Hay datos que son estremecedores. Y no porque sumen muchos ceros. Hay datos que, por pequeños que parezcan, nos acercan a una realidad muy dura. El Decano ha publicado esta semana un artículo relativo al suicidio, un tema que parece tabú y más en una provincia y en una ciudad donde a veces es mejor esconder y callar lo que habría que gritar a los cuatro vientos.
“Dieciséis personas se quitaron la vida en Guadalajara en 2020”, reza nuestro titular. Sí, 16, un número pequeño que esconde un enorme problema y una gran tragedia, no solo para las personas que han decidido quitarse la vida y para sus familiares o amigos, sino para toda una sociedad que debe plantearse seriamente que las enfermedades mentales van al alza y afectan a miles de personas en el mundo y a cientos de ellas en nuestra provincia. Porque al suicidio no se llega de repente. En muchos casos es la única salida para alguien que ha pedido a gritos ayuda y no la ha recibido.
El lunes 10 de octubre se ha conmemorado el Día Mundial de la Salud Mental, una jornada reivindicativa que este año se ha centrado en la infancia, la adolescencia y la juventud en un momento especialmente delicado para estos colectivos. Desde el Comité Pro Salud Mental en Primera Persona, que agrupa a más de 300 asociaciones en toda España, se asegura que la salud mental infanto-juvenil “es una de grande las asignaturas pendientes de la Sanidad española”. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo, una de cada siete personas jóvenes de 10 a 19 años padece algún trastorno mental. De hecho, nuestros niños y jóvenes viven en un entorno que no facilita precisamente un correcto y sano crecimiento afectivo y ello puede desembocar en ansiedad, depresión y otras enfermedades mentales. Además de los factores genéticos, están expuestos una serie de condicionantes sociales como la normalización de la violencia, la presión social del grupo, la distorsión de la propia imagen con problemas de anorexia o bulimia, las adicciones, la sobre exposición en las redes sociales, el consumo de pornografía y de drogas en edades cada vez más tempranas, el machismo, la homofobia, el racismo, el acoso escolar, la precariedad laboral, la pobreza, los abusos sexuales, la inmigración y la necesidad de migrar en busca de oportunidades, los conflictos bélicos o el cambio climático.
Tampoco ayudan para paliar esta situación las listas de espera en la Sanidad pública para la atención psicológica de niños y adolescentes, ni la falta de dispositivos intermedios entre las consultas y la hospitalización. Ni los pocos recursos con que cuentan los centros de enseñanza para abordar una problemática que lejos de descender aumenta a paso de gigante, ni unas familias que en muchas ocasiones no son capaces de detectar la enfermedad o bien la obvian, ni una sociedad como la nuestra en la que priman valores como la rivalidad, la diferencia de clases, el ‘yoísmo’, el materialismo y la falta de solidaridad. Una sociedad sin principios que trata a sus jóvenes como niños y a sus niños como bebés, que les ningunea, les olvida y les arrincona, que no fomenta aspectos como el compañerismo, la generosidad, el respeto, el esfuerzo, la educación y un largo etcétera.
Urge que desde todos los ámbitos (familiar, educativo e institucional) se trabaje de forma conjunta en el desarrollo de programas de información, formación y prevención. Es absolutamente necesario que las administraciones publicas competentes destinen más recursos a los dispositivos de salud mental para dotarlos de mas profesionales y evitar las listas de espera para acudir a las consultas y la saturación de éstas. Porque cuando se detectan tristeza, ansiedad, nerviosismo y conductas anómalas, están saltando todas las alarmas y es necesario actuar con rapidez. Y no todas las familias pueden permitirse acudir a profesionales privados, que florecen como setas, a cuál más inaccesible para una economía media-baja.
Según los datos de la Confederación de Asociaciones de Salud Mental, una de cada siete personas jóvenes de entre 10 y 19 años padece algún trastorno, la mitad de los problemas de salud mental aparecen antes de los 14 años, uno de cada cuatro jóvenes declara haber tomado psicofármacos y nueve de cada cien experimentó ideas de suicidio “continuamente o con mucha frecuencia”. Nueve de cada cien. Otra cifra pequeña. Otra cifra que da miedo. Otra cifra que debería hacernos recapacitar.