Castilla-La Mancha en general –y la provincia de Guadalajara en particular– llevan unos años revolucionadas en el ámbito histórico. Sobre todo, una vez que se confirmó la ubicación exacta de Caraca, la primera ciudad romana que se descubre en el territorio arriacense. La noticia saltaba a los medios hace unos años, en 2017. Un grupo de arqueólogos, tras analizar los datos conseguidos en una investigación de georradar, anunciaba la posible existencia de esta urbe en el cerro de la Virgen de la Muela, de Driebes.
Los responsables del trabajo fueron los investigadores Emilio Gamo y Javier Fernández Ortea, autor de «Alcarria Bruja» y de «Evolución histórica y patrimonial del Monasterio de Monsalud». Dichos especialistas, que comandaron un equipo multidisciplinar, aplicaron nuevas técnicas, como la del georradar, que arrojaron indicios sólidos de la situación del mencionado asentamiento. Una población que pudo ser abandonada hacia el siglo II de nuestra Era y que ahora vuelve a cobrar vida, gracias al referido hallazgo y a las sucesivas campañas de excavación que se han ido realizando –cada verano– desde entonces.
Los trabajos emprendidos en 2024 contaban con una tríada de fines. El primer objetivo consistió en confirmar la cronología de las diferentes inhumaciones en la necrópolis de época visigoda, que se llevó a cabo mediante la recolección de muestras para datación, utilizando técnicas como la termoluminiscencia. Así, “se pretendía discriminar diferentes períodos en función de la tipología de tumba por sectores”, explica Fernández Ortea, en declaraciones a este artículo.
La segunda meta ha consistido en el análisis de las estructuras funerarias presentes en la necrópolis de la ciudad. “Se buscaba examinar a fondo las diferentes estructuras, tales como cistas y fosas, para entender mejor las tipologías de enterramiento y la organización del espacio funerario”, añaden los arqueólogos. Asimismo, “se documentaron elementos murarios, probablemente vinculados a un área de culto”. Por último, atendiendo a un tercer objetivo, se prosiguió con la investigación de los niveles carpetanos aparecidos en el sector Noreste de la excavación. Unos restos que –probablemente– se hallen vinculados al llamado tesoro de Driebes, aparecido en 1945 con motivo de las obras de construcción del canal de Estremera.
Tras estos trabajos, se puede asegurar que las misiones de la campaña se han cumplido. “Los resultados de la intervención en 2024 han sido significativos”, ya que –gracias a las labores impulsadas este año– “poseemos más herramientas que nos permiten dilucidar la cronología de la necrópolis”, explica Fernández Ortea. Las labores emprendidas este año “nos han permitido avanzar en la comprensión del contexto cronológico, social y ritual de la necrópolis”.
“Nuestro conocimiento del ritual de enterramiento es mucho más profundo, así como el de los individuos que fueron depositados el lugar”, aseveran los investigadores. “Las prácticas funerarias observadas, junto con los hallazgos de ajuares y la disposición de los cuerpos, ofrecen una visión valiosa sobre las creencias y rituales de época visigoda”. En este sentido, cabe resaltar la disposición anatómica de los cadáveres, que estaban enterrados en posición decúbito supino y orientados con los pies al Este y la cabeza al Oeste. Una circunstancia que se vincula con las tradiciones funerarias cristianas habidas en época visigoda, y su creencia en la resurrección”.
Hay que tener en cuenta que –además– los enterramientos se alinearon por calles, distribuyéndose entre cistas de piedra y fosas tapadas por grandes losas pétreas. Además, se han hallado inhumados varios individuos en una misma tumba, lo que indica un uso reiterado de algunas sepulturas por parte de allegados o familiares. Incluso, en algunos casos, se han encontrado ajuares asociados a las inhumaciones, incluyendo elementos de indumentaria personal y objetos metálicos. “Esto último indica una diferenciación en las prácticas de enterramiento según el estatus social o el género de los finados”, describen los arqueólogos.
De igual forma, “la presencia de estos ajuares nos ha permitido datar las tumbas de cista (las más antiguas) en el siglo VI d.C.”. A una fecha posterior –probablemente, al siglo VII d.C.– corresponden las sepulturas en fosa tapadas por grandes losas de piedra. Al mismo tiempo, “se ha podido recuperar numerosa cerámica carpetana de dos momentos sucesivos, siglos IV-III a.C. y II-I a.C., así como restos de fauna, lo que permite aproximarnos al conocimiento de sus formas de subsistencia”, relata Javier Fernández Ortea. Se han documentado diversas especies de animales, como caballos, vacas, ovejas, cabras, cerdos y perros.
Los trabajos arqueológicos de Driebes cobran especial interés después de que la Junta de Castilla–La Mancha declarara el emplazamiento –el pasado 26 de enero de 2024– como Bien de Interés Cultural, con la categoría de Zona Arqueológica. Además, la excavación se desarrolló gracias al convenio firmado entre la Diputación de Guadalajara y el Ayuntamiento driebero, con el apoyo del Consistorio de Brea de Tajo y de la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara.
El proyecto se encuentra dirigido por Javier Fernández Ortea, arqueólogo; Emilio Gamo Pazos, adscrito al Museo Arqueológico Nacional; Saúl Martín González, arqueólogo; y por Santiago David Domínguez Solera, de Heroica arqueología. El equipo de investigación contó con la colaboración de un amplio número de expertos, incluyendo a Antonio Alvar Ezquerra, de la Universidad de Alcalá; Ana Gracia Rivas, del Museo Nacional de Antropología; José María Murciano Calles, del Museo Nacional de Arte Romano; María Luisa Cerdeño Serrano; Daniel Cordero Bordejé; así como María Ángeles Perucha Atienza, Miguel Ángel Rodríguez Pascua, José Francisco Mediato Arribas y Andrés Díez Herrero, del I.G.M.E.–CSIC.
También se debe mencionar la involucración en el proyecto de Helena Gimeno Pascual, del Centro CIL II-Alcalá de Henares; Daniel Méndez García, de Revives.es y de la UFV; Ana Fernández Jiménez y Paula Carmona Quiroga, del Instituto Ciencias de la Construcción; Eduardo Torroja, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, IETcc-CSIC; Magdalena Barril Vicente; Macarena Bustamante Álvarez, de la Universidad de Granada; Sergio Remedios Sánchez, de la UNED–Senior; y Álvaro Sánchez Climent. ¡Un lujo!
Caraca fue muy importante en su época. “De acuerdo a las estructuras que se han ido encontrando, podemos afirmar con seguridad que –en este enclave– existía un Foro que hacía las funciones de centro político, cultural, económico, social y religioso, y que implicaba –al mismo tiempo– la condición de ciudad promocionada jurídicamente en época romana”, añade Emilio Gamo, otro de los directores de las excavaciones.
Una circunstancia que –en sí misma– es muy relevante, debido a las implicaciones históricas que acarrea. “Se trata de un elemento clave para todo el centro peninsular, puesto que ésta se trataría de la primera localidad promocionada jurídicamente en el actual territorio de Guadalajara”. De hecho, este asentamiento pudo tener un tamaño medio. Según las primeras estimaciones, su población estuvo entre los 1.000 y los 2.000 habitantes, mientras que su extensión se movió entre las ocho y las 10 hectáreas.
Unos datos que se encuentran en proceso de verificación gracias a las prospecciones arqueológicas que se están desarrollando. Por tanto, es fundamental seguir investigando y que –en años venideros– continúen realizándose excavaciones sobre el terreno. Al fin y al cabo, el estímulo de la investigación científica es la única forma de conocer –de manera certera– todos los detalles de nuestro pasado. ¡Debemos apostar por ello!
Si quiere conocer más sobre la labor científica y divulgativa de Javier Fernández Ortea, uno de los directores de las excavaciones arqueológicas de Driebes, se pueden consultar los libros «Alcarria Bruja» y de «Evolución histórica y patrimonial del Monasterio de Monsalud».