Por Almudena Sosa Guzmán
Dicen que fuimos "kale borroka", "gamberros", "gentuza".
Sí. Fuimos peligrosamente humanos.
Fuimos esa amenaza que no cabe en sus titulares ni en sus argumentarios: madres con pañuelos palestinos, abuelas elevando pancartas hechas con sus manos, padres desafiando el introyecto de "los hombres no lloran", jóvenes espantados por asistir cada día a una sucesión interminable de niños muertos de hambre, perversamente intencionada. Y enfermizamente celebrada.
Fuimos tan radicales que nos abrazamos. Tan violentos que lloramos juntos.
Tan subversivos que gritamos y nos desgañitamos dando aullido al dolor de 20.000 niños salvajemente destrozados.
Madrileños, castellanos, manchegos... ¡España!
Y sus quijotes ondeando al unísono una única y noble bandera. Incluso argentinos, que interrumpieron sus vacaciones para aportar una gota de agua a este sunami redentor de la sed de Gaza.
Surfeamos la ola impulsada por catalanes, aragoneses, vascos, cántabros, asturianos y gallegos. Otros "terroristas"
Los censores maldicientes, desde sus tribunas blindadas, se escandalizaron. No por los millares de cuerpos mutilados, sino por las pancartas que los nombraban.
Les molestó más el júbilo y exaltación de la unión que el terror de las bombas.
Les ofendió más el paso interrumpido de unas bicicletas que la aniquilación desalmada de seres humanos y la desolación de su tierra.
Y escudados en la defensa del deporte, evangelizaron la deportividad como táctica para lo que mejor saben hacer: convertir la empatía en delito.
Nos llamaron "gentuza" por no callar.
Nos llamaron "terroristas" por no mirar hacia otro lado.
Nos llamaron "kale borroka" porque no sabían cómo nombrar la DIGNIDAD.
Pero lo que se convocó en Madrid el domingo 14 de septiembre fue grandioso, admirable, imponente.
Madrid fue un coro espontáneo de humanidad. Pura armonía de duelo y esperanza.
Fue una fuerza superior y descomunal: Emocionante. Hermosísima.
Una energía que no alcanzan a entender y solo pueden concebir en sus 'cerebros reptilianos', primitivos, como violencia.
De la gente emergió un poderío catártico, balsámico. La potencia que se arma con ternura, la que dinamita el silencio infame con canciones y lemas atronadores de verdad. La que exige justicia sin pedir permiso, y avanza sin atender a los ladridos frenéticos de los inicuos y la resonancia en sus poseídos.
Fue la movilización del pueblo que transmutó en un acto de sanación colectiva. Porque los horrores ejecutados por Israel en Palestina son inabarcables para nuestros corazones, la impotencia se ha instalado como sombra en nuestras almas y la rabia contenida está desgarrando nuestras entrañas.
El 14 de septiembre el pueblo se levantó, cantó, marchó... Y transformó la angustia en fuerza. Fue un grito que cura, un chillido que desata la mudez, un puntapié a las vallas de la represión, un salto que convierte la furia en coraje, una conmoción que despierta la perplejidad mundial ante un GENOCIDIO en 'Prime Time'.
La memoria me trajo la letra sencilla pero vigorosa de esa canción de los 70, 'Viva la gente', del movimiento Up with People, de jóvenes de todo el mundo que cantaban como símbolo de unidad, de fe en el ser humano.
"Viva la gente, la hay donde quiera que vas.
Viva la gente, es lo que nos gusta más.
Con más gente a favor de gente en cada pueblo y nación,
había menos gente difícil y más gente con corazón"
Que el eco de estas palabras retruene en plazas, redes, escuelas o fronteras, porque la gente importa más que los eventos, porque la humanidad no se rinde, y la solidaridad es más fuerte que el miedo.
Y este aliento de la gente unida les enoja.
O LES ATERRA