y cultura, sino en ensanchar su déficit público  -hasta el punto de mendigar rescate para su deuda- mediante la publicidad de su identidad, y tuviesen recursos sobrantes, los orientarían en cualquier caso hacia los mossos al servicio de su utopía.

 

Las identidades se tienen, no se publicitan, ni se compran, nadie puede añadir un codo a su estatura. Pero el gobierno de España facilita, y hasta promociona, esa aberración antihumanística, que sufrirían en definitiva  los paisanos de Junts, Oriol, etc…Y que comporta sobre todas las cosas abofetear al resto de la nación española en ese empeño que, recién, etiquetó un tertuliano de cierta TV,  "ya no es el de separarse de España, sino el de extrañar, en todo, a lo español". Casi a las claras, el independentismo utópico muestra sus cartas: la covigilancia de fronteras enmascara el mecanismo para la exclusividad identitaria. Se percibe hasta desde el seny más elemental: si a las fuerzas encargadas del orden interno y externo se les manda desde el Govern, se les exige -o recomienda- la pureza de su lengua catalana, y se les paga el doble que a la Guardia Civil y a la Policía Nacional, necesariamente aquellas tendrán más pronto que tarde la exclusividad de la función. Tal es el logro del 'diálogo actual' con cartas marcadas.

 

Y cuando llegue el próximo referendo, que ya se cocina en Waterloo, los 'mossos de escuadra' facilitarán a los votantes la papeleta adecuada, codo con codo con los indultados y amnistiados por la dana política del 1-O. Obviamente, acompañarán a un tal Puigdemont en el paso abierto, para él, de La Junquera, mientras que los nativos de Guadalajara, o los de Madrid, sobre todo, tendremos que exhibir el pasaporte.

 

Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor. 

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