La semana pasada escribía acerca de cómo aprender a decir que no y durante todo el tiempo me acordaba de mi amigo José Luis Gallo, una persona muy especial en mi vida, y en la vida de muchos otros que, efectivamente, dice a todo que sí. A veces se pregunta si le gustaría decir más a menudo que no, pero tiene claro que mientras mantenga su lema de WhatsApp va a seguir fiel al mismo: “si me necesitas…estoy”.
José Luis es de esas personas que se vuelca con los demás, sin preguntar nada, simplemente haciendo. Es una persona que siempre está y que además siempre tiene buena cara para todo. Nunca llega puntual a ningún sitio porque está haciendo algo por alguien, porque atiende una llamada o porque se ha encontrado con alguien y se ha parado a preguntar cómo está, si necesita algo o un simple “me alegro de haberte visto”.
José Luis es una persona que se dedica en cuerpo y alma a cuidar, a dar lo mejor de sí y a disfrutar de la vida. Además, es de esas personas que le gusta hacer de todo; tan pronto lleva las cuentas de una asociación, como instala un punto de acceso a internet en un pueblo para una familia con pocos recursos, como te busca una casa, o se presta a acompañar a alguien recién llegado a España a regularizar su situación o, como era de esperar, se hace un montón de kilómetros para acompañar y ayudar a refugiados ucranianos a salir del infierno de la guerra.
José Luis pasa desapercibido porque siempre pone el foco en los demás, nunca sobre si mismo. Viene de la banca y me consta que muchas de las preocupaciones de los clientes, fuesen cuales fuesen, se las llevaba en su mente para intentar resolverlas de la mejor manera posible, porque si le cuentas un problema enseguida se pone en marcha para solucionarlo.
Por la cabeza de José Luis pasan constantemente nombres de personas, situaciones de estas y la forma de intentar ayudar a todos. Lo mejor de todo es que, además, lo consigue. Siempre tiene una palabra cariñosa y pocas veces se enfada, aunque a veces sí lo hace. Y lo hace porque precisamente es humano, es de este mundo y le preocupan y ocupan las cosas normales como a cualquier otra persona.
Tengo muchas anécdotas con él porque le conozco desde que empezamos en parvulitos en el colegio la Aneja aunque él iba un curso por delante. Coincidíamos haciendo deporte, en cumples con gusanitos naranja y medias noches de jamón y chorizo, y después seguimos participando de aficiones comunes y de tradiciones de nuestra querida Guadalajara.
No me puedo resistir a contar una de las mejores anécdotas que tengo con él y que demuestra, una vez más, cómo es. Una noche de noviembre de hace unos cuantos años, concretamente en la festividad de los Santos, en la representación del Tenorio Mendocino, compartíamos lugar en el grupo de Tercios con los trajes correspondientes. Íbamos de prestado de todo y era él quien se encargaba, como no, de ir a buscar los trabajes, botas y complementos. El caso es que las botas que me correspondían venían del mismo pie y él enseguida dijo que no le importaba cambiármelas y llevarlas.
La situación era bastante graciosa porque parecía que siempre estaba torciendo y no conseguía ir del todo recto. Y con su sentido del humor estuvimos riéndonos un buen rato. Pero aquí llega su forma de ser: desde el primer minuto le iban haciendo daño y provocando heridas además de molestias en la pierna y cadera porque su cabeza no se acostumbraba a mirar hacia abajo y ver dos pies iguales. Pero aguantó las tres o cuatro horas de la representación sin decir nada. Y lo peor, al día siguiente repetimos.
José Luis es así. Es un tipo al que hay que conocer. Es una de las personas que todo el mundo quiere tener cerca porque se puede confiar en él, siempre esta presente, es cariñoso y afectivo, es de los que te da un abrazo y sientes paz. Por eso este pequeño reconocimiento para alguien que es muy grande.
Gracias Gallo por estar.
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