Me pongo a escribir este artículo en pleno Halloween, fiesta que no logro sentir como mía.
Esa costumbre tan americana del truco o trato se nos ha colado hasta la cocina, al tiempo que otras formas más castizas de ir a pedir dulces por las casas se han perdido o van debilitándose. Si sabes lo que es el aguinaldo o has gritado aquello de bautizo cagao, que a mí no me han dao, si cojo al chiquillo lo tiro al tejao, eso significa que, como yo, ya vas teniendo una edad.
Quizá por eso es que siento la fiesta de todos los Santos como más mía, con su obligada visita a los cementerios florecidos, los buñuelos de viento y los huesos de santo.
Es difícil no pensar en la muerte en estos días. Y no tenemos más remedio que asumirla como parte de la vida, pero cuando es producto de la violencia, el odio, la ambición o la indiferencia, cuando la crueldad de tantas muertes sin sentido, producidas por el hombre, clama al cielo, ¿podemos creer que la paz es posible? ¿Podemos creer especialmente en estos momentos de tanta tensión entre las grandes potencias, de tanta barbarie que nos sirven en imágenes cada día, de esos líderes políticos que provocan sin despeinarse tanto derramamiento de sangre inocente, de esos otros que son incapaces de dar más solución que aumentar y aumentar el gasto militar, de esas organizaciones internacionales nacidas para velar por la paz y la justicia y que parece que no sirven para nada?
Según los registros históricos, no ha habido ni un momento en que no haya existido en algún lugar del planeta alguna guerra o forma de violencia institucionalizada. En la actualidad, además de la guerra de Ucrania, Gaza y Sudán, que son los conflictos bélicos más mortíferos, hay más de un centenar de conflictos armados de mayor o menor intensidad, por no hablar de las masacres por motivos étnicos y religiosos que están sucediendo en distintos lugares del mundo. Así pues, la posibilidad de la paz como ausencia total de conflicto parece algo completamente utópico.
Pero ¿qué pasa si esta dinámica de la historia nos hace perder la esperanza? ¿Y si todo el mundo se rinde a la impotencia?
A mí llamadme ingenua, pero no quiero rendirme; quiero pensar en la enorme capacidad de construcción del ser humano, quiero soñar con un mundo que ponga a la educación y a la literatura en el lugar que se merecen. ¿Y por qué hablo de educación y literatura?
De educación, porque creo que la paz empieza en lo pequeño, en lo cotidiano: una madre y un padre que enseñan a sus hijos el valor del respeto y la justicia; un maestro o maestra que enseña tolerancia con sus actitudes, a resolver conflictos sin agresiones o a mirar lo diferente sin miedo ni odio.
Y hablo de literatura porque nos enseña la otra cara del conflicto. En los libros de texto nos han contado lo que pasó, quién invadió, quién ganó o perdió. Vemos cifras, fechas, mapas, gráficos… nunca rostros. Pero la literatura hace visibles esos rostros, les pone nombre, nos introduce en sus vidas y nos hace sentir con ellos.
La literatura nos hace ver, por ejemplo, el fusilamiento de Paco el del Molino en Réquiem por un campesino español, la dignidad con que se enfrenta a una muerte injusta sin renegar de sus ideas, mientras el cura que lo bautizó contempla la escena con profunda emoción y sentimiento de culpa.
En Los Miserables no podemos dejar de conmovernos con Gavroche, el niño que muere cantando en las barricadas mientras recoge cartuchos para sus compañeros.
Y la joven Ana Frank, a pesar de todo su sufrimiento, sigue manifestando en su diario su convicción de que las personas son buenas en el fondo.
¿Y si hubiera en los centros educativos una asignatura que se llamara Literatura para la paz? Quizá sería una forma de acabar con esa forma tan aséptica que tenemos de aprender sobre la guerra: sin sangre, sin dolor, sin ruido…
Pero claro, para conseguir que nuestros estudiantes puedan conocer a todos esos personajes a través de la lectura primero es preciso que se aficionen a leer. Y la afición a la lectura hay que trabajarla desde la más tierna infancia, desde esos primeros cuentos que leemos a nuestros hijos antes de irse a dormir. ¿No es bonito pensar que cuando acercamos la buena literatura a la infancia y a la juventud, estamos poniendo un ladrillo, por diminuto que sea, para construir la paz.
Ahí lo dejo. Grano a grano se llena el granero.
Asun Perruca. Maestra y escritora.