Por Ernesto Esteban
Quiero comenzar agradeciendo a Santiago Araúz de Robles la invitación que me hizo para escribir este proemio a su último libro “Vísperas de la despoblación”. Para mí es todo un honor y un orgullo que un encargo así me lo haga una persona a la que respeto y admiro profundamente como escritor, como intelectual y sobre todo por su “bonhomía machadiana”. Además no me importa confesar que es la primera vez en mi vida que me piden y que hago tal cosa, hasta el punto de que tuve que ir al diccionario para conocer el significado de la palabra proemio. Yo conozco lo que es un prólogo, un preámbulo, incluso un prefacio, pero proemio y mucho menos exordio, pues no. Mira que estudié en un seminario, donde recibí buenas dosis de literatura española, francesa, latín y griego y jamás lo había escuchado. Si levantara la cabeza el bueno de D. Tomás, un cura que nos daba clase de literatura ( nos descubrió a Delibes, a Fernández Flórez y a Salgari) me daba una buena colleja. “Con cien cañones por banda… la Lengua con Don Tomás es la pachanga” le contestó un compañero de Cella a una pregunta sobre poesía y la risotada aún nos dura a todos lo de la clase. Tampoco he podido evitar el recuerdo de mi tío Carlos, que cuando veía a una pareja de novios ejerciendo como tales , comentaba “por lo bajini”, pero con intención de que lo escucharan:
- “Abrazos no hacen hijos, pero tocan a vísperas” y esbozaba una sonrisilla picarona.
Define la R.A.E. a la víspera como el día que antecede a otro, especialmente si es festivo. Sería un sarcasmo caer en esa interpretación cuando los hechos que vienen sucediendo en nuestra tierra no pueden ser más tristes y desesperanzadores. El fenómeno de esta gran despoblación comenzó en la postguerra (años 40 del siglo pasado) , período de hambre y miseria general donde la permanencia en los pueblos te condenaba a una precariedad sin horizonte ni futuro. Cualquier destino, por penoso que fuera, se aceptaba con ilusión. Así hubo una primera oleada en los años cincuenta donde una gran parte de jóvenes emigraron a Sagunto a trabajar en los recién estrenados Altos Hornos y también en el tren minero que conectaba directamente las minas de Ojos Negros con la planta siderúrgica. Hay que decir que la mayor parte de Sierra Menera ocupa el término municipal de Setile. En esta primera remesa tenían preferencia los excombatientes de la Guerra Civil, una forma de premiar a los suyos que tenía el nuevo Régimen. Otros muchos aprovecharon para emigrar a países europeos y los más valientes, aunque en menor cantidad, cruzaron el charco hacia Méjico y Argentina.
La segunda oleada se produce en los años sesenta y fue con diferencia la más numerosa y la que ha provocado la cruda y triste realidad que hoy día padecemos. En esa época había días que se marchaban de los pueblos hasta siete familias completas, con todos sus bártulos cargados en la baca del coche correo. Ni en la peor de las diásporas o los éxodos bíblicos se ha vivido una tragedia así en época de paz.
Dicen que la HISTORIA de la Humanidad se va construyendo como una gran colmena ( con origen y final desconocidos) que se va conformando mediante la formación de una serie de grandes paneles, divididos a su vez en una multitud de celdillas cuyo espacio temporal se va asignando de forma individual a cada uno de nosotros con la obligación de dejar constancia de nuestra pequeña historia personal y contribuir de esta manera a conformar la historia colectiva del gran panel que nos corresponde. Continuando con la metáfora, resulta agradable comprobar con qué exactitud se dibujan las pequeñas historias colectivas de nuestros pueblos a partir del análisis y disección conjunta de las diferentes historias individuales . A todos nos gusta reconocer y aceptar estas pequeñas historias colectivas como seña de identidad. Y si no, que se lo digan a los miembros de la peña “El Cascurro” de Molina donde en todos sus “saraos” se rememoran una y otra vez (como en bucle) las mismas anécdotas que a lo largo de la historia de la peña protagonizaron sus miembros. Escalando un peldaño más dentro del panel, y de igual manera, descubriremos la historia colectiva de nuestra comarca.
Creo que en este libro titulado “Vísperas de la despoblación”, Santiago acierta plenamente al ofrecer al lector un ramillete de pequeñas historias-anécdota personales, aparentemente inconexas entre sí, donde cada una de las cuales encierran un mensaje-fábula (que utiliza como carga de profundidad) y que vistas en conjunto no hace otra cosa que denunciar el proceso de despoblación que de forma paulatina e inexorable viene sufriendo el mundo rural en general y nuestra tierra molinesa en particular. Se trata de una realidad que tenemos ante nuestras narices y contra la que cada cual luchamos (tristemente no todos) de la manera que podemos. Con este nuevo libro Santiago continua en la misma trinchera donde comenzó a pelear con “Los Desiertos de la Cultura”, y conociéndolo, no dejará de hacerlo jamás como buen soldado molinés que es.
Como decía anteriormente, nuestra historia colectiva se construye a partir de pequeñas historias individuales y nada define y conforma mejor el acervo de una pequeña comunidad que el relato de determinados sucesos (cuanto más jocosos mejor) porque diseccionan con el bisturí de la ironía las debilidades más comunes e inconfesables de sus protagonistas y retratan la cruda realidad del contexto social del que forman parte como actores principales . Leyendo a Santiago no puedo evitar el recuerdo de Cruz Paulino, mi padre (fallecido hace 37 años) por la similitud del enfoque que emplean a la hora de explicar un hecho, describir un paisaje o definir un ideario. Porque resulta más eficaz y didáctico la exposición, defensa o debate de cualquier tema, por escabroso que resulte, mediante el relato de pequeñas historias a modo de paradigmas (parábolas) adornados con los toques personales de cada uno de los relatantes, que un sesudo debate a varias bandas, de esos que consumen gran cantidad de tiempo y energía para no llegar a ninguna parte. En ese sentido mi padre (que regentaba un bar y un baile en Alustante) era capaz de embelesar a una audiencia improvisada relatando historias del pueblo, de la guerra y de lo que se terciara, dándoles un énfasis novelesco sin que importara mucho ajustarse al rigor de los hechos. Lo importante era el mensaje subliminal que pretendía transmitir y que terminaba consiguiendo. A modo de ejemplo contaré que en uno de los viajes que hizo a Molina a ver a los Ruiz (Los Durrell) que eran parientes suyos, pernoctó en casa de La Paula, famosísima posadera que en los años de la posguerra quitó el hambre a los viajantes de media España. Tras aquella noche, inició por su cuenta la mayor campaña publicitaria que jamás pudo soñar la Paula (por supuesto ajena a la misma). A todo el que venía al bar le ensalzaba la excelencia de la pensión completa que La Paula ofrecía de la siguiente forma: “Mi buen plato de sopa, mis buenas chuletas, mi buen flan de huevo…”cagao y meao” ¿Cuánto dirás? ¡¡¡Cien pesetas!!! Vete a Madrid y verás”.
No menos apasionantes resultaban sus “chascarrillos” sobre las diferentes parejas (tanto las que llegaron a buen puerto, como las que se quedaron en proyecto) a las que facilitaba el “envite” tocando en la pianola del baile tres canciones lentas seguidas para que le diera tiempo a “pedirle relaciones”. O cada vez que nos llevaba al internado de Teruel (eran los años sesenta del siglo pasado) y pasábamos junto al monolito en memoria de Eustaquio, el Jefe de Falange de Santa Eulalio del Campo y nos contaba que allí lo fusilaron los maquis, porque iba en el “coche correo” y, además, también le quemaron dos camiones al tío Catalán de Alustante. (Recuerdo la curiosidad que me producía la señal de madera pintada en rojo sangre de toro con la figura del yugo y las flechas que jalonaba la carretera en las entradas de todos los pueblos de la provincia de Teruel ). O el lance cinegético que vivió y del que estuvo presumiendo durante un montón de años, cuando cazó el primer jabalí de toda aquella contornada y cuya piel curtida con los “nueve boquetes en el codillo” estuvo mostrando (con relato incluido) a todo veraneante que pisaba el bar. En fin, que a riesgo de no ser del todo objetivo, estoy plenamente convencido de que a través de estas pequeñas historias personales se trasmite una gran “foto fija” de la forma de ser de las gentes y de las condiciones del entorno en que se mueven. Ya lo decía uno de Piqueras: “Enseñan más cinco minutos de vida que todas las enciclopedias del mundo”.
Evidentemente, (aunque sean coincidentes en el fondo) no es comparable la transmisión oral de estas pequeñas historias personales con la categoría intelectual que les imprime la calidad literaria de Santiago. La lectura de estas páginas invita al lector a disfrutar del relato no solo por el contenido-mensaje que se pretende difundir, sino también por la minuciosidad con que desciende a los pequeños detalles, que son los que mejor retratan esa “foto fija” a la que antes me refería. Se puede calificar a Santiago como un “orfebre” de las palabras, donde cada una de ellas ocupa el sitio que le corresponde y dice lo que quiere decir, sin caer en la tentación del barroquismo que tanto abunda y tan poco dice. Además, esta “filigrana” semántica que tanto emociona se ve enriquecida con abundantes referencias a grandes escritores y famosos cronistas, señal inequívoca del enorme bagaje cultural del autor. Leyendo “Vísperas de la despoblación” ¿quién no recuerda a Galdós, a Umbral o al medio paisano Raúl del Pozo?. Pero muy por encima de todos ellos , desde mi punto de vista, podemos establecer un paralelismo casi mimético con el grandísimo Miguel Delibes, maestro de maestros de la denominada “literatura de lo rural”. En la presentación de su libro “Mariúpol” en Molina de Aragón me tomé la licencia de calificarlo como nuestro “Delibes Molinés” y con cada nuevo libro que publica más convencido de ello estoy.
Quiero aprovechar estas páginas para rendir homenaje a mis padres por la profunda educación en valores que nos han inculcado a mi hermano y a mí desde su sabia humildad. Mi padre luchó en la Guerra Civil (1936-1939) alistado en la famosa “quinta del biberón”, es decir con 16 años, y finalizada la guerra estuvo movilizado durante los cuatro años que duró la segunda guerra mundial. Es decir, se “chupó” siete años de servicio militar en las peores condiciones (hambre, piojos etc). Mi madre, hija de un líder local republicano (que tuvo que huir una noche para que no le dieran “el paseo”) junto con mis dos tíos y mi abuela sufrieron las consecuencias de aquel período tan violento. Pues bien, un buen día se enamoraron, se casaron y vivieron toda su vida en el mismo pueblo donde “nos nacieron” (lo he tomado prestado) a mi hermano y a mí. Jamás de los jamases influyó o condicionó nuestra educación el hecho de ser uno del bando vencedor y la otra del bando de los vencidos. Todo lo contrario, pues mis padres, al igual que muchísimos paisanos, hicieron su Transición nada más terminar la guerra y apostaron por afrontar la nueva vida desde el olvido y el perdón, para conseguir, poniendo cada uno de su parte, una deseada reconciliación entre hermanos. No hay derecho a que hoy en día unos politiquillos que no conocieron aquel horror, pretendan abrir las heridas que los que las sufrieron dieron por cicatrizadas hace mucho tiempo.
Cumpliendo con el encargo de Santiago de hacer el proemio/exordio de este libro (parte inicial de un libro con la intención de persuadir y predisponer favorablemente a los lectores) me tomo la libertad (desde la confianza) de colaborar en el mismo incorporando nuevas historias-anécdotas que estoy seguro serán del gusto del autor y de todos sus lectores y que se irán publicando en El Decano de Guadalajara en próximas entregas. Que lo disfruten.
Ernesto Esteban es presidente de la Asociación Cultural Tierra Molinesa