Que la ciudad de Guadalajara posee un vasto patrimonio histórico, artístico y cultural es innegable. El Infantado, el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo, la Capilla de Luis de Lucena, el Convento de la Piedad, la Cripta de San Francisco y el Salón Chino de la Cotilla son algunos de los lugares más destacados y más demandados en las visitas turísticas. Sin embargo, en pleno centro de la ciudad, existe un lugar de una belleza singular en el que se respira un ambiente de paz con mayúsculas, que atesora un buen pedazo de nuestra historia y que constituye un entorno cultural de primer orden, ya que posee magníficas obras de arte escultóricas y arquitectónicas.
Estamos hablando del Cementerio, un lugar que los guadalajareños visitan de forma masiva el Día de Todos los Santos y que, sin embargo, es un gran desconocido para la mayoría de ellos. Quizá porque se ha desaprovechado como recurso turístico y por el hecho de que, en nuestra cultura, la muerte y todo lo que la rodea se envuelve en un halo de tristeza que no nos deja ver más allá.
En Europa, el turismo funerario está de moda y estos recintos son un potente foco de atracción para los viajeros ¿Por qué no ocurre lo mismo en Guadalajara? Susana Ruiz, guía oficial de Guadalajara y responsable de la empresa ‘Guiados en Guadalajara’, nos lo explica: “No se demanda por parte de los turistas. En el resto de Europa hay una cultura muy consolidada de visitar cementerios pero en España y en los países mediterráneos produce rechazo. Aquí no cabe la idea de ir a ver obras de arte al cementerio por la connotación de la muerte. Y nos cuesta mucho hacer entender a los turistas que los cementerios son museos al aire libre”.
Susana Ruiz asegura que el Cementerio “es un absoluto desconocido para los ciudadanos”. Insiste en que los guías oficiales tienen a su disposición un recurso excepcional que ni se demanda, ni se potencia: “Las rutas de arquitectura y arte funerario se podrían explotar perfectamente. Primero, porque tenemos el segundo Panteón más importante del mundo, el de la Duquesa de Sevillano; tenemos la Cripta de los Mendoza en el antiguo Monasterio de San Francisco, que es otra joya arquitectónica y, para complementar, tenemos toda la riqueza artística del Cementerio de Guadalajara. Pero es que además hay un número considerable de tumbas que quizá no tengan grado de protección pero poseen elementos escultóricos de muy buena calidad”.
El Ayuntamiento de Guadalajara también organiza visitas guiadas en las que muestra la arquitectura y la escultura funeraria del recinto. Este año se llevaráb a cabo los días 2, 16 y 30 de noviembre. El horario de salida de la visita será a las 16:30 horas y es nesaria previa reserva. Con salida en la puerta del Cementerio, también recorrá el Convento de la Piedad y el Palacio del Infantado.
Recorremos el Cementerio de la mano de Susana. Esta vez lo visitamos con otros ojos. Y lo que descubrimos es realmente interesante. Y bello. Nos explica que el camposanto se inaugura en 1840, a las afueras de la ciudad. “Se siguió la moda de sacarlos de los centros de las ciudades, ya que en la Edad Media estaban en las puertas de las iglesias. Por cuestiones higiénicas, a mediados del siglo XIX, se van sacando a las afueras y así surge también el de Guadalajara”.
Tiene 7 patios. Los numerados como 1, 2, 3 y 4 son los considerados históricos, por lo que cuentan con una protección especial que empezó con la Ley de Patrimonio Histórico de 1986. En ella no sólo se protegen las catedrales, castillos y palacios, sino que también se incorporan la arquitectura doméstica, el patrimonio industrial, el inmaterial y los cementerios. Asimismo, establece la protección para todas las edificaciones que contengan un escudo. Y los panteones del Cementerio de la ciudad poseen escudos familiares. También se protegen por sus propias características arquitectónicas y por las familias que están enterradas y aquí tenemos varios ejemplos de familias poderosas. Como dato curioso, es uno de los pocos cementerios civiles españoles que tiene un triple presidente del gobierno enterrado: el Conde de Romanones (1912-13, 1915-17 y 1918-1919, por el Partido Liberal, durante el reinado de Alfonso XIII).
Comenzamos por el patio 1, el más pequeño. Data de 1840 y está dedicado a la patrona de la ciudad, la Virgen de la Antigua. Está presidido por la gran sepultura en honor a los caídos del bando nacional en la Guerra Civil. El enterramiento más singular es el Panteón del Conde de Romanones, de 1950, de estilo arquitectónico racionalista, muy devaluado por sus connotaciones políticas ya que es un tipo de arquitectura muy identificada en Europa con los regímenes dictatoriales. Aquí está enterrado Álvaro de Figueroa y Torres, un personaje muy denostado porque tuvo que ver con las Cortes franquistas. Posee muy mala fama porque era el prototipo de terrateniente cacique de la época (heredó 16.000 hectáreas en la provincia) que compraba los votos en los pueblos para salir elegido como representante del Gobierno. A pesar de ello, destacó por dotar de categoría funcionarial a los maestros en 1909, aprobó el matrimonio civil en España y fue el precursor de la jornada laboral de ocho horas. Fue 17 veces ministro, alcalde de Madrid, tres veces presidente del Consejo de Ministros durante el reinado de Alfonso XIII (presidente del Gobierno) y diputado por Guadalajara toda su vida, una provincia a la que dotó de numerosas carreteras, además de promover la instalación en la ciudad de la fábrica de la Hispano-Suiza en 1917.
En este patio está también el Panteón de Tropa, habilitado para los militares muertos en acto de servicio en las campañas de África. Curiosas son las tumbas del Doctor Layna Serrano, médico y cronista oficial de la provincia, coronada por una magnífica escultura, copia de la griega del ‘Gálata moribundo’, y la del inolvidable Pepito, que descansa junto a sus padres bajo una sencilla lápida.
Mención aparte merece la Cruz de los Olvidados, un sencillo memorial a las personas que han muerto sin familia, amigos o alguien que les reconozca y no tienen a nadie que les honre y les recuerde. Sus cuerpos están dispersos por el Cementerio en fosas comunes o enterrados sin ubicar. Aquí siempre encontramos pequeñas flores de guadalajareños que muestran así su homenaje y respeto a estos ‘olvidados’.
Este primer cementerio se fue quedando pequeño y necesitaba ampliarse. En 1882 se habilita el patio 2. Dedicado a Nuestra Señora de la Soledad. Aquí se va a ubicar la alta burguesía de la época. Siguiendo la moda europea, durante décadas la élite burguesa de la capital financiará la construcción de ostentosos panteones familiares para perpetuar su memoria. Destacan los de las familias de Eduardo Guitián, Ripollés Calvo, Sancho, Chávarri, Fernández Iparraguirre y Antonio Hompanera Calvo, todos ellos grandes terratenientes y grandes hacendados de Guadalajara. Quizá el más singular es el de Josefa Corrido de Gaona. En este patio es común la decoración con elementos escultóricos como las lechuzas, las cruces treboladas, alegorías de la muerte, representaciones vegetales, gárgolas o relojes de arena alados, muy habituales en los enterramientos de esta época, además de figuras de ángeles y otros elementos de carácter religioso. Como dato curioso, en el transcurso de las excavaciones del patio, se descubrieron las necrópolis medievales de las comunidades mudéjar y hebrea.
Las obras de ampliación del patio se aprovecharon para levantar los muros perimetrales, la reja de la entrada principal, el depósito de cadáveres, la casa de los guardeses, la fachada, y la capilla, que data de 1870. En ella se encuentra la magnífica talla del Cristo de la Expiración, conocido popularmente como el Cristo del Cementerio, procedente del Monasterio de Lupiana y de autor desconocido, que procesiona la Cofradía de la Pasión del Señor los días de Jueves Santo y Viernes Santo.
Visitamos el patio 3, que data de 1890 y posee uno de los edificios más emblemáticos del Cementerio: el Panteón de los marqueses de Villamejor, propiedad de Ignacio Figueroa y Ana de Torres, quienes en 1896 compraron todo el terreno para levantarlo en el centro, cediendo el resto del patio al Ayuntamiento para ubicar tumbas familiares. Está dedicado a Santa Ana en honor al nombre de la marquesa, madre del conde de Romanones. El arquitecto fue Manuel Medrano Huetos, muy reconocido en la época y representante del Modernismo español. Sigue la tradicional disposición de los panteones: capilla, cripta superior con los enterramientos principales y cripta inferior, bajo tierra, para los secundarios. Cuentan los trabajadores del Cementerio que el día 2 de noviembre Natalia Figueroa y su marido, el cantante Raphael, vienen a Guadalajara a traer flores a este Panteón y al del conde de Romanones, abuelo de Natalia.
En este patio está otra de las joyas del Cementerio. Se trata del Panteón de Francisco Cuesta, proyecto de Ramón Cura de 1912, que cuenta con un grupo escultórico de gran belleza y singularidad. El conjunto es uno de los más evocadores y románticos del camposanto. Aunque no se sabe a ciencia cierta, se cree que el autor de la escultura fue Manuel Garnelo. Es de mármol, tridimensional (en arte, escorzo) y trabajado en paño mojado. Cuentan las crónicas que fue un personaje muy retraído, muy tímido y con poca actividad social y política. No tuvo demasiada relevancia en vida pero al morir dejó en testamento una gran cantidad de dinero para habilitar estructuras sociales de beneficencia a la ciudad.
Y pasamos al patio 4, quizá el más sencillo pero también el más imponente por las historias que acumula. Denominado Cementerio Civil, se construyó en 1927 y en él se encuentra el memorial dedicado a los 976 caídos del bando republicano en Guadalajara en la Guerra Civil que, tras ser sometidos a juicios sumarísimos por el régimen franquista, fueron fusilados en el muro perimetral de esta zona del Cementerio. Sobrecoge ver las perforaciones realizadas por las balas que acabaron con sus vidas. En esta zona la Asociación para la Memoria Histórica ha realizado varias exhumaciones de cadáveres de fosas comunes, la más mediática la de Timoteo Mendieta, que tuvo repercusión incluso en la prensa internacional.
Finalizamos la visita paseando por los patios 5, 6 y 7 que corresponden a la ambiciosa ampliación acometida por el Ayuntamiento en la década de los 80 del siglo pasado. Ya no vemos panteones. Los tiempos han cambiado. Pero observando las lápidas y nichos, muchos de ellos de una gran calidad artística, podemos comprobar cómo han ido variando las ‘modas’ funerarias. En este espacio llaman la atención los epitafios, cargados de emotividad y reflejo de cómo fueron en vida las personas que allí descansan.
Susana Ruiz recomienda visitar el Cementerio: “No sólo para ver las obras artísticas destacadas sino para darse un paseo tranquilo. Desde mi punto de vista lo más interesante de los cementerios, independientemente de que vayas a ver obras de arte, es dejarte llevar. Pasear por las avenidas y pararte en las tumbas que te llamen la atención. Porque son un reflejo de la sociedad, de cómo se ha desarrollado la vida de los habitantes de Guadalajara, cómo ha sido el carácter de la población, las diferencias sociales, las modas, en definitiva, cómo ha sido y es nuestra historia como comunidad”.
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