El casco histórico agoniza

Publicado por: El Decano
19/01/2024 12:25 PM
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Guadalajara no es una ciudad que pueda presumir de casco histórico. Su revitalización se ha convertido en un problema endémico que parece no tener solución.


La zona agoniza, en parte, por el desapego de los vecinos de la ciudad con su centro, que apenas les oferta espacios comerciales y actividades de ocio que resulten atractivas. Por ello, los fines de semana y los festivos los guadalajareños salen en desbandada hacia localidades vecinas de la Comunidad de Madrid en las que encuentran centros comerciales y grandes superficies en los que realizar sus compras. O prefieren los bares y terrazas de los nuevos barrios de la capital que, especialmente en primavera y verano, tienen abarrotados sus establecimientos. 


Hoy en día, el centro es un lugar triste, frío y gris al que nadie quiere ir salvo para realizar trámites administrativos. Fuera de ese horario, el silencio lo invade todo. 


En las décadas de los 60, 70, 80 y 90, el centro de la ciudad era un lugar bullicioso y activo en el que se podían encontrar todo tipo de negocios tradicionales, bares, pastelerías, cafeterías, restaurantes, tres cines -uno de ellos usado también como teatro- discotecas, pubs y, la joya de la corona: el Mercado de Abastos, lugar de reunión y epicentro del comercio de la ciudad y la provincia. 


La vida giraba en torno a un casco histórico en el que se daban cita vecinos de todas las edades y en el que daba gusto pasear contemplando sus vetustos edificios y aquellos escaparates en los que igual encontrabas unos zapatos, que un traje de alcarreña, juguetes o dulces y pasteles ante los que, inevitablemente, uno sucumbía. 


De todo aquello ya no queda nada. Al margen de las sedes institucionales y administrativas, tan sólo sobreviven a duras penas poco más de una decena de establecimientos a cuyos propietarios les cuesta sangre, sudor y lágrimas mantenerse abiertos. 


Han sido muchos los gobiernos municipales de uno y otro signo los que han intentado revitalizar el centro con mayor o menor éxito. Se programan actividades culturales, se establecen bonificaciones y exenciones en las tasas e impuestos, se ofrecen ventajas para la instalación de comercios y la rehabilitación de viviendas y un largo etcétera de medidas que no parecen haber dado el resultado esperado salvo en determinadas épocas del año. Pero al casco le hace falta VIDA de forma permanente y no sólo en ocasiones puntuales. 

 

Mucho nos tememos que esta situación se va a agravar con la entrada en vigor de la denominada Zona de Bajas Emisiones que, en nuestra opinión, va a ser la puntilla para el centro de la ciudad. 


La creación de la ZBE es una exigencia de Unión Europea cuyo objetivo es aplicar restricciones de acceso, circulación y estacionamiento de vehículos para mejorar la calidad del aire y mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero. La liberación de espacio público derivado de la reducción del tráfico y de los aparcamientos da la oportunidad a las administraciones para realizar intervenciones urbanísticas que mejoren la habitabilidad de los barrios más céntricos y faciliten la renaturalización del entorno urbano. Sobre el papel, todo es muy bonito, muy ecológico y muy sostenible.


Pero la realidad es otra. Nos preguntamos si realmente este es el modelo para revivir el casco. Creemos que no. Menos aparcamiento, trámites burocráticos para la circulación de vehículos y un sinfín de restricciones para los vecinos y trabajadores de la zona y para el resto de ciudadanos, por no hablar de lo que se les viene encima a los cientos de familias que llevan a sus hijos a los dos colegios ubicados en la zona.


Realizar plantaciones, embellecer las zonas peatonales, instalar juegos infantiles y remodelar plazas y calles, no es sinónimo de revitalización, sino de problemas. Porque va a conllevar la puesta en marcha de numerosas obras que van a tener que padecer hosteleros y comerciantes, a los que se les viene encima una temporada veraniega ‘a cero’ ante la más que segura imposibilidad de instalar sus terrazas. Por no hablar de lo incómodo que resultará para los ciudadanos tener que transitar por calles levantadas y vallas a diestro y siniestro. Un encanto vamos. 

 

Otra cuestión a tener en cuenta son los problemas de movilidad que se van a generar en los barrios aledaños a la Zona de Bajas Emisiones, en los que ya de por sí es misión imposible encontrar una plaza de estacionamiento y la movilidad de vehículos está totalmente tensionada. Sumen a la ecuación la falta de aparcamientos y todo el tráfico que van a asumir barrios como El Balconcillo, las Casas del Rey o Bejanque con las nuevas restricciones. Un caos. 


Sin ánimo de ser agoreros, mucho nos tememos que, no tardando, la agonía del casco histórico terminará por llevarle a la UCI porque parece que todavía no se ha descubierto la medicina precisa para salvarlo. 


Sólo esperamos no tener que decir aquello de ‘Descanse en Paz’. 

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