Arrancamos este editorial condenando enérgicamente la agresión sufrida por un anciano en la localidad de Torre Pacheco, como denunciamos igualmente cualquier delito cometido por cualquier persona, sea cual sea su color de piel, su religión o su ideología.
Esta denuncia viene a raíz de los lamentables comentarios que hemos podido leer en nuestras redes sociales -algunos de los cuales les reproducimos en la imagen de portada- tras la publicación, el jueves, de un artículo en el que la comunidad marroquí de Guadalajara expresaba su preocupación por los mensajes racistas que se están esparciendo tras los sucesos de Murcia y de Alcalá de Henares, al grito de ‘Cazar al moro’.
Estos ciudadanos de Guadalajara, que llevan años conviviendo, trabajando y estudiando entre nosotros de forma pacífica, reconocen que están comenzando a sentir rechazo en la ciudad. Un sentimiento que es compartido por otros colectivos de inmigrantes, tal y como se denuncia desde la Alianza Intercultural Socialista, algunos de cuyos miembros aseguran que está creciendo el temor, no sólo entre los extranjeros que viven en la ciudad, sino entre los propios guadalajareños hacia ellos.
La avalancha de mensajes de la ultraderecha y los ultraconservadores de este país están creando un clima que en nada favorece una convivencia que hasta ahora era modélica. Al menos, en Guadalajara.
Es cierto que en algunos barrios pueden darse problemas por parte de algunos inadaptados, que sus propios compatriotas rechazan. Pero son los mismos problemas que generan también otros vecinos, nacidos aquí o en cualquier otro lugar de España, que escogen Guadalajara para delinquir.
No se puede generalizar culpabilizando al que viene de fuera de todos los males de una sociedad que cada día que pasa está más polarizada. Una polarización que crece a medida que aumentan los discursos radicales, especialmente los que vienen de aquellos que se manejan en las redes sociales como pez en el agua y que manipulan y mienten para trasladar un mensaje de odio que genera miedo y que está calando especialmente en los sectores más jóvenes de la población.
Pedir -como hace Vox- deportaciones masivas de inmigrantes; iniciar una recogida de firmas para pedir un referéndum nacional y que los vecinos decidan, textualmente, si quieren "inmigrantes ilegales, delincuentes, violentos y fundamentalistas en sus barrios", o afirmar que una de las medidas para acabar contra la violencia machista es "extirpar los discursos religiosos de odio que fomentan la violencia contra la mujer", tal y como ha afirmado recientemente el concejal Víctor Morejón, son motivos suficientes para que alguien comience a parar los pies al fascismo de los que, amparados en un nacionalismo exacerbado, están haciendo temblar los cimientos de la democracia.
Resulta además muy preocupante que estas personas estén ocupando sillones en las instituciones democráticas españolas y europeas cuando son las primeras que no creen en ellas ni en sus leyes.
Hay que poner freno a determinadas actitudes y discursos, cada vez más preocupantes, que se escuchan desde las tribunas públicas, amparadas y consentidas por el silencio cómplice de algunos políticos que prefieren aferrarse al sillón y asegurarse el poder y el sueldo, antes que fomentar y garantizar la paz entre los ciudadanos.
Y mucho cuidado porque la cosa promete ir a peor.
La delincuencia no tiene color, ni raza, ni religión, ni ideología. Las leyes y la justicia -demasiado laxas en ocasiones con los delincuentes en general- son las que deben actuar. En el caso de la inmigración ilegal, la legislación española -concretamente la Ley Orgánica 4/2000 y el Reglamento de Extranjería que la desarrolla- ya tienen regulada su expulsión de España. Y el artículo 89 del Código Penal permite la expulsión de extranjeros condenados por delitos graves. Tomarse la justicia por su mano, como pretenden algunos, también es un delito.
Los extremismos no traen nada bueno. Vengan de donde vengan. Alentar a la violencia, promover el racismo, crear miedo, confundir al ciudadano y, sobre todo, infundir temor hacia el diferente, tiene una única definición: es, simplemente, odio.