Y es que se percibe, se ve con claridad, que EEUU acaba de tirar por la borda su identidad histórica.
Lo que de verdad había aportado al mundo, cada vez más interdependiente, más convocado a la integración, proceso imparable por otra parte, era la libertad de comercio, la supresión de barreras aduaneras: la mejor medida para que las fronteras, en una sociedad mercantilizada, con muchas ventajas -incluso la de la supervivencia en el 'tercer mundo'- no sean temibles es la supresión de aranceles, el libre comercio como culminación de los procesos industriales, en los que EEUU fue líder, por obra de gentes como Henry Ford en su fábrica de Detroit (impulsó los montajes en cadena, sátira 'nostálgica', aunque parezca paradójico, de Chaplin en “Tiempos modernos").
Cuando Europa se hastió de sus guerras en 1945, los países implicados-casi todos- pactaron enseguida la “libertad de movimiento de personas, bienes y capitales”. Como forma de asegurar la paz. Incluso antes que esa otra tarea, prioritaria en verdad pero aún por hacer, que es la de conformar un ejército común. Parece infantilismo, pero los doctos políticos descubren a veces la verdad de canciones populares, tal la que dice: que las fronteras no existen, sino que fueron creadas, para que tu hambre y la mía estén siempre separadas. Las fronteras son solo, pero nada menos, recipientes de identidad, tan importantes para los pueblos, pero no alambres de espino, imposibles por otra parte en la civilización de las comunicaciones, en que estamos de pleno y sin retorno.
Los EUU descubrieron en los años cincuenta que con su Plan Marshall, ejemplar, no solo reparaban al pueblo alemán, en su conjunto, por su parte de sufrimiento con el nazismo y sus consecuencias (es bueno leer la autobiografia 'Los diarios de Berlín', de la casi adolescente María missie Vasilchikof), sino que restablecían en y con toda Europa uno de sus más importantes mercados recíprocos. Al parecer, hasta hoy, garantía de paz (no estoy tan seguro, por la implicación de China, siempre al aguardo de una excusa para invadir Taiwán y hacerse con la clave final para el control de la IA: por desgracia, al tiempo). En la respuesta -del pueblo americano, dirigido por Roosevelt- a los atentados brutales de Pearl Harbour, había dignidad colectiva, pero también solidaridad con humanismo anti Mein Kampf.
¿Existen ahora, en el 'trumpismo', otros propósitos que la plutocracia supremacista, y una especie de contagio de ciertos populismos sudamericanos hacia la continuación familiar dinástica? Donald Trump ha sonreído cuando, ¿a su dictado?, alguien ha aludido a la posibilidad de interpretar que la sagrada Constitución americana está abierta a prórrogas sucesivas.
Cuando la caravana de 'haigas' americanos pasó en 1953 por Villar del Río (Guadalix de la Sierra) con chirriar de neumáticos (los de nuestros coches estaban recauchutados o/y llevaban manguitos) y envolviendo al personal en nubes de polvo que nublaban, en efecto, con una capa de realismo sus sueños, los yanquees eran coherentes: solo estábamos luchando, todavía, por salir hacia delante de nuestra barbarie cainita, y el resto del mundo nos quedaba distante, ancho y ajeno, diría Ciro Alegría. Pero lo teníamos, al mundo abierto y convocante, como horizonte deseado (en las instituciones europeas, para estudiantes 'Erasmus', como predilectos a visitar en el turismo penetrantes en todos los mercados. ..). Obra del pueblo, de nuevo, del ahora lector de esta líneas, por ejemplo.
Me temo, y a la par lo deseo, que en plazo no distante el ciudadano USA diga : Te equivocaste, Presidente, y, lo que es peor, nos hiciste perder nuestra identidad .Y hasta puede que, dada la naturaleza pasional, no más, de la democracia en tu país estéis abriendo las puertas a las querellas familiares, que no se reducirán a la 'clase' (que existe, y encarnas) supremacista.
Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor.