Por Ernesto Esteban
Al benjamín de los hijos varones del tío Curro lo “nacieron” a final de la década de los cuarenta y, salvo en la estatura (ambos eran bajitos) no se parecía en nada a su progenitor. Epimenio era alegre, extrovertido, sociable y bastante hedonista. Gustaba de ir como un pincel, en la medida que su humilde economía se lo permitía, teniendo fama de pulcro y muy aseado, aspectos éstos que le hacían destacar sobre la mayoría de los mozos de su edad, que llegados a la cuarentena ya vestían y se comportaban como auténticos ancianos, otorgándole una clara ventaja en el sector de las mozas del pueblo.
En aquella época, las actividades más importantes que desarrollaban la mayoría de las gentes del pueblo para ganarse apenas la subsistencia eran, por un lado, una agricultura muy precaria por sus condiciones (arado romano y un mosaico de minifundios) e incierta por un clima “rebordecido” contra el que no se podía hacer nada (salvo rezar) y, por el otro, el pastoreo de ganado, mayoritariamente lanar, en pequeños hatajos familiares.
Todas las labores agrícolas se realizaban mediante “tracción animal” y toda la supervivencia dependía de la cantidad de animales que se tenían, de ahí que la máxima preocupación de cualquier familia consistía en garantizar el “biocombustible” necesario para todo el año: Paja, hierba, patatas y la mayor cantidad de cereal posible. Con eso se alimentaba la mula y/o el burro, el gorrino, la cabra, las gallinas…y la familia. Recuerdan los viejos del lugar (exagerando un poco) que en aquellos tiempos causaba mayor desgracia en una familia la muerte de la mula que la de un hijo.
La élite económica y social del pueblo, en primer lugar, la formaban las familias que tenían un miembro con “Don” (título académico), es decir, el médico, el cura, el veterinario, los maestros y algún funcionario. En segundo lugar, figuraban las dinastías de “tratantes” o comerciantes. Los “tratantes” (Sobre todo en Alustante y Maranchón) se dedicaban a la compraventa de animales necesarios para las labores agrícolas (mulas, machos, burros y caballos) mediante la técnica del “trato”, una habilidosa negociación entre particulares de la que eran consumados expertos. Y en tercer lugar y a gran distancia, figuraban los grandes ganaderos, quienes, a pesar de ganar muchos “duros”, carecían de la “clase” suficiente para alcanzar a codearse con la “gente bien” del pueblo.
A este último grupo pertenecía el tío “Marianutas”, hombre rudo y muy trabajador, dedicado por entero al cuidado y negocio de sus ovejas, lo que le impedía ocupar el lugar que por su economía familiar le podía corresponder dentro del estatus de la vida social del pueblo (Tampoco tuvo ningún interés en ello).
Pues sucedió que una de sus hijas que era del tiempo de Epimenio (caprichos de la Naturaleza) con el desarrollo de la adolescencia dejó a todos boquiabiertos por la belleza de su físico: Rubia,alta, guapa y muy “flamenca”. Ni que decir tiene que volvió locos a todos los mozos y llenó de malicia envidiosa a las mozas de su edad. Epimenio también padeció las fiebres que le causaban su “revolución hormonal ” y la pretendió insistentemente. Contaba con ventaja ante el género femenino (descrita anteriormente) por lo que ella también valoró positivamente las virtudes de Epimenio y comenzaron a vivir un romance clandestino pero indisimulado. No había transcurrido mucho tiempo desde que comenzaron a verse cuando el asunto llegó a oídos del tío “Curro”, quien aprovechando que los dos hicieron un viaje a por leña le preguntó:
- Epimenio, me han dicho que tonteas con la hija de Marianutas. ¿Es eso cierto?
Epimenio se puso colorao como un tomate, y contestó:
-Sí padre, es verdad. Me gusta mucho.
Entonces el tío “Curro”, con el vozarrón que le caracterizaba, sentenció:
-Piénsatelo bien, hijo mío. Que para “ *sacar la cuadra” tiempo tienes.
* Sacar la cuadra consistía en limpiar periódicamente las “residencias” donde se alojaba a los animales (gorrinera, cuadra, gallinero etc) retirando manualmente todos sus excrementos (boñigas, cagarrutas, gallinaza, purines etc) para emplearlos posteriormente como abono orgánico. El más cotizado de todos (antes de la llegada del nitrato de Chile) sigue siendo el “sirle” de las ovejas. Era el trabajo más penoso y desagradable del que todos huían , y a veces el amo lo utilizaba a modo de castigo con los criados más débiles o perezosos.
Ernesto Esteban es presidente de la Asociación Cultural Tierra Molinesa