La película del gran G. Berlanga (guión del mismo, más Bardem y Mihura) 'Bienvenido, Míster Marshall', fue un logro, reconocido para el mundo y la historia, con el Premio del Festival de Cannes, y domésticamente -es un dato- con el del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC). Se rueda y se sitúa en 1953, momento significativo para el país (se firman el Concordato con la Santa Sede, y los Pactos de Madrid, con los EEUU). Empezamos a existir para el mundo, renacidos, pues.
Europa ha permanecido indiferente ante nuestro conflicto bélico puramente cainita (no le demos vueltas: las ayudas a ambos bandos habían sido de amateurs -'brigadas internacionales'- o experimentales, caso de la Alemania nazi, o de la Italia de Mussolini). Y ello, lo dejamos a 'nuestro aire' a pesar de que, como escribió Churchill en 1945, en la III República Española se jugaba la posible sovietización de Europa, cuando el Presidente 'don Niceto' puso a los soviets armados en las calles de Madrid: con ello las puso, pues, en llamas, un incendio sobre rastrojo que costó tres años y miles de vidas, y miseria compartida hasta que el odio tedioso, y en muchos sin causa averiguada, se apagó por consunción.
Y a empezar de cero, tras haber sido durante siglos los inventores del Nuevo Mundo, y los soñadores de una Europa Unida (releamos 'La idea imperial de Carlos V', obra del hispanista, rara avis en la España del 98, don Ramón Menéndez Pidal). En 1946, el dictador general Perón, de cuya ruina cronificada aún sigue recuperándose una Argentina que en los años treinta era la séptima economía mundial, nos enviaba barcos de trigo para paliar el hambre en una España cerealista: no mirábamos el talante de la mano a quien nos tendía el pan. Y, a partir de 1953, se deja ver la América de las bases militares en la Península, que además nos suministraba leche en polvo, mi generación recuerda el hecho casi milagroso: nos hizo crecer de estatura a los entonces niños. El mismo año, firmamos el Concordato con la Santa Sede.
Lo importante, con todo, era que se abría, refloreciendo en la dignidad de su historia, persona a persona, la consciencia del pueblo español, capaz de ánimo, lucidez e ingenio para componer sobre su hambre letrillas como aquella: "Franco, Franco, Franco.‘ nos prometiste pan blanco, nos estás dando aserrín. ¡eres peor que Negrín!". El pueblo advertía, advertíamos, todos que el camino abierto para el futuro eran la honradez, la dignidad y la tozudez compartida en avanzar hacia 'la burguesía como estilo de vida', en definitiva, el empeño en convertir España en una sociedad de clases medias, en lo económico y en lo cultural, y en la estructura institucional todavía a inventar después de una 'dictadura-paréntesis', todas las generaciones la sabíamos así, aunque para abrir futuro hiciera falta como llave el fenómeno de la migración interior masiva: a partir de los años cincuenta España vivió el mayor proceso mundial de 'conurbación'.
Estábamos preparados, y necesaria -felizmente- abocados a un Estado liberal parlamentario (caían, por su propia naturaleza y desgraciada historia 'política' otra república, o un 'régimen que se sucediera a sí mismo': y quedaba abierta, con raíz histórica, la monarquía para un pueblo madurado en el hallazgo de su identidad perenne pero que, desde 1898, se recitaba sin saberlo cada amanecer buscando horizontes aquello de "como el toro yo he nacido para el luto y el dolor". Es decir: estábamos autoabducidos colectivamente hacia una 'Transición' (aún no le habíamos puesto nombre), cuya plasmación nos situaría ejemplarmente, inverosímilmente para algunos, en nuestro verdadero ser colectivo. Aún no lo he leído, pero creo que es el análisis del último libro del relevante y aséptico hispanista Paul Preston. En el 78 del siglo pasado España se volvió a construir para los nuevos tiempos de convivencia pacífica y creativa: por el esfuerzo 'del pueblo', como había sido la construcción de Hispanoamérica, en frase de Ortega y Gasset.
Y en ello estamos, desde hace cincuenta años, y debemos estar, exultantes, a pesar de que, en el cenit de nuestra identidad con raíces, desde “un 15 de mayo nos ensombrecemos con dudas internas preadolescentes -y quizás por ello exóticas, ruidosas con aparente actualidad- aunque minoritarias es cierto. Y con aquella nuestra robustez de 1978, proyectada hacia la 'aldea global', entiendo que hay que analizar el actual momento crítico para el mundo, sin zonas de exclusión, no posibles en un planeta ya necesariamente interdependiente. Al que, sin embargo, apostamos lastres y fugas. Así el fruto malsano de la falta de fe de Occidente en sí mismo -casi sólo se reconoce en el utilitarismo económico, hoy el nervio de la UE-. O la locura de un americanismo destemplado encamado en cierto personaje con origen y modos del sector inmobiliario especulativo, llamado Trump, que resucita los imperialismos del siglo XX, pero además con flujo circulatorio populista.
La historia de los EEUU es lineal y simple: crea, vaciándola de nativos y, sobre todo, de sus derechos humanos, el inmenso territorio del norte del continente americano: y sobre ese vacío de humanidad le viene dado el nuevo 'supremacismo sajón', como hecho democrático, no hay competencia o alternativa. Cuando Tocqueville, después de la brutal experiencia autocrática napoleónica en Europa, viaja a América en 1831 para estudiar su democracia se encuentra con una novedad absoluta, virgen.
Aquello es 'otra cosa': admirable en sí misma, pero siempre proclive al absolutismo de alguna fuerza, ¿del blanco supremacista? (un paréntesis, tan solo para preguntar, ¿figura, aunque sea testimonialmente, alguna persona de color, o un indio navajo, o comanche, en el nuevo equipo de la Casa Blanca?). No hará falta siquiera la segregación racial, Luther King se limita a ser un apóstol contra la evidencia de racismo que, en Nueva Orleans, retrata Alan Parker, en el estremecedor film realista 'Arde Misisipi'. Con otros tiempos y circunstancias, es el mismo supremacismo, evidente, de Donald Trump cuando proclama en su rancho La Rosaleda -el día de la Liberación del país, con un estridente ¡America, first!.
Las 'Trece colonias' de Filadelfia, dieron por supuesto ese supremacismo blanco y lo concretaron en el dinero, en el oro, incluso, o sobre todo como principio de la andadura de un pais, en el que obtienen de las naves españolas que vienen de la América hispana, como la goleta Sara, que naufraga, con los líderes de la Declaración de Independencia a bordo, al rendir viaje en Galicia, en la bahía de Rande. Democracia virgen, atrayente: en rotación de dos solos partidos. Inexportable, pues, inimitable, en suma en Europa, por falta de identidad de los supuestos base. Las Doce Colonias de Filadelfia son una sociedad homogénea, a diferencia del mestizaje de la Península Ibérica, de Europa en general, y de Hispanoamérica, por supuesto.
Los EEUU son comparables a un tubo de cristal en horizontal relleno de agua y con una burbuja de agua que se desplaza hacia los extremos según se inclina el tubo, según la pasión o el desliz del momento, basta un movimiento de muñeca, un capricho o descuido de quien -incluso por decisión de las umas, y en las propias urnas-, maneja el instrumento del Poder, como quien juega con un 'nivel de albañil'.
El actual 'caso Trump' es paradigmático. Representa la pasión, no más, de la América profunda y virginal, inexperta. Estos tipos, excepcionales, de democracias, son por naturaleza aventureros, imprevisibles. Rompedores incluso consigo mismos. Casi el mismo día en que, el previamente autocoronado en portada de Times, el tal Trump, decreta 'el día de la Liberación USA', su compañero de proyecto de país, Elon Musk, lamenta la pérdida en el empeño del 40% de su fortuna, y el país se llena de 1.400 manifestaciones contra la nueva política económica: treinta manifestaciones por Estado.