Por Rafael Cabanillas Saldaña
Sin ser gran admirador del arquitecto Santiago Calatrava, tan criticado -y judicializado- por sus controvertidos proyectos mal ejecutados y con desorbitados sobrecostes, debo reconocer que cuando vi por primera vez su Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, me quedé absolutamente estupefacto. Boquiabierto, ante esa construcción futurista que parecía emerger del agua para lanzarse al universo como una cápsula espacial. Una genialidad.
Porque, más allá de la originalidad y belleza de esas falsas cúpulas blancas y de ese gigantesco mástil del puente que se clava en las nubes como una lanza, hay un halo de espiritualidad. Para mí, que no soy creyente, como si expresaran un grito, un aullido animal, un clamor al cielo.
Para lanzar ese grito al espacio, está también la acústica interior de esas altas galerías abiertas, curvadas y diáfanas como las naves de las catedrales, llenas de contrafuertes y arbotantes de hierro que multiplican la resonancia y el eco. Para que ese alarido, esa súplica o deseo de alcanzar el cielo, se escuche mejor. Con una nitidez precisa y necesaria. Revolucionaria.
Los artistas crean sus obras sin saber ellos mismos cuál será su destino. Porque ese destino acontece en ocasiones cuando ellos ya han desaparecido, tras ser menospreciados en vida. Estoy pensando en Van Gogh, muerto de un disparo en el pecho después del episodio de la oreja, habiendo sido ingresado en un psiquiátrico. O en Mozart, fallecido a los 35 años acosado por las deudas y enterrado en una fosa común en Viena. No es el caso de Calatrava, que ha gozado en vida del éxito, la fama y los millones. Pero me refiero al destino de las obras: ¿Quién iba a imaginar que unos Girasoles o ese Réquiem, estaban destinados a ser unas de las más extraordinarias creaciones artísticas del ser humano? Pues bien, esa Ciudad de las Artes ubicada en el antiguo cauce del río Turia para evitar, paradójicamente, inundaciones, y en concreto su Museo de las Ciencias, ha estado esperando 27 años para cumplir su verdadero destino: Celebrar el homenaje a las 229 víctimas de la DANA. Un cuarto de siglo esperando para encontrar su sentido y su esencia en tan solo unos minutos: Honrar y hacer justicia a los muertos y a los damnificados.
De tan desoladora tragedia, exceptuando los 7 fallecidos de Castilla La Mancha y 1 en Andalucía, hay un máximo responsable político y penal. Se llama Carlos Mazón y era el 'Molt Honorable' President de la Generalitat. A pesar de los múltiples avisos, realizados por activa, por pasiva y por circunfleja, por la Aemet, que colgó la alerta ROJA a las 7:36 de la mañana, por los servicios de Emergencias autonómicos y por la consejera Pradas con reiteradas llamadas telefónicas, Mazón no cumplió con sus responsabilidades. No solo por omisión, no enviando la alarma a los móviles de los valencianos hasta las 20:11 h., cuando la mayoría ya estaban muertos, sino por lanzar mensajes contradictorios y perniciosos. Por ejemplo, tildar de "exagerada" la medida de la Universidad de suspender las clases, declarar a las 12.00 en una rueda de prensa que, según las previsiones, la DANA se estaba desplazando hacia Cuenca y disminuiría su intensidad a partir de las 18:00, congratulándose de que no hubiera "alerta hidrológica". De esta manera, los valencianos, que fiaban su seguridad y la de sus familiares a la 'honorabilidad' de su presidente, podían estar tranquilos.
Después, como todo el mundo sabe -aunque ha costado-, tras desmontar las mentiras y mentiras de Mazón y su gobierno, el presidente se marchó a las 14.45 h. a comer con la periodista Vilaplana al Ventorro. Comida, sobremesa, más acompañamiento al parking. Lo que duró CINCO HORAS. A las 19:45 regresó a su despacho y a las 20:28 entró al Cecopi, que es donde debería haber estado desde las 17 h. que empezó la reunión y no alargando esa comida hasta la eternidad, mientras su gente se estaba ahogando. Porque de haber estado ahí, el envío de la alerta no se hubiera demorado tanto. Una alerta que habría salvado vidas de haber sido enviada en su momento, por ejemplo, a las 16, a las 17 o a las 18, y no a las 20.11 h., cuando ya estaba todo perdido. No parar tu almuerzo, mientras tu consejera te avisa de la extrema gravedad en Utiel y el posible desbordamiento de la presa de Forata (8.000 muertos habría provocado), es de una vileza incalificable.
La mayor desvergüenza e inmoralidad que se ha visto en un político en muchos años. Un acto inhumano de irresponsabilidad y negligencia ante tanto dolor y tanto daño. 221 cadáveres de hombres, mujeres, ancianos y niños. Una indignidad que pasará a la historia universal de la infamia. De la humanidad y no de la política, pues esto nada tiene que ver con partidos ni ideologías.
Desde entonces, hubo 12 manifestaciones multitudinarias en Valencia pidiendo su dimisión. Miles y miles de personas representando a las víctimas y a más de 200 organizaciones sociales. Gritando hasta quedarse sin voz, pero sin conseguir su objetivo: ¡Mazón dimisión! Innumerables e idénticas peticiones en les Corts Valencianes, sin darse por aludido. Ríos y ríos de tinta en los periódicos, horas y horas de informativos y tertulias en los medios, desarmando sus mentiras de dónde estaba, con quién comía, a qué hora salió o entró a tal sitio y con qué ropa iba vestido. Una obscenidad para el respeto que se debe a los muertos. Y la persecución judicial, aunque indirecta por su aforamiento, que cada vez lo tiene más acorralado en su ineptitud y abyección, pero sin conseguir tampoco su dimisión.
Así un año completo, sin que se le cayera la cara de vergüenza. Eso sí, con el total apoyo de su partido y sus dirigentes, también de los colegas de VOX que lo sostienen (los dos se cargaron nada más llegar al gobierno la Unidad de Emergencia Valenciana, argumentando que era un "chiringuito", empleando ese dinero en toros), aplaudiéndole y con alabanzas tan nauseabundas que, si fueras un familiar de una de las víctimas o hubieras perdido tu casa, tus bienes, tu negocio, serías capaz de cometer un estropicio.
Un año completo, con sus meses, sus días, sus horas y sus minutos, sin dejar de pensar en tu hijo o en tu madre que se llevó la corriente del río. Mientras Mazón comía, merendaba y, si me apuras, cenaba, con mil halagos a la Vilaplana. Vomitivo.
Hasta que llegó la fecha esperada. En el lugar que Calatrava, sin saberlo, había diseñado y construido para tal conmemoración. El aniversario de 229 muertos. Con esa acústica donde retumban las verdades como bombas. Por mucho que te tapes la conciencia y los oídos.
A las 18 horas, los invitados toman asiento. Solemnidad, dolor, lágrimas y silencio. El blanco en vez del negro. Como hacían los griegos. El blanco del luto simbolizando la pureza y el renacimiento, el desapego de lo material: llegaste vacío y te vas vacío. Mientras resuenan, con más sentido que nunca, los versos de Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir". Como si también los hubiera escrito, hace 549 años, para este momento.
La solemnidad viene por la tristeza, la injusticia y la incomprensión. Por la presencia de las máximas autoridades del Estado: los reyes, el presidente y vicepresidentes del gobierno, del congreso, del senado, ministros y ministras, presidentes autonómicos, incluido Mazón, alcaldes y alcaldesas, y en el lugar más destacado los familiares de las víctimas. Solo faltan los dos máximos representantes de la oposición, otros dos cobardes, con sus excusas impúdicas, porque a lo que no se atreven es a enfrentarse a la mirada de esos familiares preguntándoles: ¿Por qué sostenéis y jaleáis a Mazón? Solemnidad por ese espacio que los acoge, tan elevado, anclado en esas espinas dorsales blancas de la rabia y el dolor. Las banderas, la música, las flores rodeando el catafalco central escalonado, liso y gris, espartano, sin una inscripción, porque no caben tantos nombres de muertos.
De pronto, con una valentía admirable y sin temblarle la voz, una mujer, sentada a escasos metros de las autoridades, se levanta y, dirigiéndose a Mazón, le grita: "Rata. Asesino. Puto cobarde. Nos has jodido la vida. Rata cobarde eres. Cabrón asesino. Miserable. Hijo de puta. Con la periodista, cuando estaba la gente ahogándose. Cobarde. Que has matado a nuestros familiares".
Al momento le siguen otras mujeres, igual de valientes y rabiosas, con sus palabras tronando: "Asesino. Cobarde. Cómplice. Traidor. Ríete, ríete de nosotras viniendo aquí. Cabrón. Miserable". Y la gente, con el corazón en un puño, aplaude.
A los pocos días dimite Mazón. Lo que no había conseguido nadie a lo largo de un año de protestas, lo han conseguido cuatro mujeres en un minuto. Dice que se va porque "ya no puede más". Manteniendo su aforamiento, su sueldo de diputado, despacho, dos asesores, coche oficial y chófer vitalicio, y planteándose una baja médica. ¡Pobrecillo! Despidiéndose igualmente con su indignidad. Porque las que no pueden más son esas madres que han perdido a sus hijos. A sus maridos. A sus padres y a sus hermanos. Y aguantan. Llorando y apretando y rechinando los dientes. Aguantan sostenidas por el dolor y la rabia, y por la necesidad de hacer justicia en honor a sus muertos. Una obligación vital, animal, telúrica, de la profundidad de la tierra y del interior de sus vientres, que tiene mucho – todo – que ver con ser mujer y la lucha por la supervivencia. La de su prole, antes que la suya. Dar vida que nadie te puede arrebatar. Un grito, un aullido, en ese espacio y delante de toda esa gente, que también pasará a la historia. Actos valientes -la negra Rosa Parks no queriéndose levantarse de su asiento en el autobús reservado para los blancos, el guante negro en alto del medallista Tommie Smith, motivo por el que es expulsado de los Juegos Olímpicos- que remueven conciencias y movilizan a la sociedad para cambiar la existencia. Cambiar para conseguir un mundo mejor. Mujeres haciendo justicia. Con un alarido que pone el planeta patas arriba.
Nosotras y nosotros, aunque no estemos llamados a actos de tanto coraje y valor, tenemos siempre el poder colectivo en nuestras manos, en cada gesto humilde, participativo, aportando el pequeño grano de arena capaz de mover montañas y llenar los desiertos.
Rufián, siempre valiente también y acertado, cuando se supo lo del parking y se hablaba del reiterado desprecio a las víctimas como si fueran sus enemigas, dijo: "Mazón es un psicópata. Pero es un psicópata con cómplices. Que se llaman Abascal y Feijoo". Estos dos que están negociando ahora un sucesor, poniendo sobre la balanza de su lonja las vidas de los menores migrantes. Expulsión y cupos al peso. Sin escrúpulos, mezclando niños con ahogados. ¡Qué asco!
Por tanto, cuando mañana convoquen elecciones, vais de nuevo, corriendo, a votarlos.
Rafael Cabanillas Saldaña. Escritor. Autor de ‘Quercus’, ‘Enjambre’, ‘Valhondo’ y 'Maquila'.