Salí hace un mes de Guadalajara, huyendo temporalmente del calor ya tropical, hacia la estepa castellana más fresca de Tierra de Campos. Para ser sincero, huía también del agobio, saturación y hastío mental que producen unos medios de comunicación para los que solo parece tener interés la información o deformación política partidista. Las vacaciones veraniegas son una ocasión para el descanso, sobre todo del espíritu; el verano lejos del hogar habitual ofrece variadas y numerosas oportunidades de conocer nuevas gentes, nuevos lugares, vivir nuevas experiencias, o simplemente para entregarse a la grata inactividad, al dolce far niente en expresión italiana. Así que, obligado a estar informado como ciudadano, he seguido la actualidad política, sobre todo la nacional, con menos intensidad y pasión que durante el curso académico y parlamentario.
Pero hay que volver al hogar acostumbrado, como los niños al colegio o el trabajador a su ocupación después de las vacaciones. Y no facilita el retorno entusiasta abrir la ventana regular de los informativos y comprobar que todo en política sigue igual, cuando no peor. Llevo mucho tiempo intentando observar la política nacional con cierta tranquilidad y serenidad, pensando en soluciones y procurando huir de confrontaciones netamente partidistas y así pienso seguir. Digo esto para que se valore en ese marco la crítica a unos hechos obscenos, soeces e insoportables a los que quiero dedicar unas tristes reflexiones.
Platón, del que tantas cosas podemos siempre aprender, plantea en su diálogo Crátilo la cuestión de la naturaleza y el origen del lenguaje y la cuestión de la relación del lenguaje con la realidad: ¿existe una relación natural entre el nombre y el objeto que significa o es una mera convención?, se pregunta. Al margen de las consideraciones de Platón, que critica y matiza una y otra postura a favor o en contra de las dos opciones, resulta evidente que el lenguaje es sobre todo una pura convención y que ninguna relación directa y natural existe entre, por ejemplo, la palabra 'árbol' y el ser vegetal que representa. Es decir, en abstracto, si los hablantes nos pusiéramos de acuerdo, al árbol lo podíamos llamar río y al río árbol y para nada se minoraría su valor expresivo y significativo.
En la esencia del hombre con una vida bien diferenciada de los otros animales probablemente la mayor de las maravillas es el proceso por el que la mente humana produce una idea o concepto general a partir de las percepciones sensoriales concretas de objetos similares (de la percepción de varios o muchos árboles, prescindiendo de detalles particulares, se genera el concepto abstracto del árbol). No menos maravilloso es el proceso, no se si posterior o simultáneo, por el que ese concepto se asocia con la combinación de unos pocos sonidos que, bien combinados, podemos emitir y enviar a nuestros semejantes para comunicarles nuestras ideas. Esta maravilla de las maravillas culmina con la identificación a su vez de los pocos sonidos significativos y sus secuencias con unos pocos signos gráficos que se graban permanentes en un soporte adecuado para que todos los lean en el presente y en el futuro más lejano.
Este proceso inicialmente simple, sin duda, se fue complicando de manera espectacular y el lenguaje desarrollado es capaz de significar y expresar no solo objetos, sino sensaciones, sentimientos, pensamientos, imaginaciones, relaciones complejas entre todos ellos. La gramática es la ciencia y el arte que estudia, analiza y enseña el uso de la lengua, el recte dicendi o arte de hablar correctamente, y a ese estudio ha dedicado el hombre desde la remota antigüedad innumerables estudios. A la gramática se suma la retórica como arte del bene dicendi, del hablar bien para persuadir, deleitar o conmover al oyente o al lector.
En este lenguaje ya tan complejo uno de los usos más sorprendentes y llamativo es aquel por el que un término o palabra determinada la utilizamos para designar no al objeto o concepto con el que directa o inicialmente está relacionado sino algún otro con el que tiene alguna relación; así con el término 'asno' o 'borrico' nos podemos referir no al animal solípedo, de un solo dedo convertido en pezuña, muy sufrido, sino a una persona ruda de muy poco entendimiento de especial tozudez; estar en las nubes no significa estar suspendido en el aire sobre la tierra sino estar despistado; cuando decimos que bebemos un vaso de agua, en realidad ingerimos el agua que ese vaso de cristal o vidrio contiene, no el vaso en sí.
A estos tipos de usos expresivos y singulares del lenguaje los antiguos griegos y latinos los analizaron con todo detalle y detenimiento hasta la extenuación y los llamaron 'tropos', palabra griega que etimológicamente significa giro, dirección, cambio; son numerosísimos, casi todos con expresivos y técnicos nombres griegos tales como metáfora, sinécdoque, metonimia, homoioteleuton y otras muchas docenas más.
En este mundo tan rico de los tropos, casi todo es posible, sobre todo para los poetas, que tocados por la inspiración divina nos sorprenden con sus bellas y rítmicas asociaciones de palabras y conceptos, pero también son utilizados por seres menos dotados para el arte y más prosaicos.
Es por ello posible que alguien emplee la palabra 'fruta', que originariamente significa fruto comestible de ciertas plantas cultivadas (diccionario de la RAE), para significar 'puta', término soez de una especial fuerza insultante y denigratoria en nuestra cultura tan machista, con sinónimos tales como prostituta, meretriz, furcia, ramera, zorra, fulana, pelandusca.
'Puta' es un término malsonante, como recoge el diccionario de la Real Academia, impropio de personas educadas. Y así es posible que si una persona pública, como puede ser la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, destacado miembro del Partido Popular, es sorprendida diciendo en voz bien audible "Sánchez hijo de puta" refiriéndose al presidente del Gobierno, lo niegue, aclarando que lo que realmente ha dicho es "me gusta la fruta". Eso es posible por la similitud fónica entre 'fruta' y 'puta' y a ese tropo los antiguos lo llamaron con el tecnicismo 'paronomasia', figura literaria que consiste en utilizar una palabra por otra con la que tiene cierta o gran similitud fónica.
El creador o creadora de este hallazgo lingüístico no es desde luego un poeta sino una cobarde deslenguada y maleducada que niega lo que dijo para no aparecer utilizando un lenguaje inadecuado. Pero a partir de este momento, en función del origen convencional del lenguaje y de las complejas relaciones que somos capaces de establecer al hablar entre los términos y conceptos, fruta en realidad se emplea por puta y el presidente del Gobierno ya no solo es un hijo de puta, insulto de grueso calibre, sino también es un hijo de la fruta, lo que ratifica el hecho de que la estructura rítmica y el número de sílabas hagan similares fónicamente las frases "Sánchez hijo de puta" y "me gusta la fruta". !Qué hallazgo tan ingenioso y creativo, qué alarde de imaginación el de esta persona para insultar al presidente del Gobierno de España por la simple cuestión de que es un adversario político a batir! Sin duda es además un sonoro ejemplo fácil de seguir y corear por los afines políticos menos reflexivos, a quienes metafóricamente podríamos llamar 'cabestros', como está ocurriendo.
Que esto lo invente la presidenta por elección democrática de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso, resulta incomprensible, obsceno y nauseabundo políticamente; que lo repita el líder de la oposición, presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijoo, cuando hace tan solo unos días, al compartir un vídeo en su cuenta de Instagram cantando el estribillo Mi limón, mi limonero, entero me gusta más, lo subtitula "me gusta la fruta", según la explicación anterior equivalente a "Sánchez hijo de puta", resulta sencillamente más cobarde, obsceno, asqueroso y nauseabundo por la relevancia de quien lo dice. Es muy grave e inaceptable que en una sociedad democrática moderna y pacífica el jefe de la oposición asuma este lenguaje insultante y tabernario para denigrar al presidente del Gobierno de todos los españoles, le guste o no, en vez de estrenarse haciendo alguna propuesta de interés para todos los españoles; que numerosos individuos, a los que metafóricamente, utilizando la rica complejidad del lenguaje y la relación de semejanza del irreflexivo seguimiento con que siguen al líder de la manada, podríamos llamar, como decía más arriba, 'cabestros', lo coreen o lo exhiban ufanos grabado en sus camisetas, produce pena, náusea y asco y digo asco, es decir, me revuelve el estómago y la mente y no negaré lo dicho, aunque se enfaden, diciendo por ejemplo que lo que quise decir es que "estoy en un atasco".
Tengo que suponer que la misma sensación de náusea genera en los estómagos y en las mentes de las muchas personas de mentalidad conservadora que legítimamente les han votado para gobernar cuando tengan la mayoría suficiente y necesaria, no para insultar al adversario tensionando la vida cívica. A muchas de estas personas las conozco, con muchas tengo una relación cordial, educada y hasta de amistad en muchos casos. Serían incapaces de llamar al adversario político "hijo de puta", al menos en público o en un medio de comunicación, a pesar de la creciente devaluación social de la expresión, minorada por un uso sin los controles de antaño.
Es la hora de finalizar estas tristes reflexiones y del regreso a casa; la ausencia del hogar ya es muy larga, pero qué pocas ganas de volver de la huida veraniega, cuando todo sigue igual o peor y quien aspira a gobernar a todos los españoles no guarda con el presidente a quien quiere suceder el mínimo respeto y buena educación exigible a cualquier ciudadano, sino que dando un paso más asume el insulto tabernario como instrumento de confrontación.
Antonio Marco. Catedrático de Latín jubilado y expresidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.