Durante la Semana Santa del año 1957 sucedió uno de esos hechos-anécdota que mejor puede definir la idiosincrasia del carácter molinés, pues hace un retrato descarnado del comportamiento de la gente de todo el espectro social cuando se ve obligada a reaccionar de inmediato ante una situación ciertamente imprevista y altamente comprometedora. Eran años donde, desde el poder (Estado e Iglesia), la Semana Santa imponía a la fuerza un luto oficial cuya finalidad no era otra que la de invadir y contaminar todas las conciencias con la pretensión de que toda la sociedad viviera, sufriera y, sobre todo, exteriorizara (como plañideras de reparto) su dolor por la pasión y muerte de Jesucristo.
Al Régimen le importaba poco que las gentes tuvieran más o menos fe, pero pobre del que no lo demostrara públicamente, le podía caer hasta una buena multa. Las actividades económicas (el campo, comercio y talleres) prácticamente se paralizaban y las de ocio quedaban reducidas a echar unos chatos de “cuerva”, una especie de sangría sin alcohol (aunque llevaba vino) porque debían cerrarse los bares y tabernas durante las procesiones y demás actos litúrgicos, que eran muchos.
En esas circunstancias, debía ejercer su labor pastoral D. Nicomedes, cura párroco de San Gil. D. Nicomedes pertenecía a la famosa familia de los “Chocolateros”, cuyos miembros siempre se habían distinguido por su vivacidad, ingenio y un inteligente sentido del humor. En aquellos años, se permitían el lujo de ejercer y disfrutar de una libertad, en todos los sentidos, que al resto de la gente, (aunque en verdad les resultaba demasiado transgresora) en el fondo les producía admiración por la grandísima habilidad que demostraban en vivir y hacer lo que querían sin que nadie, ni siquiera el Régimen, se sintiera molesto ni ofendido.
Como os podéis imaginar, D. Nicomedes era gran conversador, dicharachero, ocurrente y buena gente. Atesoraba grandes virtudes , pero entre sus escasas debilidades se encontraba la pasión por los juegos de naipes y muy especialmente por el “subastao”. La Semana Santa , como época vacacional, favorecía la llegada de muchos molineses “exiliados” en Madrid, Zaragoza y otras latitudes entre los que se encontraban sus grandes amigos y compañeros de partida, por lo que había reservado mesa en el Casino de La Amistad para echar la partida todos los días de los “juevesantos” que es como se denominaba familiarmente a la Semana Santa.
Es verdad que el obispo estaba un poco “mosca” con D. Nicomedes, pues los informes que le llegaban no hablaban bien de su dedicación y celo pastoral, por lo que le exhortó a hacer un esfuerzo extra en esa época, debido a que el pueblo estaba lleno de gente y que, además, debía facilitar el cumplimiento del precepto de la Iglesia Católica, que por aquel entonces obligaba a todos los bautizados en Cristo a comulgar al menos una vez al año por “Pascua Florida”.
Así las cosas, D. Nicomedes había quedado en el Casino con sus buenos amigos, quienes le recibieron sentados tomando café y con el tapete y baraja preparada sobre la mesa. Mayor tentación no cabe para un empedernido jugador de cartas, pero por otro lado su propia conciencia ( y el Obispo) no lo dejaban en paz, y les pidió a los compañeros media hora de cortesía, tiempo que estimó suficiente para confesar a los “cuatro gatos” que a esas horas habría en la iglesia y de esta manera volver a echar la partida, habiendo cumplido con Dios y con el Obispo.
Cuál no sería su sorpresa, cuando, al entrar en la iglesia contempló a una multitud sentada en los bancos que estaba haciendo cola para confesar. Si empezaba a confesar gente tendría faena para varias horas y, además del tostón que suponía escuchar una retahíla de “pecadillos rutinarios”, ¡¡¡Se perdería la partida con los amigos!!!.
Con un golpe de lucidez preguntó a la feligresía en voz alta :
-¡Los que vengan a confesar que levanten la mano!
Automáticamente se levantó un bosque de brazos. El problema estaba servido, así que tenía que improvisar una urgente solución a la mayor brevedad posible. Dicha solución, por imaginativa e inteligente, solo podía ser obra de un “Chocolatero”. Se dirigió nuevamente a los feligreses de la siguiente manera:
-Bien, pues vamos a hacer una cosa. Todo aquel que venga a confesar pecados mortales que se ponga en los bancos de la derecha. Y el resto, que supongo que tendrán solo pecados veniales, que se pongan en los bancos de la izquierda.
Como era de esperar la bancada de la izquierda de llenó, permaneciendo vacía toda la de la derecha. (¡¡¡Cualquiera confesaba públicamente haber cometido pecados mortales!!!. Al ver el resultado, D. Nicomedes les conminó a rezar un padrenuestro con el que quedarían absueltos y de inmediato salió corriendo para el Casino.
¡¡¡ Grandioso!!!
Ernesto Esteban es presidente de la Asociación Cultural Tierra Molinesa