Desde que se produjo hace apenas un mes el relevo en la presidencia de EEUU, el país más poderoso del mundo, estamos los demócratas de esta aldea global, llamada tierra, muy preocupados, especialmente en Europa, porque vemos muy seriamente amenazado nuestro sistema político de gobierno, nuestra democracia, que hemos logrado construir después de una larguísima, violenta y azarosa historia de desigualdades y confrontaciones.
La democracia, sistema político en el que el poder está en manos del pueblo, como significa la palabra griega, nació en la antigua Atenas, en Grecia, allá por el siglo V a.C.; tuvo una breve vida entonces y se recuperó como democracia moderna y liberal a finales del siglo XVIII dos mil doscientos años después: primero en Estados Unidos (1775) y luego en Francia (1789) se proclamaron los derechos inalienables del hombre, el principio de soberanía popular y sistemas de gobierno democráticos representativos. El proceso desde luego es bastante más complejo, pero serán suficientes estas breves notas para entender el objeto de este pequeño artículo. Desde entonces la democracia se ha ido extendiendo por toda Europa y otros cuantos países del mundo entero, desgraciadamente no por todos. El "Índice de Democracia" de la Unidad de Inteligencia de The Economist considera que apenas un 8% de la población mundial vive en democracia plena, mientras el 39% vive bajo regímenes autoritarios.
Ciertamente hay notables diferencias entre la democracia ateniense y las actuales, pero también hay significativas y esenciales semejanzas. Desde luego las dos estuvieron siempre amenazadas, aunque actualmente algunos ingenuos, entre los que no me cuento, pensaron que el sistema era irreversible al menos en Occidente. La principal diferencia es sin duda que en Atenas la participación de los ciudadanos era directa y no por representación; eso era posible porque apenas si afectaba a unos veinte o treinta mil ciudadanos: ni mujeres, ni niños, ni extranjeros ni esclavos participaban en la vida política. Nuestra democracia es representativa, es decir, elegimos a unos representantes, los diputados, que nos representan en el parlamento u órgano de discusión y aprobación de las leyes y son a su vez quienes eligen al presidente de gobierno. En consecuencia en Atenas no había partidos políticos sino ciudadanos interviniendo directamente en cada caso en las decisiones que en la vida social y cívica surgían. Otra importante diferencia es que no había separación de poderes tal como nosotros la entendemos desde Montesquieu entre legisladores, gobierno y jueces, aunque había formas de control y de equilibrio entre la creación de las leyes y su aplicación por los gobiernos. Tengamos en cuenta humildemente que este principio que tan esencial parece hoy en día, al menos en las formas, si somos objetivos y medianamente críticos, habremos de admitir que está sin embargo profundamente negado por la realidad, basta con observar nuestra propia realidad española o la americana y las interferencias permanentes entre unos poderes y otros, la judicialización excesiva de asuntos meramente políticos, la actuación poco ortodoxa de jueces en determinados procedimientos, la intervención de jueces en la confrontación política o el ejemplo inaceptable de la manifestación pública de un grupo de jueces del estamento más importante contra el mero anuncio de una ley todavía inexistente.
Pero a pesar de todas estas diferencias resalta una semejanza esencial que consiste en que el poder es del pueblo, de todos los ciudadanos, y no es el privilegio exclusivo ni de un monarca y su familia, que se considera dios o elegido por dios, ni de una clase aristocrática privilegiada que tiende a perpetuarse frente al resto de la población.
Los peligros que amenazaron y amenazan a las democracias, antiguas y modernas, en resumen son en primer lugar que en cualquier momento un individuo o un grupo o clase de individuos se apodere del poder en beneficio propio frente al bien común del resto de los ciudadanos. Ocurrió en Atenas después de la famosa Guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta, cuando ésta, vencedora, impuso el gobierno de los Treinta Tiranos como gobierno títere y ocurre en nuestra época cada dos por tres con los llamados golpes de estado o movimientos de presión de grupos muy poderosos, como está ocurriendo en este momento en EEUU con sus insaciables plutócratas gobernando, que además de todo el dinero ansían todo el poder. Precisamente en estos días también recordamos en nuestra querida España el golpe del 23F del año 1981 cuando un grupo de guardias civiles comandados por un teniente coronel pistola en mano asaltó el Congreso de los Diputados, golpe que por burdo que ahora parezca nos metió el miedo en el cuerpo a quienes ya habíamos vivido una larga y negra dictadura, la del general Franco y sus colaboradores. Y en estos días también leo con asombro cómo un famoso bloguero neorreacionario norteamericano, Curtis Yarvin, bien escuchado y atendido por el gobierno de Trump, dice en el importante periódico New York Times que la democracia de Estados Unidos debería ser sustituida por una monarquía dirigida por un CEO (Chief Executive Officer), es decir, por el Consejero Delegado o máximo dirigente de una Empresa, de la empresa de Estados Unidos. Parece una provocación, pero ahí esta para el aplauso de los plutócratas y de muchos miles de ciudadanos menos informados. Así que estos peligros fueron y son permanentemente reales
Por cierto, y ruego se me disculpe la digresión, la dura dictadura de los Treinta Tiranos de Atenas acabó pronto, duró apenas un año pero mató a más de mil atenienses y exilió a muchos mas o confiscó sus bienes; la democracia se restableció por las fuerzas demócratas de la mano de Trasíbulo. Entonces fue cuando por primera vez se constata en la literatura griega el término “amnistía”, que significa sencillamente olvido, porque se “olvidó” lo ocurrido y se perdonó a los participantes en la tiranía y guerra subsiguiente que perdieron los tiranos; pensaron los demócratas vencedores que esos ciudadanos equivocados eran muy útiles y necesarios para el futuro de Atenas y merecían el perdón, contra la opinión comprensible de atenienses participantes en el enfrentamiento, que no creían que se debía tratar con tanta amabilidad a quienes el día anterior habían sido sus enemigos armados en el campo de batalla y les podían haber asestado un buen lanzazo o les mandaron al exilio o acabaron con la vida de algún pariente. Este asunto de la amnistía ha sido un tema que nos ha ocupado, preocupado y enfrentado a los españoles de hoy a veces de manera muy agria, pero que de momento ha perdido virulencia o importancia u oportunismo en la confrontación de los actuales partidos políticos.
El otro peligro que apreciaron los antiguos y sobre el que teorizaron ampliamente fue el de la calidad de la decisión y voto de los ciudadanos porque el reconocimiento de este derecho general supone admitir que todos son capaces de tomar decisiones con la suficiente información y con el suficiente criterio racional y cívico. Lo admiten, desde luego, y hasta explican con algún mito, como Platón, por qué todos los ciudadanos tienen derecho a participar en las asambleas con un discurso elaborado o con una sencilla y elemental intervención. Pero es evidente que es necesaria una buena formación e información de los ciudadanos, que se consigue con el planteamiento y discusión de las cuestiones en la asamblea o foro correspondiente, con la discusión en las diversas escuelas filosóficas existentes, escuchando a los diletantes sofistas, expertos en el uso y manipulación de la palabra, en las comedias y obras de teatro a las que se asisten los ciudadanos en largas jornada, en la apasionada discusión popular en el ágora o plaza pública a que tan aficionados somos los habitantes de las orillas de este importante mar que llamamos Mediterráneo.
Es evidente que una plena y perfecta democracia necesitaba entonces y necesita ahora de la participación de ciudadanos informados y amantes tan solo del bien común. Y es aquí donde nosotros tenemos especiales dificultades y peligros. Los foros, lugares, y organismos para la discusión, para el contraste de opiniones, para el conocimiento en profundidad de la esencia y matices de las cuestiones políticas y cívicas son varios, el primero y más importante es el parlamento en el que se sientan los representantes elegidos por los ciudadanos. Pero ese lugar especial, donde se ha de manifestar el valor de la palabra y de la libertad de expresión, es ocupado sin pudor y prostituido en demasiadas ocasiones por los intereses partidistas de asegurar el triunfo electoral subsiguiente; rara vez es un foro de discusión en el que contrastar diversas opiniones sobre un tema y sí un escenario para una virulenta confrontación verbal y gestual; tan solo cuando la cuestión que se plantea es de urgente necesidad para los ciudadanos, al borde de provocar el cabreo de grandes masas de población afectadas, se llega a un rápido acuerdo generalmente sin discusión que ya es innecesaria ante la presión ciudadana. Con demasiada frecuencia, sobre todo en los últimos tiempos, las sesiones parlamentarias son un guirigay incomprensibe y una oportunidad perdida para la información y formación de los ciudadanos.
Otros grandes instrumentos absolutamente necesarios para la formación del ciudadano llamado a participar en política son los medios de comunicación: prensa, radio, televisión y de manera novedosa e importante las redes sociales. Evito todo análisis y referencia a la situación actual cuando el desprestigio y sectarismo y venta al mejor postor son casi omnipresentes y cuando en numerosísimas ocasiones la mentira interesada la convierten en verdad incuestionable. ¿Quién nos iba a decir que las redes sociales que facilitan la participación inmediata, directa y casi universal serían un eficaz instrumento en manos de desaprensivos para el engaño y manipulación de crédulos ciudadanos poco preparados y entrenados para la valoración crítica de las noticias y comentarios? Otra gran oportunidad perdida.
Función educadora de ciudadanos les corresponde también al sistema educativo y a los intelectuales que en él se han formado. En muchos casos están ausentes y cuando levantan su voz más autorizada tienen pocas posibilidades de ser escuchados entre el vocerío y ruido al que anteriormente hacía referencia. La cuestión, pues, es si los ciudadanos en general están suficientemente bien informados. Naturalmente no lo están. La actitud más generalizada del conjunto la describió perfectamente en un párrafo memorable el historiador griego Tucídides hace 2500 años cuando el radical Cleón se refería con acritud a los ciudadanos atenienses que tenían que aprobar en la asamblea una decisión grave sobre las medidas a tomar con los sublevados ciudadanos de Mitilene en la Guerra del Peloponeso;
Pero los responsables sois vosotros, ... que soléis ser espectadores de discursos, pero oyentes de hechos ... dando menos credito al acontecimiento que han presenciado vuestros ojos que al relato que habeis oido.... Os parecéis a espectadores sentados delante de sofistas más que a ciudadanos que deliberan sobre los intereses de su ciudad.
Parece que nos está describiendo a nosotros hoy en día, embelasados ante de las omnipresentes discusiones de vociferantes tertulianos, que sin duda son los modernos y peores sofistas. Disfrutamos del espectáculo vociferante de los falsos momentos informativos, de la política como espectáculo, pero no tomamos medida alguna participativa para orientar la acción en el debido sentido de acuerdo con la verdad y el interés común. Ciertamente las semejanzas entre el mundo antiguo y el actual no son pocas ni de poca inportancia.
Puede parecer una medida ingenua e inútil frente a la envergadura de los enemigos de la democracia, pero no veo otro instrumento para revertir la situación que trabajar con todos los medios por la información veraz y la formación crítica de los ciudadanos utilizando precisamente los instrumentos hoy en gran medida prostituidos: partidos políticos, mass media, televisión, radio, redes sociales, instituciones educativas y culturales, intelectuales y pensadores. ¿Por qué no ha de imponerse así la verdad a la mentira, la información a la ignorancia, la reflexión tranquila y ponderada a la reacción primaria irreflexiva utilizando bien precisamente esos instrumentos?
Más aún, soñando con la utopía se me ocurre imaginar que unos ciudadanos así informados, formados y comprometidos, utilizando los poderosos medios informáticos de que ya disponemos, podrán hacer realidad y practicar felizmente la democracia directa, sin necesidad de intermediarios. Si la utopía no se convierte en realidad, no lo será ciertamente por falta de recursos. We can.
Antonio Marco. Catedrático de Latín jubilado y expresidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.