Zarzuela de Jadraque, un hogar para cientos de niños y niñas de La Inclusa

Publicado por: Ana María Ruiz
20/05/2023 08:00 AM
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 Amas de un pueblo con los niños que tienen para criar. Revista “Estampa” 9 de mayo de 1936//Imagen cedida por Pilar Rodrigo.
Amas de un pueblo con los niños que tienen para criar. Revista “Estampa” 9 de mayo de 1936//Imagen cedida por Pilar Rodrigo.

La antropóloga Pilar Rodrigo muestra en una exposición la problemática de los niños recogidos en la Inclusa de Madrid y enviados a criar a los pueblos, reivindicando la importante labor de las mujeres de las zonas rurales que les acogieron

 

A finales del siglo XIX, la Inclusa de Madrid, institución encargada de acoger a los niños que muchas madres dejaban en sus instalaciones por no poder hacerse cargo de su crianza, tomó la decisión de enviar a muchos de ellos a los pueblos de las provincias cercanas. La alta mortalidad que se registraba en su sede de la calle O´Donnell de Madrid, debido a las penosas condiciones higiénicas y las numerosas carencias que padecía y a la instauración de una forma diferente de abordar el concepto de los cuidados pediátricos, motivó la salida de cientos de ellos hacia localidades de Ávila, Toledo y Guadalajara para que fueran criados por otras madres. Según reflejan algunos estudios en 1927, de los 1.150 niños que tenía acogidos la Inclusa, 457 murieron en Madrid y en los pueblos tan sólo 85, lo que da idea de lo beneficioso que fue para ellos marcharse de las instalaciones madrileñas. 

 

La provincia acogió durante décadas a cientos de ellos ya desde finales del siglo XIX, pero fue a principios del siglo XX cuando esta práctica se extendió. Hasta 1960, un total de 45 pueblos de Guadalajara se convirtieron en el hogar de niños y niñas, especialmente recién nacidos, que encontraron en nuestra tierra el calor, la acogida y las familias que la vida, por distintas circunstancias, les había negado. El campo, el sol, la alimentación materna, los cuidados higiénicos y el hecho de poder contar con ‘madres’, ‘padres’ y ‘hermanos’ y ‘hermanas’ supuso para ellos un enorme beneficio, no sólo a nivel físico, sino también emocional. 

 

Las poblaciones de Guadalajara en las que se crió a a estos niños y niñas fueron: Albares, Alcorlo, Aldeanueva de Atienza, Almonacid de Zorita, Almoguera, Arbancón, Berninches, Campillo de Ranas, Carrascosa del Tajo, Casasana, Driebes, Esplegares, Fuencemillán, Fuentelencina, Hontanillas, Hortezuela de Océn, Huertapelayo, Hueva, Ledanca, Loranca de Tajuña, Majaelrayo, Mazuecos Membrillera, Mondéjar, Morillejo, Palancares, Pareja, Pastrana, Peñalba de la Sierra, Pezuela de las Torres, Robledo de Corpes, Sacecorbo, Semillas, Tomellosa, Valdeconcha, Valdegrudas, Viana de Mondéjar, Villaescusa de Palositos, Villares de Jadraque, Yebra, Zaorejas, El Ordial y Zarzuela de Jadraque.


Precisamente, la antropóloga Pilar Rodrigo escogió estos dos últimos pueblos para realizar su tesis doctoral. El motivo: fueron los que más niños acogieron en relación a su población. Además, concretamente en Zarzuela encontró a numerosas familias que le proporcionaron datos muy valiosos para su estudio sobre la crianza de los niños de la Inclusa de Madrid. 


Tras recopilar numerosos testimonios decidió plasmar el resultado de su tesis en la exposición: ‘Zarzuela de Jadraque. Tierra de Acogida”, que ya estuvo en el IES Brianda de Mendoza en enero y, desde este jueves y hasta el 18 de junio, puede visitarse en la sala Sala Margarita Xirgu de Alcalá de Henares.  

 

Rodrigo relata cómo la práctica de llevar a los niños a los pueblos se remonta a 1880 cuando se tomó esta decisión al introducirse un nuevo concepto de los cuidados pediátricos, al considerar que lo más saludable y beneficioso para ellos era que fueran acogidos por amas de cría. Aunque no se sabe a ciencia cierta cuántos niños llegaron a la provincia, las crónicas los cuentan por centenares: “Zarzuela es uno de los pueblos que tuvo niños desde principios de siglo hasta 1957. Cada mes llegaban niños al pueblo y había momentos en que había más de uno por familia”.


Las edades de los pequeños iban desde los 0 a los 6 años. De 0 a 2 años eran los llamados ‘niños de pecho' y desde los 2 a los 6 eran ‘niños de pan’. A las mujeres se les pagaba un sueldo al mes, un poco más si era de leche y un poco menos si era de pan, y tenían que criarlos como hijos propios. Cuando cumplían 6 años se les devolvía a la Inclusa, lo que generó no pocos dramas:  “Algunas familias se quedaban con los niños. Pocas, porque eran familias pobres que tenían además muchos más hijos y, aunque a veces quisieran quedarse con ellos, materialmente no podían”.


Cabe destacar el esfuerzo que suponía para una mujer en aquella época, con los transportes muy poco desarrollados, tener que marcharse a Madrid a por el niño y regresar al pueblo con él: “Podemos imaginar lo que suponía venir desde Zarzuela de Jadraque al Instituto Provincial de Puericultura de Madrid, coger un niño, volverse con el bebé a su casa, con todo lo que suponen esos días de viaje y luego amamantarle, cuidarlo y sacarlo adelante. Por eso muchos niños consideran que esa era su verdadera familia”.

 

Pilar Rodrigo destaca el importantísimo papel que jugaron estas madres de leche. En los pueblos, la subsistencia familiar se basaba en agricultura, la ganadería y el trueque. Pero no tenían dinero metálico con el que comprar medicinas, ropa,aparejos, etc. “Estas mujeres formaban una parte importante del sustento familiar, ya que era un dinero institucional que llegaba regularmente todos los meses. Aproximadamente, la familia contaba con un 60% que aportaba el marido si era jornalero y un 40% que aportaba la mujer con la crianza de estos niños”.

 


Pilar Rodrigo destaca que esta práctica tuvo una enorme importancia, no sólo en la supervivencia de la infancia olvidada en la Inclusa, sino también en las vinculaciones que se establecían entre los niños, sus madres y familias de crianza, “creando lazos de parentesco donde ellas se convertían en madres que en muchas ocasiones sentían a su hijo como propio, aunque no lo hubieran parido, hijos que sienten a su madre como «su verdadera madre», hermanos sin lazos de sangre pero con relaciones fraternales mantenidas a lo largo de toda una vida”. 

 


Relata cómo, en algunas ocasiones, las familias seguían teniendo contacto con esos niños que, cuando se han hecho adultos, han considerado a la familia que les crió tan importante o más que la familia biológica a la que luego buscaron: “La relación que se establece con la familia de crianza es muy fuerte. Hay personas que he entrevistado que han encontrado a su familia biológica y cuando se dan cuenta de que han tenido una o más familias de crianza, las han buscado y las tienen tanto cariño o mucho más que a sus familias biológicas porque consideran que fueron quienes les sacaron adelante en los momentos en que ellos eran más vulnerables”. 

 


Durante su investigación, la antropóloga se sorprendió por el poco valor que dieron esas mujeres a la gran labor que desarrollaron:” Cuando empecé  a hacer las entrevistas en los pueblos me di cuenta de que las personas no valoraban la experiencia de crianza y no conocían su circuito. Me parecía increíble que, habiéndolo vivido, no vieran la importancia que había tenido". Por ello decidió hacer la exposición: “Para plasmar la problemática de los niños y niñas recogidos en la Inclusa y enviados a criar a los pueblos, reivindicando la importante labor de las mujeres de las zonas rurales que les acogieron”


Pilar Rodrigo se siente muy agradecida al Ayuntamiento y a los vecinos de Zarzuela de Jadraque: “Zarzuela es un pueblo donde me permitieron la entrada muy bien, investigué, hablé con muchas familias y es un pueblo muy entrañable para mí porque me ha proporcionado muchas historias que me vienen fenomenal para la investigación”. 

 

 Amas de los pueblos “La Voz” 25 de octubre de 1933//Imagen: Cedida por Pilar Rodrigo.
Amas de los pueblos “La Voz” 25 de octubre de 1933//Imagen cedida por Pilar Rodrigo.

 

Los 'incluseros' o ‘niños del pecado'

 

Además de reflejar las relaciones de amor y cariño entre las mujeres de crianza y los niños de acogida en Zarzuela de Jadraque, la exposición, comisariada por la propia Rodrigo, trata de romper una lanza en favor de aquellas madres que se vieron obligadas a dejar a sus hijos en la Inclusa: “Se trata de quitar idea de ‘malas madres’ que se tenía e, incluso hoy, se tiene de esas mujeres que tuvieron que dejar, que no abandonar, a sus hijos en la Inclusa. La situación de las mujeres en ese momento era muy dura. Con esta exposición queremos mostrar sus vidas, las duras condiciones en las que vivían o mejor utilizar el término sobrevivían, mujeres solteras, viudas, con muchos más hijos de los que podían atender, prostituidas o amantando a los hijos de familias de una clase superior”. 

 

En aquellos años, relata la antropóloga, había un signo de estatus para la burguesía: traerse a una nodriza de un pueblo. Y sentían predilección por las del norte de España, especialmente si provenían de Cantabria y de Galicia: “Si una mujer viene a Madrid a amamantar a un niño es porque tiene otro bebé que ha dejado en su pueblo con sus familias, amigas o hermanas. Había una frase que en esos momentos se decía mucho en los periódicos y era que por un niño que se cría en Madrid tres niños mueren en un pueblo”. 

 

La situación económica de muchas de ellas también les llevaba a renunciar a sus hijos. Era el caso de mujeres que llegaban a la capital ‘a servir’ y se quedaban embarazadas incluso de su propios señoritos. “Ellas no podían asumir a un hijo en una casa donde estaban sirviendo, con lo cual tenían que dejarlo”. También había familias que tenían más hijos de los que podían alimentar y, para asegurar la supervivencia de los mayores, entregaban a los más pequeños a la Inclusa. Otras de las causas eran la prostitución o embarazos no deseados que provocaban el rechazo de las familias dada la moral de la época. “En muchos casos no podían hacer otra cosa- señala Pilar Rodrigo-. Muchas eran las causas por las que tenían que dejarles, que no abandonarles. Los dejaban esperando que les fuera bien la vida. El 80% de los niños se quedaban con los nombres y apellidos de las madres y eso significa que muchas querían recuperarlos después. Pero en muchos casos no pudo ser”. 


Los conocidos en aquellos años como ‘los incluseros’ o ‘hijos del pecado’ eran entregados por sus madres en los famosos tornos habilitados en la propia Inclusa, en las puertas de conventos e iglesias, e incluso en la calle. Solían llegar en unas condiciones físicas deplorables, por lo que el índice de mortalidad era muy elevado en sus primeros días de vida. Algunos llegaban desnudos o tapados con un simple trapo o una vieja manta. Otros iban vestidos con ropa un poco más cuidada e incluso con algún signo de devoción entre ella. Los menos eran entregados con alguna nota en la que aparecía el nombre que se le había puesto y algunas líneas pidiendo caridad para su cuidado. Lo llamativo es que casi siempre hacían constar si estaba bautizado o no y, en caso afirmativo, la Iglesia donde lo había sido.

 

Monja recogiendo a un niño del torno: Revista “Alma española” 7 febrero 1904. Pág. 12//Imagen: Cedida por Pilar Rodrigo.
Monja recogiendo a un niño del torno: Revista “Alma española” 7 febrero 1904. Pág. 12//Imagen cedida por Pilar Rodrigo.

 

La exposición

 

La exposición ‘Zarzuela de Jadraque. Tierra de Acogida’ abarca desde 1930 hasta 1968, fecha en que se dejó de llevar los niños a los pueblos.

 

A través de fotografías, documentos y noticias de la época, narra cómo la Inclusa se fue transformando hasta convertirse en el Instituto Nacional de Puericultura de Madrid, que supuso un cambio radical en el concepto de la protección y el cuidado de la infancia. Un segundo bloque está dedicado a las relaciones que se establecieron entre las madres de crianza y las familias de acogida con los niños y niñas, así como el papel que jugaron esas mujeres en la supervivencia de sus familias y un tercer bloque expone el por qué del abandono y las circunstancias que rodeaban a las madres que dejaban allí a sus hijos.

 

El último bloque consiste en la proyección de la película ‘Currito de la Cruz, el inclusero’, de 1920. Un film en cine mudo que refleja todo lo que supuso la Inclusa. Cabe destacar que existen hasta cuatro remakes de la misma, el último de los años 60, protagonizado por Arturo Fernández y Paco Rabal. 


La exposición “habla de mujeres y de pobreza, de madres solas y de familias con más hijos de los que podían atender. Infancia recogida por la beneficencia en establecimientos asistenciales donde quedarían marcados, estigmatizados por su origen como 'incluseros’. Pero también es la historia de las mujeres que los acogieron y criaron en sus casas, creando relaciones entre ellos que se recordarían durante toda la vida y convirtiendo a sus pueblos en ‘Tierra de acogida’, concluye Pilar Rodrigo. 

 

Aurora, niña de la inclusa con sus dos familias, la familia de crianza y la familia biológica que acaba de conocer. Colección particular//Imagen cedida por Pilar Rodrigo.
Aurora, niña de la inclusa con sus dos familias, la familia de crianza y la familia biológica que acaba de conocer. Colección particular//Imagen cedida por Pilar Rodrigo.

 

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