Aquel 2 de noviembre de 1810 en Molina de Aragón olvidado por la Historia

Publicado por: Marta Perruca
03/11/2025 10:44 AM
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Imágenes: El Decano de Guadalajara
Imágenes: El Decano de Guadalajara

Un terrible incendio redujo a escombros y cenizas Molina de Aragón el 2 de noviembre de 1810. Fue el mismísimo  Napoleón quien firmaba la orden de incendiar la ciudad, que durante la Guerra de la Independencia fue arsenal de armamento, academia militar, hospital y granero de miles de soldados

 

El reloj se apoderaba de la media noche, mientras retumbaba en la oscuridad el murmullo de los tambores y chillaban los clarines que anunciaban el saqueo y las piras que acabarían engullendo por completo la ciudad. No volvería a amanecer esta noble villa de Molina de Aragón. Con los primeros albores y en medio de los hielos y escarchas típicos de estas fechas, la ciudad se convertiría en pasto de las llamas.

 

De la misma manera que el fuego  reducía a pavesas la capital del Señorío, los anales de la historia de España arrojarían al olvido aquel día en el que Molina no despertó en la mañana de un 2 de noviembre de 1810, tal día como ayer, pero hace 215 años.  Así, son escasos los documentos que dan fe de este monumental incendio cuya columna de humo se divisaba desde varios  kilómetros a la redonda y que tardó 16 días en extinguirse. Los franceses exhibían la orden de incendiar la capital firmada por el mismísimo Napoleón a las pocas gentes que quedaron en la villa, alentada por ser ésta la única población española que como lo hiciera el reino inglés, no quiso rendir acatamiento al francés, aunque la asaltó al menos en seis ocasiones e incendió otras muchas.

No son nada desdeñables las zancadillas que pondría este real Señorío a las tropas de Napoleón. Arsenal de armamento -en 1809 se levantaba una fábrica de armas de la que salían hasta 10 fusiles diarios y en la que nacían los cañones de madera reforzados con remaches de hierro que aguantaban entre 15 y 20 disparos-. Tras ser quemada por los franceses en uno de los saqueos del general polaco Koplicki, fue trasladada a diferentes localizaciones como Peralejos, Cobeta y Garabatea.

 

También fue granero, dispensario de uniformes militares, hospital -llegó a habilitar cinco hospitales para curar a los soldados-, academia militar y punto de reunión y reorganización de los ejércitos de Guadalajara, Aragón y Soria, a cuyas Juntas nutría con asiduidad de armamento, uniformes, calzado e incluso soldados.

 

La villa llegó a ser refugio de hasta 20.000 reclutas y en ella configuró el brigadier Villacampa, famoso por sus innumerables campañas en el bajo Aragón, su columna formada por 4.000 soldados. Bajo su mandato luchó el batallón de Molina, formado por 600 contingentes y es recordada en Molina una de las batallas en los campos de Cariñena, en julio de 1810, cuando perdía la vida Celestino Malo, abanderado de la Orden de la Virgen del Carmen. También asistió a las necesidades de Juan Martín “El Empecinado” cuyas campañas se centraron sobre todo en la zona de la Alcarria y la Sierra Norte de Guadalajara.

 

Afortunadamente, para memoria de las hazañas de este Señorío, el Ayuntamiento de Molina encargaba al catedrático e historiador molinés, Anselmo Arenas López,  un libro sobre los hechos sucedidos en estas tierras durante la Guerra de la Independencia, cuando se cumplía el centenario del incendio. El resultado es la obra “Historia del Levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío, en mayo de 1808 y guerras de su independencia” que la Diputación Provincial reeditaría en 2008 y que ha servido de fuente principal para este artículo. Ya en 1910, Arenas se lamentaba de la desaparición de muchos de los documentos que daban fe de lo ocurrido y del extravío de varios meses de actas de las sesiones de la Junta Provincial de Molina. Los legajos que conserva a día de hoy el Archivo Histórico de Molina, como veremos más adelante, son meramente testimoniales.

 

Arenas reproduce el texto de la tragedia que se insertaba en la Gaceta del Gobierno Central el 8 de enero de 1811. A las 8.00 horas de la mañana del día 1 de noviembre unos 3.000 hombres, a las órdenes del general Roquet  -a los que quizá se le uniera una división de 1.500 hombres del general polaco Klopicki- entraba en Molina de Aragón. Los molineses habían huido a los montes, como ya lo hicieran otras veces. La Junta Provincial de Molina era consciente de que la escasa población de la villa -el partido judicial del Señorío, formado por 85 pueblos, contaba con alrededor de 6.000 habitantes- no podría hacer frente a un ataque directo contra las tropas de Napoleón.Tras saquear las casas y profanar los templos, en la madrugada del día siguiente, los franceses “pusieron fuego por todas partes a los edificios”.La Gaceta de Valencia del 13 de noviembre de 1810, señala que para ello utilizaron leña, alquitrán y otros combustibles y añade que los vecinos de los pueblos limítrofes de Castilnuevo, Novella, Escalera, Alcoroches, Rillo y Tartanedo acudieron a apagar el fuego y a prestar auxilio, “pero una falsa voz de que volvían los enemigos hizo desamparar su generosa empresa por algunas horas y aún en el día de la fecha, continúa el incendio”.

 

El fuego no se cobró vidas

Las llamas no se cobraron ninguna vida, a pesar de que, según explicaba Francisco López Pelegrín, diputado en la Junta Central por Molina y alcalde de la misma tras la guerra, en su exposición, muchos fueron los que quedaron sepultados por los derrumbes y que aparecían días después bajo los escombros sin ningún rasguño. Pero sin techo, industrias, comercios, talleres o herramientas, los molineses tuvieron que malvivir durante largas temporadas refugiados en las cuevas de la Sierra, acosados por las temperturas extremas famosas en los páramos molineses.

 

Aquello sacrificados molineses que, según la crónica de Anselmo Arenos, cantaban mientras retiraban las postrimerías de su ciudad, que prefirieron ver arrasada  antes que entregada al francés, todavía esperan el auxilio de la Junta Central, de la que sólo heredó un título de ciudad, ya reconocido en los antiguos fueros de la villa, y el derecho a un monumento conmemorativo en forma de pirámide que nunca llegó a construirse. 



Más de 600 edificios fueron devorados por las llamas

Anselmo Arenas en su “Historia del Levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío, en mayo de 1808 y sus guerras de la independencia” cuenta en más de 600 las viviendas arrasadas tras el incendio ordenado por Napoleón, además de otros tantos edificios civiles y eclesiásticos. "De las barriadas que desde la puerta del Chorro van a la de Valencia -señala-, no quedó más edificio en pie que la solidísima casa Pintada (Palacio del Marqués de Manila), inaccesible al fuego, y los templos de San Martín y San Juan a él contiguo"; el hospital de Santo Domingo, adosado a éste, desapareció y de la Losada sólo quedarían las casas de Arias y Hervás.

 

En el centro de la ciudad, las plazas y calles de Cuatro Esquinas, Trespalacios (antes Traspalacios), del Río, Chorro, Boteros, Quemadales, Santa Clara, ect. no quedó un edificio en pie.

 

De las faldas meridionales del castillo no se salvaron  ni los antiguos templos. De las calles Arriba, Abajo y Puerta del Baño, sólo algunas construcciones sólidas como la Casa del Moro y las adosadas a Santa María del Conde y Puerta del Baño quedaron derechas. El arrabal de la Puerta del Chorro quedó completamente destruido. En la Plaza de San Martín sólo se salvaron las casa de Ruiz Torremilano, adosada a la puerta de Valencia y otra en la subida de San Felipe.

 

En la calle de la Vinadería sólo la de la Comunidad y el Granero.

 

En la plaza Mayor ardieron el Ayuntamiento, la Audiencia, las casas de Tavira, Don Luis Ruiz Fernández, la del Corregimiento, etc, con cuyo motivo la plaza se hizo luego mayor. Solamente los arrabales extremos tuvieron más fortuna por estar más apartados y tener menos importancia.

 

Hasta los templos sufrieron una mutilación inmensa, según indica Anselmo Arenas. El Beatorio de Santa Librada desapareció por completo y apenas se descubren de él los cimientos, así como Santa Catalina - o Santa María del Collado como se llamaba antiguamente- con su cementerio fue también quemada. Fueron pasto de las llamas del mismo modo San Bartolomé, el Ecce Homo y la contigua ermita de San Sebastián, San Roque y San Lorenzo. El fuego alcanzaba del mismo modo a Nuestra Señora del Humilladero o de la Soledad, aunque resistió las llamas y todavía perdura en el barrio con el mismo nombre. San Lázaro, iglesia y hospital despúes, llamada Santa Lucía, frente a la subida al cementerio, fue también reducida a escombros. San Juan del Arrabal y todos los oratorios desaparecieron entre el fuego. Y aunque San Gil, San Miguel, San Martín y San Pedro sobrevivieron, conservan aún en sus muros exteriores la patina de las llamas que los rodearon.



Las Cortes de Cádiz: Los premios a una ciudad en cenizas

Como reconocimiento a "la heroica conducta de los habitantes de la villa”, la Comisión de Premios de la Junta Suprema Central le concedía el 8 de julio de 1811 el título de ciudad y la construcción de un monumento conmemorativo en forma de pirámide. Un año más tarde, el 9 de julio de 1812, las Cortes Constituyentes de Cádiz ratificarían el acuerdo, decretando que: “Deseando premiar de un modo duradero la lealtad y heroico patriotismo de la Villa de Molina, cuyos habitantes lejos de ceder de su entusiasmo y constancia al ver abrasada -en la mañana del 2 de noviembre de 1810- más de 600 casas de us población a impulsos de la ferocidad de los enemigos y de su bárbaro caudillo Roquet, se inflamaban con mayor amor a la patria celebrando más mirar abrasada a Molina que entregada a los franceses, decretan: “1º. La Villa de Molina tendrá desde ahora en adelante, el título de ciudad. 2º. Cuando las circunstancias lo permitan se levantará en el lugar más oportuno de dicha ciudad una pirámide, que constantemente recuerde a la posteridad su conducta heróica en grado eminente. Lo tendrá entendido la Regencia del Reino para su cumplimiento y lo hará imprimir, publicar y circular”.

 

No obstante, dicho monumento, jamás llegó a levantarse, ni siquiera a petición del Ayuntamiento de Molina con motivo de la celebración del centenario en noviembre de 1910.

 

Los restos de la Guerra en el Archivo

Los documentos que conserva el Archivo Histórico Municipal de Molina de Aragón sobre la Guerra de la Independencia son escasos y apenas elocuentes en lo que se refiere a su Junta Provincial, nacida como suprema y elegida por sufragio universal entre todos los cabezas de familia de los 85 pueblos que formaban su jurisdicción en 1808. La mayoría de los legajos corresponden a la Junta Superior de Aragón y parte de Castilla, en la que fue diputado por Molina, Francisco López Pelegrín, que marcharía después a Cádiz. De ella tenemos el acta de instalación, en mayo de 1809;  un documento con noticias que da el secretario de la misma sobre los movimientos de las tropas francesas, fechado en 18 de septiembre de 1809; una proclama con motivo de la pérdida de Zaragoza  de mayo de 1809 firmado por López Pelegrín y una circular sobre las exenciones del  servicio militar, que fue concedido por esta  misma Junta.  De la de Molina sólo recogería el estado de la pagaduría del 7 de diciembre de 1811 al 2 de mayo de 1813 en que cesó sus atribuciones por haberse instalado ésta en la Diputación Provincial.

 

Destaca el cartel que se elaboró con motivo de las “Fiestas del Centenario de la destrucción de la ciudad por los franceses”, según reza en su encabezado, con diversos actos que iban del 2 al 6 de noviembre.  El día 2 de noviembre de 1910 Molina amanecía con el clamor general de las campanas de todos los templos. A las 10.00 se celebrarían unas solemnes honras fúnebres en la iglesia de San Gil.

 

El programa se completaría con un acto oficial del batallón ligero de voluntarios de Molina, gigantes y cabezudos, una gran corrida de toros,  baile popular, fuegos artificiales y una misa de campaña. Además, se descubría una lápida conmemorativa de la ciudad dedicada a los héroes “que tan alto nombre dejaron al noble Señorío” y se puso la primera piedra de un prometido monumento que nunca llegó a construirse.

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