Julia Diez Valero, investigadora del pequeño municipio de Tortuera, en el Señorío de Molina de Aragón, se confiesa fan de “Bones”, la aclamada serie de crímenes de la Fox, inspirada en la antropóloga forense y escritora de éxito, Kathy Reichs -Temperance Brennan en la ficción- que interpreta la actriz, Emily Deschanel. Quizá siguiendo los pasos de la protagonista de la serie estadounidense, esta joven científica molinesa terminaba graduándose en la primera promoción de Criminalística: Ciencias y Tecnologías Forenses de la Universidad de Alcalá (UAH):
“Cuando entré en la carrera vi que había una asignatura de antropología forense, por lo que no lo dudé. Me gustaba mucho la serie Bones, los huesos y la anatomía, así que seguí ese camino”, comenta en declaraciones a El Decano de Guadalajara.
Pero el destino juega con sus propias cartas, por lo que el camino de esta joven científica acabó encauzándose hacia otro tipo de antropología y, tras terminar la carrera, realizó un máster en Antropología Física: Evolución y Biodiversidad Humanas. “Dentro de la Antropología te puedes especializar en la rama forense o en la de evolución humana. Entonces participé en una excavación en Embid, muy cerca de mi casa, y ese mismo verano vine a Atapuerca y quedé completamente atrapada”, reconoce.
Lo que nunca habría sido capaz de imaginar entonces es que los conocimientos adquiridos durante la carrera y el master iban a contribuir, no a resolver un asesinato, sino un misterio con miles de años de antigüedad, que desvela nueva información sobre los neandertales y permite su estudio con una mirada distinta, más humana, dentro de la Cátedra de de Otoacústica Evolutiva y Paleoantropología de HM Hospitales y la Universidad de Alcalá, que dirigen Ignacio Martínez Mendizábal y Mecedes Conde Valverde, donde ha obtenido una beca para realizar su tesis doctoral bajo la dirección de Mercedes Conde.
Todo ello, como si de la famosa serie de televisión se tratase, a partir de un pequeño fragmento del hueso temporal, que alberga el oído, con unas dimensiones de menos de cinco centímetros, que se corresponde con el de un individuo de unos seis años de edad. Un fósil que tiene entre 273.000 y 146.000 años de antigüedad. Tal y como explica Diez, con este fragmento no es posible conocer el sexo del sujeto “y como la mayoría del equipo somos chicas, hemos decidido que sería una niñá”, a la que han bautizado con el nombre de Tina, en homenaje a su descubridor, Valentín Villaverde.
El equipo de investigación responsable de estos hallazgos está dirigido por Mercedes Conde Valverde y conformado, entre otros, por los investigadores de la UAH, Ignacio Martínez Mendizábal, Amara Sánchez Quirós, Julia Diez Valero y Ángeles Sánchez y dos otorrinos de HM Hospitales, Alfredo García, jefe del servicio de Otorrinolaringología de los hospitales HM Puerta del Sur y HM Rivas, y Nieves Mata, otorrinolaringóloga de ambos centros.
En el momento de la entrevista, Julia Diez se encuentra excavando en Atapuerca (Burgos), en la que es su cuarta campaña. Desde allí nos adelanta que su tesis doctoral todavía está tomando forma, pero girará en torno al vestíbulo, “que es una región del oído interno, que está entre la cóclea y los canales, donde reside la parte del órgano del equilibrio estático”.
En concreto, lo que ha descubierto en Tina el equipo de investigación de la Cátedra de la Universidad de Alcalá y HM Hospitales son malformaciones de nacimiento, como la displasia del canal semicircular lateral y signos de complicaciones de otitis, como la presencia de una fístula laberíntica que comprometería la audición y el equilibrio, produciendo sordera y vértigos incapacitantes. Unas patologías que, todas juntas, sólo se aprecian en personas con síndrome de Down.
“Nosotros estudiamos las cavidades que hay en el oído. Dentro de las mismas, lo primero que encontramos es que uno de los canales semicirculares tenía lo que, entre nosotras llamábamos ‘el boloncio’, que es una morfología extraña que no habíamos visto en ningún otro canal, porque claramente era una dilatación anómala, anatómicamente hablando, y vimos que podía estar asociada a varios síndromes. En base a eso, fuimos mirando otras distintas partes de la anatomía del oído interno y fuimos descartando síndromes, de tal manera que todas las patologías que vimos que tenía el oído interno, solamente eran compatibles con el síndrome de Down”, aclara la investigadora.
Las conclusiones de esta investigación acaban de ser publicadas en la revista Science Advances bajo el título “The child who lived. Down Syndrome among Neanderthals? (El niño que vivió ¿Síndrome de Down entre los nendertales?)
La historia no deja de tener los ingredientes precisos de una gran relato de detectives, porque este fósil había sido descubierto hace ya 35 años, en 1989, por el catedrático emérito de la Universidad de Valencia, Valentín Villaverde, en el yacimiento de Cova Negra en Xátiva (Valencia), y de no haber caído en manos de la Cátedra de Otoacústica, estaría cogiendo polvo en alguna de las vitrinas del Museo de Prehistoria de Valencia, escondiendo la gran historia que hoy nos puede contar.
La investigación en la que ha participado Julia Diez no sólo ha documentado el primer neandertal con este síndrome, sino que además evidencia la existencia del cuidado hacia un individuo en edad infantil que necesita el apoyo del grupo para sobrevivir y, por lo tanto, también la integración.
En los últimos años, tal y como relata la investigadora, se han ido produciendo una serie de descubrimientos sobre los neandertales que acortan distancias con el Homo sapiens. Por ejemplo, los resultados de otra de las investigaciones de la Cátedra que dirigen Conde y Mendizábal concluyen que “los neandertales tendrían unas capacidades auditivas muy similares a las del Homo Sapiens y, por lo tanto, tendrían la capacidad de hablar”. El lenguaje, según la investigadora, es una característica que aporta ciertas dosis importantes de humanidad, junto con el adorno personal o las expresiones artísticas, que también se han ido documentando en distintas investigaciones.
“Dentro de las cuestiones que se han ido descubriendo que humanizan a los neandertales, esta investigación pone el foco en los cuidados, la empatía que podrían tener y cómo podrían relacionarse con esos individuos, que en este contexto prehistórico, no lo tendrían tan fácil”, explica Julia Diez.
El hecho de que un sujeto con estas características alcanzase la edad de seis años es una muestra de esos cuidados, teniendo en cuenta “las dificultades que podría haber en una sociedad de cazadores-recolectores, donde la supervivencia depende de tu día a día, de si eres capaz de moverte, cazar, encontrar refugio... El hecho de que el grupo entero pusiera sus esfuerzos en que esta niña sobreviviera y pudiera salir adelante implica que la veían como a una integrante más”.
Según la doctoranda, se han documentado otros casos de neandertales y de otros individuos de la Evolución Humana con unas circunstancias parecidas, "pero la mayoría de casos que encontramos son de individuos adultos”. Hasta ahora, relata Diez, estaba aceptado dentro de la comunidad científica que los neandertales y otras especies de homininos cuidaban a los enfermos, pero siempre desde un altruismo recíproco entre iguales, “es decir, yo te ayudo hoy que te has roto una pierna, porque mañana me puedes ayudar a mí”.
Lo especial y novedoso de esta investigación es que el sujeto presenta un síndrome congénito que se aprecia desde el nacimiento “y por tanto, ese niño o niña, quizá no podría devolver el favor, por lo que se trata de un altruismo incondicional, que no espera nada a cambio”.
Todas estas investigaciones aportan una mayor luz a la visión que teníamos de nuestros ancestros neandertales, que caminaron sobre la tierra entre hace al menos 400.000 y 40.000 años, y que ahora percibimos “con características que pensábamos que eran exclusivas del Homo sapiens y más humanos de lo que antes podíamos imaginar. En el imaginario colectivo los neandertales son siempre hombres cazadores, muy rudos, algo jorobados y todavía muy animalizados. En los últimos años, ese imaginario ha aumentado y se representan también las mujeres y la familia. A ese imaginario, nosotros hemos aportado nuestro granito de arena, que son esos individuos con capacidades distintas, por lo que en la foto de la evolución humana ya estamos todos”, concluye Julia Diez.
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