El abrigo de la Malia, en la localidad de Tamajón, ha sido testigo del trasiego de poblaciones nómadas de cazadores y recolectores, así como de poblamientos agrícolas y ganaderos, que a lo largo del tiempo, que aquí se cuenta por milenios, han dejado su huella en forma de industria lítica, restos de animales, sedimentos etc. Una información que ha permitido documentar la presencia del ser humano en el interior de la Península Ibérica en un lapso de tiempo de unos 15.000 años, entre hace 42.000 años, cuando desaparecieron los Neandertales, y hace 27.000, en el que se pensaba que no había existido habitación humana, debido a unas condiciones climatológicas y ecológicas adversas. Estamos hablando, por tanto, de los primeros Homo Sapiens que estuvieron en esta región, durante el periodo Auriñaciense, hace unos 35.000 años, y en periodos posteriores del Paleolítico Superior .
El pasado domingo, en torno a un centenar personas de distintas edades, procedentes de diferentes puntos de la provincia de Guadalajara y de la Comunidad de Madrid tuvieron la oportunidad de acercarse a este yacimiento arqueológico, situado en pleno Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara, para conocer ‘in situ’ los trabajos que el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) está llevando a cabo desde el año 2018, con financiación del Gobierno de Castilla-La Mancha, el Consejo Europeo de Investigación y la colaboración de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), dependiente Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España, el Ayuntamiento de Tamajón y el Grupo Espeleológico Abismo de Guadalajara.
Este verano, el abrigo de la Malia alcanza su VIII Campaña y, como viene siendo habitual en cada temporada, los investigadores devuelven a la sociedad parte de su legado informando sobre los resultados de sus investigaciones y abriendo este yacimiento a los habitantes de la provincia para que puedan encajar una pequeña pieza más en el complejo puzzle de su historia e identidad.
Una jornada divulgativa, en la que los más pequeños tuvieron la oportunidad de ponerse en la piel de un arqueólogo para, bajo la atenta mirada de Fina, una preciosa golden retriever que les acompañó durante toda la jornada, rastrear el subsuelo armados con punzones, pinceles y otras herramientas.
La iniciativa se complementaba con un taller de industria lítica, donde todos los participantes pudieron aprender las distintas técnicas con las que nuestros ancestros trabajaban el sílex para obtener puntas de lanza, cuchillos, hachas, etc., la evolución de estas técnicas y las diferencias entre la industria lítica de los Neandertales y los Homo Sapien. Además, pusieron a prueba su destreza en el manejo de la lanza, para comprobar cómo sería cazar al estilo de los primeros miembros de nuestra especie.
El abrigo de la Malia, arrancaba la explicación Adrián Pablos, codirector de las excavaciones, debe su nombre a que la antigua propietaria de la finca se llamaba Amalia y en el pueblo todo el mundo terminó por conocer este rincón como la cueva de la Malia, una denominación que los investigadores no han querido ni corregir, ni cambiar, por lo que a falta de otro nombre, se ha quedado así.
El arqueólogo adentró a los asistentes en el contexto de la cueva y la importancia de estas investigaciones arqueológicas, recordando que los Neandertales serían como “nuestros primos evolutivos”, con coincidencias en grandes secuencias del ADN, pero con diferencias que parecen fundamentar el hecho de tratarse de especies distintas. Habitaron la Penísula Ibérica y esta región hasta hace 42.000 años, momento en el que desaparecen y hasta hace 27.000 años no existían vestigios del ser humano en la meseta central.
Las rocas que conforman el abrigo de la Malia, explica Nohemí Sala, la otra codirectora de las excavaciones, se formaron durante el Jurásico, bajo un mar tropical, por precipitación del carbonato cálcico, dando lugar a rocas calizas y dolomías, que tienen la característica de disolverse con el agua, produciéndose este tipo de oquedades que pueden ser aprovechadas como guarida o refugio de animales o del hombre.
Los trabajos en este abrigo se iniciaron a raíz de las investigaciones realizadas en los años 90 en la cueva cercana de los Torrejones, donde “se descubrió una guarida de hienas, que tienen la costumbre de acumular huesos en sus cubiles o madrigueras de los animales que había en el entorno, lo que nos permitió hacer un estudio de cuáles eran las condiciones ambientales”. Dentro de esos trabajos, en el año 2017, realizaron una prospección del terreno que les condujo a este abrigo, cuya estructura en forma de visera ofrece unas condiciones satisfactorias como refugio para las actividades cotidianas de estas poblaciones nómadas. “Lo que nos invitó a excavar a aquí es que vimos algunos huesos de animales como ciervos y herramientas de piedra que nos hacían pensar que quizá era de la época de los Neandertales y de la misma cronología de la cueva de los Torrejones, que estábamos excavando a apenas un kilómetro de distancia. A diferencia de los Torrejones, este abrigo no se había excavado nunca y no teníamos ningún tipo de documentación anterior”, relata Nohemí a la comitiva.
Una de las ventajas que se encontraron en el yacimiento a su llegada fue que el propietario de la finca, con el objetivo de meter el tractor, había retirado parte del sedimento que cubría los niveles que están excavando ahora, “lo que nos vino muy bien, porque lo que retiró fue como un metro y medio de tierra muy moderna que, aunque formaba parte del yacimiento, a nosotros no nos interesaba especialmente y nos dejó a nivel del suelo esas unidades que sí queríamos estudiar”.
Cuál fue su sorpresa, cuando al realizar una primera cata, lo que iba a apareciendo “no eran las herramientas propias de los Neandertales que habíamos visto en la superficie, que imaginábamos que nos iban a hablar de una cronología muy antigua, sino que esa manera de tallar la piedra se correspondía con nuestra propia especie, pero de la época Paleolítica”.
Y es que aunque parece que los Neandertales gozan de una gran popularidad entre los que somos neófitos en esto de la Paleontología, lo cierto es, tal y como relataba la directora de las excavaciones, que son numerosos los yacimientos que hablan de nuestros parientes evolutivos en el interior peninsular, mientras que en lo que respecta al Homo Sapiens, en la época Paleolítica, “existen muy pocos y de algunas cronologías no hay ninguno”.
Durante las diferentes campañas, se ha ido extendiendo la superficie de excavación, desentrañando “una historia mucho más compleja de la que cabría esperar en un principio”.
El abrigo, describía la investigadora, tiene unas dimensiones bastante amplias, con una óptima orientación que permite la entrada de la luz, así como una buena visibilidad de todo el valle, lo que ha propiciado su ocupación a lo largo de la historia.
La paleontóloga del CENIEH señala con el dedo una zona de catas menos uniformes: “Estas unidades, que son Paleolíticas, están excavadas en unas estructuras circulares llamadas silos, que fueron realizadas por las poblaciones de la historia más reciente, de la Edad del Bronce y del Cobre, para guardar el grano o para realizar distintas actividades. Se trata de comunidades de agricultores y ganaderos de cronologías de hace 3.000 y 4.000 años de antigüedad. Al realizar estos silos rompieron las unidades Paleolíticas más antiguas. A la hora de excavar estas estructuras hay que tener mucho cuidado, porque si no se hace bien puedes cometer el error de mezclar cosas de diferentes cronologías. Lo que hay que hacer es vaciar esos rellenos más modernos y una vez tenemos esas formas originales, empezar a excavar en extensión las unidades paleolíticas”.
En estos silos han aparecido restos de cerámicas y de animales, como ovejas y cabras, así como algunas herramientas de piedra.
En los niveles más antiguos, se han identificado dos unidades principales de ocupación humana. La más moderna ha sido datada entre hace 27.000 y 25.000 años, donde se han encontrado herramientas de piedra y animales con marcas de haber sido procesados por humanos con cuchillos de piedra, lo que quiere decir que esos animales fueron consumidos por los individuos que moraron el abrigo. “Esto corresponde a una cronología en la que los Neandertales ya no estaban en nuestra región y son poblaciones de lo que conocemos como cromañones o representantes de nuestra propia especie, pero de la época Paleolítica”, aclara.
Los yacimientos de este periodo no abundan en el centro peninsular, pero sí que existen algunos ejemplos, como en el de Peña Capón, muy cerca, dentro del término municipal de Tamajón, en Muriel.
Sin embargo, debajo de ese primer nivel más somero, comenzaron a excavar un segundo nivel en el que seguían apareciendo herramientas líticas y restos de animales consumidos, con esas marcas de haber sido cortados con herramientas líticas, algunas hogueras, carbones, etc. En esa unidad, los análisis han dado una cronología de en torno a 35.000 años. “Mientras en esas cronologías en otras regiones de la Península como la Cornisa Cantábrica o la zona de las costas mediterránea o atlántica sí que había poblaciones de los Cromañones, en el interior de la Península se pensaba que por las condiciones climatológicas o ecológicas no habían entrado”.
Estas investigaciones, por lo tanto, han conseguido poner en Tamajón un punto en el mapa de las primeras poblaciones de Homo Sapiens en el centro de la Península Ibérica. Un lugar en el que, probablemente, estas poblaciones nómadas harían una parada en su tránsito, para guarecerse y cazar.
Además de las herramientas de industria lítica, han aparecido astas de hueso trabajadas y pulidas para confeccionar unas puntas que utilizaban para la caza, con lo que “probablemente este era un lugar donde venían, cazaban, traían aquí sus presas y aquí hacían alguna de las labores de carnicería. Por eso encontramos aquí esos huesos, con esas marcas”, desvela Nohemí Sala.
Las catas, en el interior del yacimiento, están delimitadas por hilos. Algunas de ellas tienen unos pines de colores que, según Sala, se utilizan para señalizar los huesos o herramientas que van apareciendo y "recoger después toda la información sobre el contexto de ese hallazgo y cuál es su posición exacta en el espacio. Para ello, apuntamos el nivel y el cuadro en el que está y todo ese sedimento se deposita en los capazos; se guarda con unas etiquetas y se lava con unos coladores para que queden atrapados allí todas los trocitos de herramientas de piedra, los dientes de los animales más pequeños, etc., con lo que recuperamos absolutamente todo lo que haya quedado acumulado en estas unidades”.
La directora de las excavaciones apunta que a medida que se investiga un yacimiento se están destruyendo esos niveles de sedimentos, por lo que “nadie más va a poder venir a estudiar las piezas en su posición original”, así que es preciso documentar concienzudamente toda la información que se extrae. “Afortunadamente, en la actualidad contamos con muchas más metodologías para recoger la información. Sin ir más lejos, tenemos aplicaciones móviles que, a partir de fotografías, generan modelos 3D de esos escenarios que tú has fotografiado”.
Detrás del equipo de investigación, explica la directora, existe una multitud de personas especializadas en distintos campos: “Algunos hacen dataciones, otros estudian los sedimentos, la fauna, las marcas que quedan en los huesos, las herramientas líticas, para qué se usaron esas herramientas viendo las huellas que quedan en los filos de las mismas: Si se utilizaron para curtir pieles, para cazar, etc., con el fin de, entre todos, construir el relato y acercarnos a las formas de vida de estas poblaciones”. Una historia apasionante que ilumina una parte desconocida de nuestro pasado prehistórico.
Al fondo del abrigo, se intuye la entrada a una cueva colmatada de sedimentos que los investigadores intuyen que forma parte del yacimiento. Una zona aún sin explorar que plantea todo tipo de enigmas y augura infinidad de campañas en el futuro, que seguirán arrojando luz sobre una historia que hasta hace poco caminaba en la penumbra.