A finales de 1937 un grupo de chicas catalanas viajaban hasta Torre del Burgo, con la excusa de llevar una caja de cava Codorniu a los soldados de esta unidad, que había participado en la batalla de Guadalajara, en nombre de la Juventud Socialista Unificada de Cataluña
León Davidovich, a quien el mundo al correr de los años conocerá por Trotsky, era hijo de una familia de campesinos judíos acomodados, entendiendo por tal que habitaban en una casa de barro con un techo de paja, en Ucrania, una parte del imperio ruso, en el que el zar mantenía a sus súbditos, la mayoría campesinos, en la pobreza, el atraso y la más dura represión, especialmente a todos aquellos que no pertenecían a la mayoría rusa, sobre todo a los judíos. No en vano, Rusia era llamada entonces “cárcel de los pueblos.”
Siendo estudiante, conoció las ideas del marxismo y no dudó en unirse a un grupo socialdemócrata, término que entonces equivalía a comunista. Su actividad fue descubierta por la policía y fue enviado a Siberia como condena.
Huido de su prisión, ya con el nombre falso de León Trotsky, llegó a Londres donde conoció a Lenin.
En medio del “mar de miseria” que no otra cosa era entonces la Rusia zarista, habían surgido unos islotes industriales, pues el capital extranjero había visto que la tierra de las grandes estepas reunía condiciones para reinvertir sus beneficios, y estableció fábricas en algunas ciudades de la Rusia europea con la tecnología más avanzada, donde se concentró una clase obrera joven, cuyo potencial revolucionario iba a descubrir Trotsky después de la experiencia de la revolución de 1905, donde jugó un papel destacado con solo 25 años, siendo el portavoz del Soviet de San Petesburgo, organismo constituido por los trabajadores en huelga para coordinar las actividades revolucionarias .
Trotsky, a la luz de los acontecimientos, vaticinó que la idea, elevada a la categoría de dogma por los partidos socialistas agrupados en la II Internacional, según la cual la clase obrera de los distintos países no podía tomar el poder sino después de una larga etapa de desarrollo capitalista, no era válida para países atrasados como Rusia, donde la revolución podría producirse antes, como iban a demostrar los acontecimientos de 1917.
Como no podía ser de otra manera la pugna entre los grandes capitalistas de la época, en su lucha por fuentes de materias primas baratas y mercados, devino en una guerra de carácter mundial. La dura experiencia de la contienda, que sembró de cadáveres Europa, quedó marcada a fuego en la conciencia de millones de obreros y en febrero de 1917, saltó la chispa revolucionaria en Rusia, haciendo caer al zar y la revolución socialista se tornó en imparable en la mente de millones de proletarios y campesinos que pedían pan, paz y tierra.
Lenin y Trotsky en los primeros años de la revolución rusa. Foto: dominio público.
Las perspectivas de Trotsky se cumplían y entonces, superando viejas diferencias con Lenin, ingresó en el partido bolchevique, el ala más consecuentemente revolucionaria del movimiento socialdemócrata ruso, que Lenin pacientemente, durante años y, en circunstancias a veces muy adversas, se había ocupado en preparar.
Tras la toma del poder en octubre de 1917, los bolcheviques hubieron de enfrentarse a la contrarrevolución, en condiciones muy desfavorables pues tenían delante a 21 ejércitos extranjeros. Trotsky asumió el mando del Ejército Rojo, desorganizado y escaso de efectivos, pero al que supo inculcarle una disciplina y una eficacia, basada en principios políticos revolucionarios, como aquel de repartir la tierra entre los campesinos pobres en cada aldea que tomaban.
Así se salvó temporalmente la revolución. Pero los estallidos surgidos en otros países europeos, como en Alemania, tras el octubre soviético, fracasaron, aislando al naciente estado obrero, sometido a una dramática situación de hambre, en medio de las ruinas de la guerra. Lenin y Trotsky habían repetido en numerosas ocasiones, que sin el triunfo revolucionario en uno o varios países, la revolución en Rusia fracasaría.
En medio del aislamiento, del hecho de tener que repartir la miseria, de la necesidad de gestionar un estado en un país en gran medida analfabeto, los bolcheviques tuvieron que recurrir a la vieja burocracia zarista, dar marcha atrás en la implementación de medidas socialistas y permitir un cierto capitalismo para recuperar la economía lo que dio paso al enriquecimiento de un sector de campesinos y hombres de negocios.
A la muerte de Lenin, la burocracia que se estaba generando dentro del partido tomó más poder y autoridad y, un hombre gris, Iósif Stalin, que no había destacado precisamente en ninguna de las dos revoluciones anteriores, caracterizado por su indigencia teórica se convirtió en su líder, tras su ascenso a un cargo hasta entonces poco relevante, como era el de secretario general del partido.
Los seguidores de Stalin coparon cada vez más puestos de poder dentro del Partido Comunista. Frente a la teoría de la “revolución permanente” de Trotsky, según la cual, el triunfo de la revolución en cada país solo era posible, si esta era internacional, Stalin aseguraba que el socialismo podía construirse en un solo país, lo que representaba las aspiraciones de la burocracia naciente, pragmática, defensora de los privilegios que se procuraba en los puestos de administración del nuevo estado, para la que los asuntos internacionales no eran de su interés, salvo, claro está, si hacían peligrar su posición.
La postura de Trotsky ganó muchos adeptos dentro de las filas del partido, agrupándose en la Oposición de Izquierda, pero las condiciones para su triunfo no eran favorables por el cansancio y el consiguiente retraimiento político de la clase obrera rusa que aún no se había recuperado del esfuerzo de dos guerras y una revolución.
La debilidad de la Oposición de Izquierda fue aprovechada por Stalin, que poco a poco fue eliminando a sus miembros del aparato del partido, echando, tras lanzar una campaña de desprestigio, a Trotsky y sus seguidores en 1926 del Partido Comunista, obligándole al exilio un año más tarde en Kazajistán y luego en Turquía, para en 1929 expulsarle definitivamente de la URSS.
Pero Trotsky en el exilio era más peligroso que dentro de Rusia. La capacidad crítica de una personalidad como la suya, que llegó a calificar a Stalin como un déspota, rodeado de una burocracia, que parasitaba a la clase trabajadora y al campesinado, unido al miedo de aquella a que una futura revolución en cualquier parte del mundo tomara a Trotsky como referente, que se extendiera a Rusia y que devolviera el poder político efectivo a la clase obrera y expulsara a los burócratas, dio pie a tomar en consideración el asesinato del dirigente de Octubre.
Se comenzó liquidando a muchos de los que habían sido sus colaboradores, entre ellos a dos hijos suyos, León y Serguei. Con el mismo sentido se celebró la farsa de los juicios de Moscú entre 1936 y 1938, donde se sentenció a la pena capital a la gran mayoría de la vieja guardia bolchevique, a los compañeros de Lenin. A Trotsky se le acusó nada menos que de participar en una conspiración internacional antisoviética con vínculos con el capitalismo, la Gestapo, Mussolini y hasta con el Japón imperial.
Trotsky se defendió desde Méjico, donde él y su compañera Natalia Sedova habían recalado en 1936 acogiéndose a la hospitalidad del presidente Lázaro Cárdenas, tras un largo periplo huyendo por Europa. La comisión Dewey, un tribunal constituido por grandes personalidades de la época, a petición de Trotsky, para juzgar su supuesta labor contrarrevolucionaria, le absolvió, pero Stalin lo había condenado a muerte. Ahora había que encontrar al hombre adecuado para ejecutarlo.
En 1936, el batallón de voluntarios catalanes “Jaume Graells” partía desde Cataluña para el frente de Guadalajara. Al mando iba su comandante, un joven comunista, estalinista, de nombre Ramón Mercader. Este batallón se integró en la 35 Brigada Mixta del Ejército Popular de la República.
Una calle de Torre del Burgo en la actualidad. Fuente: https://www.caminodelcid.org
A finales de 1937 un grupo de chicas catalanas viajaban hasta Torre del Burgo, con la excusa de llevar una caja de cava Codorniu a los soldados de esta unidad, que había participado en la batalla de Guadalajara, en nombre de la Juventud Socialista Unificada de Cataluña. Este pueblo de Guadalajara, tomado en marzo de 1937 por el ejército franquista, fue reconquistado por fuerzas de la República. La comunista catalana Teresa Pamies relató en sus memorias, que en esos días, Ramón acompaño a su madre, la estalinista Caridad Mercader, a una reunión en la sierra de Madrid, donde se supone que desde entonces entró a formar parte de los servicios de inteligencia soviéticos, siendo luego instruido en la URSS con la misión de llegar hasta Trostky. En Paris conoció intencionadamente a Sylvia Ageloff, joven trotskista cercana al círculo de León Davidóvich, a la que sedujo para utilizarla como caballo de Troya. Sylvia le presentó a Ramón, mejor dicho a Frank Jackson, su nueva identidad, y aquel tomó nota en sucesivas visitas de los detalles de la casa que habitaba en Coyoacán el viejo revolucionario.
Con la excusa de entregarle un artículo de su autoría, Mercader entró en el despacho de “el viejo”, e intentó asesinarle con un piolet, pero tras dejarle mal herido no lo consiguió y a sus gritos acudieron sus guardaespaldas que lo inmovilizaron y entregaron a la policía. Juzgado por las autoridades mejicanas fue condenado a 20 años. Stalin condecoró en secreto a Mercader con la Orden de Lenin y tras salir de la cárcel en 1960 recibió otro premio, el de Héroe de la Unión Soviética.
Una interesante reflexión sobre el asesinato de Trostky, escrito tras la muerte de Ramón Mercader en 1978, y la postura de los militantes comunistas ante aquel acontecimiento y otros de características similares, la ofreció el cineasta y militante del PCE en la guerra civil y posteriormente, Ricardo Muñoz Suay:
“… creo que a nadie de los que los que en aquellos años aceptábamos sin lugar a dudas – o con algunas pocas- la necesidad de exterminar a los trotskistas, como verdaderos aliados del fascismo, nos conturbó la noticia de la espantosa muerte de Trotsky, sino todo lo contrario. Hacía poco, muy poco, que los procesos de Moscú habían eliminado prácticamente a casi todos los antiguos colaboradores de Lenin y había trascurrido escaso tiempo de aquel año en que en España se había aplastado al POUM y se había asesinado a Nin. (…)
Hay que haber vivido aquellos años de deformaciones, años acríticos vividos por tantos de nosotros, para poder comprender hasta qué grado todos los comunistas “oficiales” de entonces fuimos culpables, sin excusas de la muerte de Trotsky. Y lo grave no era desde nuestra óptica de hoy, la desaparición de un líder tan importante en la dinámica de la revolución bolchevique, sino la aceptación sin titubeos de que los problemas del movimiento revolucionario internacional podían pasar por esos crímenes colectivos.”(Muñoz Suay, Ricardo, “Pudo ser cualquiera de nosotros”. Triunfo. 28-10-1978.)
Textos consultados para la elaboración de este artículo:
Puigventós López, Eduard, “Ramón Mercader, el hombre del piolet”. Barcelona, 2015.
Pámies, Teresa, “Cuando éramos capitanes”. DOPESA. Barcelona. 1974.
Trostky, León, “Mi vida”. Fundación Federico Engels. Madrid. 2010.
Muñoz Suay, Ricardo, “Pudo ser cualquiera de nosotros”. Triunfo. 28-10-1978
Pámies, Teresa, “Ramón Mercader: misión cumplida” Triunfo. Nº 822. 28-10-1978
Bajo estas circunstancias el capital extranjero vio apropiado invertir sus beneficos