Por Ernesto Esteban
Corrían tiempos convulsos en la España de la recién estrenada segunda República, con crecientes revueltas sociales atizadas por políticos y sindicalistas cuyo objetivo final no era otro que la conquista de un poder hegemónico, donde al adversario, una vez vencido, deberían hacerle desaparecer. Todos sabemos cómo acabó este proceso y la tragedia que supuso para nuestro país. En la España de aquella época predominaba una población rural empobrecida y mayoritariamente analfabeta. Por mucho que prometieran los candidatos a Cortes imponer una enseñanza obligatoria y universal, en el fondo eran los primeros interesados en mantener el nivel de analfabetismo reinante, como una forma infecta de manipular al votante. Se atribuye al Conde de Romanones (D. Álvaro de Figueroa, Diputado por Guadalajara y tres veces presidente del Consejo de Ministros) la famosa frase :
- No les pongáis escuelas, que como aprendan dejarán de votarnos.
Como también se cuenta que en todos los procesos electorales los candidatos compraban (literalmente) los votos. Así, D. José Serrano Batanero, candidato por el partido Acción Republicana compraba votos a tres pesetas. Enterado el Conde Romanones, visitó la misma circunscripción electoral y fue ofreciendo ¡UN DURO!, eso sí, si previamente le daban las tres pesetas que ya habían recibido. Muchos incautos cayeron en el engaño.
Pues bien, en ese contexto histórico-social sucedió que un buen día, Fidel y Mariano, naturales ambos de Baños de Tajo y vecinos toda la vida casa-con-casa tuvieron un “quever” como consecuencia de que Fidel abrió una pequeña ventana con vistas al corral de Mariano. A Fidel la ventana le venía de perlas, porque le daba luz y ventilación a una alcoba y a Mariano realmente no le causaba ningún problema, pues el corral lo usaba de gallinero y leñera y jamás pensaba edificar sobre él. Pero claro, que si te beneficias, que si no tienes derecho, que si yo qué saco con esto… el caso es que el asunto fue a mayores y tras enemistarse personalmente, Mariano lo llevó al juzgado.
Nada pudo hacer el juez de paz para evitar el pleito civil y fueron citados a un acto de conciliación en el juzgado de Molina de Aragón, por entonces uno de las siete cabezas de partido judicial de la provincia de Guadalajara, acompañados de su correspondiente abogado. Ni Mariano ni Fidel sabían leer ni escribir (y mucho menos sus esposas) así que tuvieron que recurrir a D. Anselmo, el cura del pueblo, para que les leyera las notificaciones y les explicara el procedimiento. Una vez enterados, llegó el día previsto y ambos bajaron a Molina en el mismo coche de línea. Haciendo lenguas en el Casino de la Amistad, a cada uno de ellos les indicaron la dirección del despacho de un abogado “mu bueno”: D. Federico a Fidel y el Sr. Salazar a Mariano.
Se da la curiosa circunstancia de que en aquel entonces en Molina solamente ejercían la abogacía los dos letrados antedichos (de gran prestigio, claro). Por un lado Don Federico, hombre alto y muy circunspecto y por otro, el Sr. Salazar, mucho más campechano y cercano. Ocurrió que ese día , mientras Fidel llegó al despacho de D. Federico y contrató con él su defensa jurídica, Mariano fue al despacho del Sr. Salazar y no pudo recibirle porque estaba de viaje y, por tanto, ausente. Contrariado, volvió a preguntar y le indicaron la existencia de otro abogado mucho mejor. Aliviado, Mariano se presentó en el despacho de D. Federico y le contó su problema, a la vez que le solicitó sus servicios. D. Federico, muy altivo él, le dijo que debería entender que no podía defenderlo puesto que Fidel, la parte contraria, era su cliente y era un caso claro de incompabilidad deontológica. A Mariano lo de deontológica le sonó como algo peligroso, así que se quedó un poco acobardado. Viendo su reacción, D. Federico salió a su rescate y dándole ánimos lo tranquilizó diciéndole:
-Tranquilo hombre , que más se perdió en Cuba. Si esto es un pleito de nada y además os va a salir bien barato. Mira, te voy a dar una tarjeta de recomendación de un amigo mío , (que es mejor abogado que yo, todo hay que decirlo) y te pones en contacto con él y ya verás como al final ganas el pleito. Yo a Fidel lo tengo que defender, pero bien sé que lo tenemos perdido.
Cuando salió del despacho, Mariano estaba eufórico y palpaba permanentemente el tarjetón manuscrito de recomendación que celosamente guardaba en el bolsillo de su chaqueta de pana.
Por la tarde ambos volvieron al pueblo (demandante y demandado) en el mismo coche de línea. Fidel con el contrato de servicios de D. Federico y Mariano con su tarjetón de recomendación para el Sr. Salazar.
La mujer de Mariano salió a recibirle esperando con impaciencia que su marido le diera noticias sobre el asunto. Mira mujer, vamos a ver al Sr. Cura y que nos lea lo que pone el tarjetón de recomendación. Por lo visto es uno de los mejores abogados de Madrid.
Una vez que D. Anselmo el cura hubo leído lo escrito por D. Federico, les invitó a sentarse diciendo:
- Yo os leo lo que pone aquí. Luego vosotros hacéis lo que más os convenga. Procedo.
- "Estimado Salazar: Ahí te mando este pollo para que lo desplumes, que del otro ya me encargo yo. Un abrazo.”
Una vez recuperados del impacto emocional, le rogaron a D. Anselmo que los acompañara a casa de Fidel y actuara como “hombre bueno”. Esa misma tarde resolvieron amistosamente el pleito y se fueron a celebrar el “alboroque” con el cura, por supuesto.
Ernesto Esteban es presidente de la Asociación Tierra Molinesa