El fallecimiento inesperado y repentino de Francisco Tomey, el Presidente, como muchos aún seguíamos llamándole por más que hubieran pasado cerca de veinticinco años desde que dejara de ser presidente provincial de su partido y presidente de la Diputación de Guadalajara, nos ha cogido a todos por sorpresa.
Desde que dejara la política, o más bien desde que la política le dejara a él, Paco no se prodigaba por la ciudad. Prefería su retiro de Humanes y de Vera, en Almería, donde pasaba largas temporadas, así como el resguardo de los suyos; la vida familiar fuera de la esfera pública y esos nietos que le iluminaban la mirada cada vez que se le preguntaba por ellos.
Francisco Tomey se ha ido discretamente, como vivió estos últimos años, sin haber recibido en vida los honores y homenajes que tanto mereció quien tanto hizo por Guadalajara y que no solo sus amigos, sino también sus adversarios políticos, le reconocen.
En la hora de la muerte llegan los elogios fáciles y generalizados, Francisco Tomey se los merece todos. A principio de los años 1980 las infraestructuras en Guadalajara más allá de la capital eran más propias del s. XIX que de las postrimerías del s. XX. Estaba todo por hacer. Bajo su mandato, la Diputación Provincial emprendió la ardua tarea de generalizar las acometidas de luz y agua, de asfaltado de calles y de renovación de todo tipo de instalaciones públicas allá donde se necesitaba, que era en realidad en todas partes.
Fue un trabajo ingente y que condujo finalmente a los pueblos de la provincia a una modernidad primitiva, pero modernidad al fin y al cabo. Se puede decir que no hay localidad en toda Guadalajara, por remota que sea, que no cuente con una añeja instalación deportiva, cultural o social procedente de aquellos años, con la correspondiente placa en la fachada donde figure la fecha de su inauguración y el nombre de Francisco Tomey grabado.
Asimismo, desde un principio y bajo su presidencia, la Diputación se volcó en la recuperación de los recursos etnográficos de Guadalajara, de su rico patrimonio material e inmaterial, del folclore en todas sus acepciones, desarrollando una abrumadora labor cultural. Suya es la Escuela Provincial de Folclore, el primer Conservatorio de Guadalajara, de un sinfín de publicaciones que fijan nuestras tradiciones y tantas otras iniciativas de las que hoy aún disfrutamos. El Complejo San José fue tal vez su obra más emblemática, la que marcó un punto de inflexión en la capital y tal vez el proyecto personal del que más orgulloso estuvo siempre.
Fue su voluntad que la administración llegara a todos los rincones de la provincia, en colaboración con José Maria Bris, por entonces alcalde de Guadalajara y José Antonio Mínguez, fieles amigos y escuderos. Ese legado de servicio público permanece hasta hoy, cierto que era otra época y que seguramente la forma de hacer política tan personalista, propia de ese momento en concreto, no sería vista hoy con igual benevolencia.
Tomey consiguió que el Partido Popular gobernara en Guadalajara durante cuatro legislaturas seguidas, una proeza inigualada desde entonces, apartando a quienes hasta ese momento creían que éste era su feudo natural por razón de cuna y alejando a aquellos que solo aportaban ruido y añejos apellidos que en democracia carecían de significado, como él supo muy bien ver. Poseía y siempre se le reconoció una autoridad indiscutible, cimentada en un instinto y una capacidad de análisis político certera y práctica que le hacía mantener cerca a sus amigos y aún más cerca a sus enemigos.
Resulta difícil encontrar a alguien que no tenga un buen recuerdo personal suyo, una anécdota que contar, un momento con él fijado en la memoria. Su figura es aún hoy reverenciada en el palacio de la Plaza de Moreno pese a los años transcurridos.
Inolvidables son su carácter y su genio tan pronto como pasajero en momentos de exaltación, esa fidelidad inquebrantable a sus amigos y su falta de sectarismo, así como la enorme generosidad con la que acogía a todos aquellos a los que no dudaba en brindar una oportunidad política o profesional si intuía que había talento y sin preguntar jamás por filias o fobias políticas.
Hasta el día de hoy llega el recuerdo de la mano de hierro con la que dirigía su partido y la Institución Provincial. Tomey marcó una época y también nos marcó a todos aquellos que tuvimos el placer y la suerte de conocerle.
Hasta siempre, Presidente, querido Paco. Descansa en paz.
Gloria Magro. Periodista.