OPINIÓN. Socialismo versus 'estado (más bien Estado) de bienestar'

15/12/2025 08:00 AM
Reprods.: 55

Por Santiago Araúz de Robles

 

A poco que miremos, aunque sea de reojo, a las sociedades europeas, a las occidentales en general, hemos de concluir que están al borde de su fracaso, de su intrínseca insuficiencia. Y la manifestación de esa situación es el crecimiento de los extremismos populistas, de izquierdas y de derechas. Es decir: se reconoce que el mal estado social creciente en que estamos tiene una causa política para la que se proponen soluciones políticas, claro. Malas soluciones políticas.

 

Porque si se reflexiona sobre el estado de la cuestión, se advierte que, desde finales del siglo XIX, todo a lo largo del XX y en lo que llevamos del XXI (hasta el actual momento de protesta, cada vez más violenta) las naciones han tenido gobiernos socialistas que han impuesto (porque los socialismos se han hecho ideológicos, en lugar de 'técnicos') economías socializantes. Es decir, economías dirigidas, con escaso aprecio de la iniciativa privada, expansión de las gratuidades (o sea, creciente y/o básicamente subvencionadas), y publicidad dirigida al autoelogio, a la incitación al consumo y al ocio, o todo lo que sea huir del esfuerzo, prescindir del mérito, y propiciar en normas, actitudes y publicidad partidista de todos los ocios. Y los consumos. Las subvenciones, o la reducción de jornada laboral, y la ceguera ante el absentismo y la congelación de la productividad no obstante los 'históricos' avances técnicos progresivos y ahora explosivos, son un test de la realidad actual. Junto a una cultura del placer por el placer y los ocios. La historia socialista agotó su tiempo.

 

'El socialismo' como marea se hizo imparable con la revolución industrial. El campesinado subía un peldaño, en todos los sentidos: la urbe como entorno vital, la mayor riqueza a repartir- aunque se repartiera mal-, y la apertura hacia el emprendimiento y las profesiones liberales, cada vez más necesarias en un sociedad interrelacionada, y por tanto conflictiva, en todo. Y exigente: porque el hombre, además de deber ser exigente consigo mismo (cuando san Agustín recapacita en que in interiore homini hábitat veritas está haciendo también, y sobre todo quizás, una proclama temporal, cada hombre es responsable del bien común), 'aspirante' además a lo que durante centurias se olvidó: el confort vital.

 

Hasta la sociedad industrial prevalecía como única regla social (en lo material) el axioma romano: honestum vivere, alterum nom laedere et suum cuique tribuere. Bastaba, no había reivindicación de más, ¿y a quién? A partir de cierto momento se añadió la obligación de 'contribuir' al bienestar general con un nuevo axioma: "De cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades". Se recibió con alborozo colectivo, aunque soterrado, la justicia distributiva, que no solo fue un bien para las cada vez más escasas 'manos muertas', que empezaron la mejora personal que suponía entender de ese requerimiento, sino, por supuesto, también y sobre todo a los 'jornaleros'.

 

Pero el Estado debería haber entendido sus radicalmente nuevas, y propias -como gestor del poder y de la caja común enormemente enriquecida- sus propias obligaciones. Y durante algunos períodos lo ha asumido, con regímenes diferentes, desde el liberalismo social inglés a los nacionalsocialismos. Sería injusto y denotaría injusticia, por ejemplo, no reconocer que en España la seguridad social universal la implantó durante el régimen el 'camarada Girón de Velasco'.

 

¿Pero han cumplido los Estados su tarea de hacer cultura del esfuerzo y la creatividad de los ciudadanos para sostener las nuevas estructuras productivas que nos van siendo necesarias? Fíjense en un rasgo: tan solo en Inglaterra al partido de los socialistas se le denominó 'laborista'. Es decir, trabajador, responsable de la creación de la nueva riqueza a repartir, entre los mismos trabajadores pero también con el resto de la sociedad. Como, en algún momento, tendrá que pensarse en socializar a 'las tecnológicas', si no se quiere que asalten el Poder, con mayúscula, y, dado que el Poder es insaciable, cultiven las guerras, productivas y expansivas. Y en eso estamos, o mejor no estamos. Añorando el mal ejemplo de la revolución soviética, es decir de clanes expansivos y violentos, y, que acabó en la ruina económica de 'todas las Rusias'. No se nos ocurre sino movilizar las calles (puesto que el campo se ha despoblado, carece de voz viva), pero sin decir, al menos hasta ahora y en un susurro de autoconciencia: ¿Hasta dónde debo aportar mi esfuerzo, hasta dónde limitar mis pasiones consumistas y de 'fare niente', hasta donde debo exigir a los gobiernos que nos exijan, en lugar de regalarnos nuestra propia vida personal y social?

 

No nos engañemos por más tiempo, en ningún lugar y especialmente en España, donde a los vicios de este 'primer mundo' en caducidad, se unen demandas inconscientes propias de los 'pueblos nuevos' -que crezca el PIB aunque crezcan más los suburbios y las bolsas de pobreza, como revelan estadísticamente Cáritas, Foessa…-, en que los gobernantes ni aportan ciencia, ni cultura histórica, ni profesionalidad, ni ese desprendimiento de quien se ganó su propio status -pongo por ejemplos menospreciados a Amancio Ortega o a Juan Roig-. Por lo se distinguen los ahora gobernantes es por su avidez de mando, ¿su popularidad regalada?, y el sueldo fijo y a amarrar, moviéndose por los aledaños de la corrupción, o en plena charca.

 

Europa parece estar iniciando su particular examen de conciencia. No parece que aquí, en una nación a la que se le priva de su historia -Lepanto, como contención de la barbarie, América, como proyección de la civilización al máximo nivel, o por encima incluso, de sus tiempo- ocurra igual. Aumenta el PIB: pero aumentan más esos indicadores de la decadencia que son el hambre infantil, la falta de vivienda, es decir del substrato constitucional de la existencial humana, las 'corrupciones' como estilo de vida, los suicidios, incluso de adolescentes, y esa cultura de la muerte que es el aborto. Desde las instancias más 'representativas' -quiero creer que no lo son, ni lo han dicho las urnas, sino sus interpretados interesados, todos ellos, por un motivo u otro- se empobrece la libertad personal y se niega el fluir del vivir: no estamos haciendo historia responsable, ciertamente, sino negándola.

 

Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor.

Vídeos de la noticia

Imágenes de la noticia

Categorías:
Tags:
Powered by WebTV Solutions