Este pasado 2 de agosto, mi vida ha dado un giro totalmente inesperado. El fin de semana que empezaba mis vacaciones, como las empezaban muchas de las personas que me estáis leyendo, mi padre sufrió un ictus, y hemos pasado las semanas en el Hospital Universitario de Guadalajara. El mes de agosto ha sido de cuidados, de miedos, de esperanzas y de aprendizajes.
No os puedo engañar, no ha sido fácil. Ha sido -y está siendo- un episodio muy difícil para nuestra familia. Pero quiero estrenarme en El Decano de Guadalajara escribiendo de algo que va más allá de la enfermedad de mi padre: las personas que sostienen la sanidad pública de Castilla-La Mancha.
Los primeros días en la Unidad de Ictus ya pudimos sentir que mi padre estaba en muy buenas manos. La técnica sanitaria, la precisión de los protocolos, la rapidez en las intervenciones, el permanente seguimiento… pero también en el trato humano que recibimos como familiares. Había gestos, palabras, sonrisas, miradas… Por supuesto que había profesionalidad, pero también veíamos cariño.
Después de los días en la Unidad, empezó sus días de estancia en la cuarta planta. Las sensaciones se repetían: un equipo de profesionales que iban más allá de sus funciones. El equipo médico, de enfermería, auxiliares, celadores, limpieza, logopedas, fisioterapeutas. Con lo difícil que debe ser, pese a todo el dolor y la incertidumbre que hay en una planta de Neurología y Gerontología, nunca nos han faltado sonrisas, empatía y escucha. En cada turno, en cada medicación, en cada prueba, en cada explicación, pese a los cansancios y los calores, los turnos largos, las dificultades propias y añadidas, había algo mucho más poderoso en sus profesionales: su compromiso de cuidar de las personas, de las personas que estaban como pacientes y de las familias que las acompañaban.
Sería injusto olvidarme de la trabajadora social que nos atendió, y que nos habló de los posibles apoyos, de qué necesitaremos, de cómo organizarnos, y su labor también ha sido impecable.
Vivimos en un tiempo que hay tanta gente quejándose de lo público, de lo mucho que se paga de impuestos, de lo innecesario que son los servicios públicos, de la picardía para pagar menos impuestos. A quienes defendéis con fervor el neoliberalismo: sin desearos lo que estamos viviendo en mi familia, me pregunto si pensaríais igual si un ser querido vuestro tuviera que enfrentar una enfermedad grave y descubriérais que no puede recibir tratamiento porque solo quienes pueden pagar tienen acceso a la sanidad. La salud no debería ser jamás un privilegio, sino un derecho que nos proteja a toda la ciudadanía.
Dejadme sentir orgullo, mucho orgullo. Y agradecimiento, mucho agradecimiento. Dentro de los muros del Hospital, hay una red de cuidado que protege nuestra salud como comunidad. Mi padre seguirá con su recuperación, sus tratamientos, sus cuidados; desde mi familia le estaremos acompañando en este proceso. A nuestro lado tendremos, con certeza, la compañía de estas personas de las que os he hablado.
Muchas gracias, y ya acabo, a las personas del Hospital Universitario de Guadalajara. Gracias por mostrarnos que sanar también es cuidar.
Alejandro Moreno Yagüe. Educador Social.