En 1953, y en plena dictadura, España firma por sus representantes de entonces los 'Pactos de Madrid' con los dos más representativos interlocutores universales: el Vaticano y USA. Nos integramos en 'el bloque occidental', perfectamente identificado, aunque se nos purga con barreras: no pasamos a formar parte de sus estructuras militares y económicas.
Sabemos que a 'Occidente', Europa en realidad, de la que constituimos núcleo -en los valores: derecho de gentes, ciencias, teología, cosmografía, náutica, bellas artes, literatura-, y somos la quintaesencia política: nadie, tras Roma (que tiene su palanca en Hispania, no se cansa de documentarlo con Adriano, Trajano, Teodosio, Séneca, los Escipiones…el catedrático Posteguillo); al continente europeo, digo, lo hemos visto el como unidad desde los reyes católicos y Carlos V, con su precursora 'idea imperial' (releamos al liberal Menéndez Pidal). Y quizás solo vagamente, sabemos también que ese Occidente guía de civilizaciones tiene en Hispania su talón de Aquiles.
Ahora desde El Sahel, y en el siglo VIII con el Tárik que apoya sus pies en la Berbería antes de saltar el Mediterráneo por su punto más estrecho, la puerta de Al-Andalus, con el islamismo de Damasco subyugado. Casi ahora, siglo XX, cuando la URSS quiere convertir al 'colectivismo' al cosmos (empezando por Europa) lo ensaya en España: Churchill reflexiona en 1945 que el empeño de una Europa soviética lo probó con nuestra IIª República, lanzando a las hordas a la calle, para que empezaran por destruir el cristianismo, y enseguida el orden establecido, monarquía y propiedad privada. Eso es geopolítica pura, y también cultura elemental e historia reciente
Volvamos a España, clave y riesgo universal. El 30 de mayo de 1982 España se convierte en el socio nº 16 de la OTAN, cuya misión es neutralizar la guerra. Las guerras son atroces (cada vez más inhumanas, desde que las armas se idean para el anonimato), pero están en la condición humana. No es predicable el jocoso dicho italiano la guerra é bella, ma incómomoda, sino el crudo diagnóstico de Sartre el infierno es el otro, a escala de naciones.
Hoy no serían imaginables textos de solidaridad entre enemigos, como Cartas a un amigo alemán, de Albert Camus, o Le silence de la mer, de Vercors. Y el pueblo español de mediados del siglo XX tenía además razones específicas para abominar del uso de las armas: se le habían independizado, con la violencia -escasa, es cierto y significativo- y la lógica de una mayoría de edad reclamada, las 'Américas' (virreinatos, partes de nuestro ser colectivo): y, toda 'la generación del 98' fué un grito psicótico que, quizás, se manifieste en El sentimiento trágico de la vida, el ensayo íntimo y social, metafísico en definitiva, de don Miguel de Unamuno.
El Estado de cada momento nos puso en salvaguarda ante las guerras europeas de 1914 y de 1939. Teníamos los costados y el alma flagelados. Fuimos, con razón y en tal ocasión, sanchos, y no quijotes. Incluso hicimos negocio de la miseria europea y, como muestra significativa, los vecinos de Maranchón, en nuestra provincia alcarreña, hicieron su agosto comerciando mulas en Francia, de modo tan satisfactorio que, en muestra de gratitud y nostalgia, bautizaron a su paseo único como Les champs Elysées. No obstante nuestro pacifismo circunstancial, no cabe olvidar 'la condición humana', en un mundo cada vez más interdependiente y con las ambiciones en carne viva, ni, por supuesto nuestra situación geopolítica.
En efecto, las singulares circunstancias históricas de España en los años 14 y 39 del siglo XX, justificaron nuestra neutralidad en ambas 'grandes guerras', por naturaleza envolventes. No hubo tentaciones sólidas de participación, en todo caso una cierta empatía institucional que se tradujo en 'episodios': la División azul o las 'brigadas internacionales', con cierta notoriedad por la participación de Caballero Jurado en un bloque, por ejemplo, y de Simone Weil (pronto públicamente defraudada) y de Hemingway en el otro.
Pero siempre estuvo latente, por naturaleza, el trasfondo geopolítico e histórico: la 'península' era, es, el punto de encuentro y choque de civilizaciones. Conscientes del riesgo de sovietización, el 'régimen' y USA convienen en los años 50, aunque en pocas cosas: en cierta apoyo alimenticio ¿recuerdan la leche en polvo?, simbólica para un pueblo depauperado en que se cantaba en corrillos, Franco, Franco, Franco: nos prometiste pan blanco, nos estás dando “aserrín”: ¡eres peor que Negrín! (nunca en un 'plan Marshall específico', y en ayuda financiera, con los primeros convenios de crédito del Banco Mundial. Poco más.
España se recome, en todos los aspectos, por el tesón honesto del pueblo (no es malo recordarlo hoy) que subraya ya en la década 1960-70 la socióloga americana Susan Tax Freeman. Pero, sin embargo, casi desde el principio de las postguerras existió coincidencia sin fisuras a la hora de fortalecer contra el totalitarismo soviético a Europa, y ponerle dique precisamente en España.
En la década de los cincuenta, concretamente en los 'Pactos de Madrid' de 1953 (Eisenhower en la Casa Blanca, pero ya viajando a España) se instalan en suelo español bases aéreas y navales USA, compartidas: Torrejón de Ardoz (hoy desmontada, por razones estratégicas), Rota y Morón de la Frontera, aún operativas y con misión importante en el reciente ataque a Irán (contra el arma atómica unilateral, pero -hay que advertirlo- sin una actitud coherente de reducción de sus propios arsenales, que les daría “auctoritas” para sus acciones contra Irán, en los demás países también unilateralmente nucleares).
España es considerada, ya en 1953, parte necesaria para la defensa del Occidente libre, 'porción del bloque Occidental, sin ser parte de sus estructuras militares y económicas', se especifica en el Pacto. Era un recordatorio de los obstáculos de presente a vencer. Pero un objetivo ya preanunciado, pues, aunque tardaría treinta años en darse forma institucional a una realidad históricamente justa y socialmente ansiada, ¿qué seríamos hoy ajenos a la UE y a la Otan? Un objetivo, por tanto, no solo lícito sino necesario entonces, en pleno imperio de la URSS, y quizás hoy más, en este momento de crisis mundial más aguda y aún con peores horizontes que el de 'la guerra fría' de los años sesenta.
Conviene pensar como futurismo posible que hubo, en su momento, una alternativa que pudo convertirse en realidad: que al Chernenko secretario general y, por tanto, Presidente de la URSS, no le hubiese sucedido Gorbachov sino Putin, o un alter ego. En tal hipótesis, al acuerdo no hablado, sino mero climax, entre Gorbachov y el Papa Juan Pablo, habría sustituido una Rusia igual de expansiva que lo es hoy, pero modernizada económicamente, y con armamento nuclear, claro es. Hay una colisión evidente, y grave, entre los afectos infantilmente pacifistas (en especial, en una España que, tras ser rectora del mundo ha atravesado momentos de avidez crítica por la paz) y la razón vital.
Y es ésta última la que se impone a partir de 1982. Y subsiste ahora, con mayor apremio, insisto, después de que Gorbachov reconociera la realidad de 'Europa y sus pueblos', y devolviera a Occidente lo que le correspondía, con la intuición y casi ofrecimiento de que se reconstruyese, tras el colectivismo imperativo, empobrecedor en todos los sentidos, y buscase su unidad después de la guerra fratricida provocada por el tándem Hitler-Musolini, por los 'nacionalismos totalitarios', en suma. España entendió el reto.
Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor.