Asistimos estos días escandalizados y algo asustados a la exposición obscena de la toma de posesión del presidente del país más poderoso del mundo, Estados Unidos de Norteamérica, rodeado de los hombres más ricos del planeta, a alguno de los cuales ha asociado directamente a su gobierno en cargos y responsabilidades del máximo nivel.
El populista y conservador Donald Trump, también megarrico por supuesto, tomaba posesión en Washington acompañado de Elon Musk, dueño de SpaceX y de la red Social X, antes Twitter, el hombre más rico del planeta, de Jeff Bezos dueño de Amazon (¿quién no recibe esta misma semana algún envío de su megacomercio?) y Mark Zuckerberg dueño de Facebook que tiene más de tres mil millones de usuarios activos al mes y de Instagram. Les acompañaban también otras varias decenas de individuos, megarricos naturalmente, dispuestos a ocupar en beneficio propio las instituciones y mecanismos diseñados con mucho esfuerzo y dolor a lo largo de muchos años, fruto del acuerdo social de convivencia, donde hasta ahora unos pocos poseen más que unos muchos, pero todos tienen derechos inalienables y disponen de unos servicios que hacen soportable y a veces hasta cómoda su vida mientras dura. La riqueza de estos individuos es casi inimaginable. Quien tenga curiosidad por conocer un poco más de estas cuestiones puede leer el reciente informe de OXFAM INTERMON en el siguiente enlace que habla de "desigualdad extrema" y en aumento.
Esta unión del dinero y del poder, visible y conscientemente bien publicitada sin complejo alguno, es lo que nos descoloca mentalmente y nos deja parcialmente noqueados. En realidad la conjunción y unión de intereses del poder y del dinero es lo que de manera soportable o insoportable ha existido siempre desde que el hombre tuvo capacidad para acumular riqueza. ¿Acaso en realidad no viene a ser lo mismo 'poder' y 'dinero'? Podemos pensar que quien tiene dinero tiene poder pero quien tiene poder no necesariamente ha de tener dinero… apreciaciones fáciles de rebatir por el más ingenuo de los filósofos, el más simple de los sofistas y el más ignorante de los historiadores. Bien lo sabe el pueblo cuando sintetiza su sabiduría fruto de la experiencia en refranes y cancioncillas populares como la conocida de Quevedo 'Poderoso caballero es don dinero':
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Siempre el poder y el dinero, si no han sido la misma cosa, han ido cogidos de la misma mano. Pero lo que ahora parece asombrarnos es la prepotencia y desvergüenza con la que estos megamillonarios y megapoderosos se presentan al resto de los pobres mortales, que somos quienes los enriquecemos. Es decir, nos sobrecoge la evidencia de una auténtica plutocracia o poder y gobierno de los ricos.
En la Historia ha habido también sonoros casos y ejemplos de tal unión estratégica, sin complicadas formulaciones ideológicas, de personajes que determinaron la realidad y el futuro de miles y millones de personas. Limitándome a la parcela de Historia a la que me dedico especialmente, traeré a colación aquel famoso 'primer triunvirato', unión de tres hombres significa la palabra, del final de la Roma Republicana del siglo I a.C. formado entre Cayo Julio César, Cneo Pompeyo el Grande y Marco Licinio Craso.
Las diferencias entre aquella época y la nuestra son muchas y grandes pero las semejanzas también son numerosas y alguna enseñanza podemos extraer de un rápido repaso a nuestro pasado remoto, que evidentemente simplificaré al máximo. Vaya de antemano la información de que los tres son miembros de poderosas familias romanas. En realidad la historia de Roma siempre estuvo en manos de unas pocas familias. Los tres son muy ambiciosos. A Pompeyo le sobraba poder sobre todo militar, fue un gran general siempre victorioso, al que llamaron el Grande o Magno como a Alejandro por sus victorias en Oriente y en el Mediterráneo; a Craso le sobraba riqueza y es considerado el hombre más rico de la antigüedad, riqueza acumulada al amparo de los contratos públicos y de la especulación y rapiña inmobiliaria, pero buscaba la fama y aplauso del pueblo a la vez que aseguraba su poder político y la buena marcha de sus negocios; César no tenía excesiva riqueza y gastaba el dinero, los denarios, con alegría en campañas políticas, pero ambicionaba el poder absoluto.
Así que allá por el año 60 a.C. los tres en secreto y sin escandalosa publicidad se reparten el mundo romano, que ya es un imperio. César consigue durante ocho años el mando de unas poderosas y fieles legiones con las que conquista la Galia, es decir la Francia actual y gran parte de la Europa Central (Bélgica, Alemania, etc.) uniendo esos territorios para siempre al mundo mediterráneo y sentando las bases de la actual Unión Europea); más tarde invadiría su propia patria con esas fieles legiones jugándose su futuro con la famosa frase, real o inventada de "alea iacta est", los dados están echados; Pompeyo se quedó en Roma pegado al centro donde estaba el poder, luego obtuvo el gobierno de Hispania y acrecentó todavía más su poder y riqueza, y Craso, al que solo le falta la gloria y el reconocimiento y aplauso del pueblo romano en la grandiosa ceremonia militar del triunfo por las calles de Roma, se fue a Oriente en su busca.
Era difícil que aquel reparto obsceno del poder saliese bien en una Roma que a fin de cuentas era una República en la que el ejercicio del poder tenía cierto equilibrio aunque los realmente poderosos eran los senadores, miembros todos de unas pocas familias. Pero la República llevaba muchos años convulsa y agitada porque nacida en una pequeña aldea ahora era la dueña de un enorme imperio.
Marco Licinio Craso, como los buenos romanos tiene tres nombres, se fue derecho hacia Oriente, a Siria, empeñado en conseguir un sonado triunfo militar y no paró hasta entrar en lucha con los partos, saltándose un sagrado pacto que Roma había firmado con ellos; de nada valen los acuerdos cuando uno tiene la fuerza par conseguir lo que quiere. El historiador Dion Casio cuenta cómo fue derrotado en Carras en la actual Turquía, y cómo una vez hecho prisionero los partos acabaron con su vida dándole lo que más había ambicionado, derramando oro fundido en su garganta en el año 53 a.C.
Luego pronto surgieron las enemistades entre César y Pompeyo, a pesar de que para afianzar el pacto y el reparto Pompeyo se casó con Julia, hija de César, veinticuatro años más joven que él. Nada de esto nos parece absolutamente extraño hoy en día. Estalló una larga y cruel guerra civil entre romanos que en parte se desarrolló en Hispania y acabo con la victoria de César en Farsalia y el asesinato de Pompeyo el Grande en el año 48 a.C. por un simple soldado que buscaba una mísera recompensa.
El final de César es mucho más conocido por el público en general; el gran Shakespeare le dedicó una grandiosa tragedia replicada también modernamente por una gran película. Dueño ya único del poder, con enorme habilidad política, que aparentemente respetaba las instituciones y formas democráticas, acabó con la república romana e inauguró realmente el imperio, en el que con el paso del tiempo el emperador llegó a considerarse un dios en la tierra. Pues bien, el año 44 a.C., en los Idus de marzo, es decir, el día 15, un numeroso grupo de senadores republicanos lo rodearon al comienzo de una sesión del senado y le asestaron 23 puñaladas, al menos una mortal. Los magnicidas fueron aclamados por el pueblo y a los dos días del asesinato fueron indultados a instancias sobre todo del famoso Cicerón. En realidad el magnicidio más famoso de la Historia no sirvió para nada, los tiempos eran incompatibles con la anquilosada administración republicana y la complejidad del gobierno de un enorme imperio. El mismo pueblo que aclamó a los magnicidas soportó durante años la dictadura y las nuevas formas de gobierno monárquicoimperiales, con frecuencia despóticas, pervivieron en Europa durante muchos cientos de años.
Las semejanzas y diferencias son muchas y en gran parte dependen de la reflexión y consideración de cada uno. Resaltaré al menos tres o cuatro o cinco importantes semejanzas con el momento actual: los triunviros de entonces y de hoy eran y son muy poderosos, eran y son enormemente ricos, aparentemente respetan las instituciones republicanas, hoy diremos democráticas, y se sirven de ellas en su beneficio, ocupan y asumen todas las instituciones y títulos públicos, tenían y tienen recursos e instrumentos eficaces de información para manipular al pueblo. César era un gran propagandista que deforma la información que le interesa como los dueños de las actuales redes sociales, tienen poca empatía por los más necesitados a los que desprecian por ineficaces aunque a veces parezcan extrañamente generosos, se creen dioses o elegidos de los dioses, los emperadores romanos lo reflejan en las inscripciones que de ellos se conservan en las que se llaman "divi", es decir divinos. Trump proclama que se libró de morir en un atentado por la acción protectora divina y así lo creen miles de devotos y pobres ciudadanos, para quienes si son tan poderosos, necesariamente han de contar con la elección y protección divina, etc.
En resumen, del conocimiento de la historia hemos de aprender que se avecinan tiempos difíciles, quizás largos tiempos difíciles porque el reparto del poder y del dinero une mucho y fuertemente cuando hay pocos principios morales, pero todo ha de acabar antes o después, por lo que hemos de estar preparados para aguantar estoicamente lo que se viene encima y trabajar mientras tanto en la medida de lo posible para que el egoísmo y la codicia irrefrenables acaben cuanto antes. Aunque a muchos les parezca difícil o incluso imposible, We can.
Antonio Marco. Catedrático de Latín jubilado y expresidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.