El IRIAF realiza en Marchamalo los ensayos de la vacuna contra la loque americana, que arroja esperanza en la lucha contra síndrome de despoblamiento de las abejas

Publicado por: Marta Perruca
18/02/2023 08:00 AM
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Los investigadores y doctores en Veterinaria, Raquel Martín y Mariano Higes, han coordinado los ensayos de esta vacuna en el centro de la Consejería de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural, el único donde se han replicado estas pruebas fuera de la Universidad de Graz (Austria), responsable de desarrollar el método de aplicación de la misma. Su importancia, indican, reside en que “abre la puerta a probar una nueva terapia en otras enfermedades infecciosas que, de funcionar, sería una herramienta extraordinaria”

 

La provincia de Guadalajara cuenta con unas instalaciones científicas de referencia en el campo de la apicultura: el Centro de Investigación Apícola y Agroambiental (CIAPA), integrado en el Instituto Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario y Forestal de Castilla-La Mancha (IRIAF), ubicado e el municipio de Marchamalo, que, aunque a menudo pasen desapercibidas, han saltado varias veces a las páginas de la actualidad nacional e internacional por su importante papel en el desarrollo de investigaciones punteras relacionadas con las enfermedades de las abejas y otros insectos polinizadores. Por eso, no es de extrañar que el IRIAF de Marchamalo salga a relucir cada vez que se realiza un hallazgo importante en este ámbito, como es el caso de la reciente aprobación en Estados Unidos de una vacuna contra la loque americana, que viene a arrojar un halo de esperanza en la lucha contra el grave problema de mortandad de las abejas, que afecta a estos insectos en todo el mundo.

 


De esta manera, las instalaciones que la Consejería de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural tiene en municipio gallardo, son uno de los dos únicos centros en Europa que han desarrollado ensayos clínicos con esta vacuna. Detrás de estas investigaciones se encuentran los doctores en Veterinaria e investigadores del IRIAF, Raquel Martín Hernández y Mariano Higes Pascual.

Raquel Martín (izquierda) y Mariano Higes (derecha), son los investigadores del IRIAF que han coordinado los ensayos de la vacuina.
Raquel Martín (izquierda) y Mariano Higes (derecha), son los investigadores del IRIAF que han coordinado los ensayos de la vacuina.




“Hemos formado parte de las investigaciones que se han hecho fuera de la Universidad de Graz (Austria), que es donde se ha desarrollado la forma de aplicación de la vacuna, con el fin de replicar los ensayos y comprobar que los efectos son los mismos”, indica Raquel Martín, al tiempo que aclara que el IRIAF ha sido el único lugar, junto con la universidad austriaca, en llevar a cabo este tipo de ensayos aunque “ahora mismo la empresa está realizando otros, a nivel más global, en los que también participamos, y la vacuna ya se ha registrado en Estados Unidos”. La aprobación por parte del Gobierno estadounidense implica que ya se puede abordar el desarrollo de este medicamento para su comercialización. No obstante, todavía no hay fecha para su aprobación por parte de la Agencia del Medicamento Europea.

 


Tal y como explica Mariano Higes, actualmente, las principales enfermedades que afectan a las abejas en España son la varroosis, producida por el ácaro Varroa destructor, un parásito externo de las abejas, y la nosemosis C, provocada por el microsporidio Nosema ceranae, “que es el parásito que descubrimos aquí hace alrededor de 20 años”, pero además existen otras enfermedades con una menor incidencia, entre las que se encuentra la loque americana, “que es la enfermedad objeto del desarrollo de este medicamento”.

 


Los estudios de prevalencia de la loque americana realizados por las distintas administraciones no constatan una gran incidencia de la enfermedad en España, pero en palabras del investigador, esta nueva vacuna es muy importante porque “abre la puerta a probar una nueva terapia en otras enfermedades infecciosas que, de funcionar, sería una herramienta extraordinaria”.

 


Si bien es cierto que la afección de la loque america en nuestro país no es comparable con la de las otras enfermedades, según Higes, “hay determinados periodos y años en los que se dan una serie de condiciones que debilitan a las colonias de abejas y las hacen susceptibles a esta enfermedad, que afecta a las crías. La provoca una bacteria que genera esporas extremadamente resistentes y es una enfermedad de declaración obligatoria”.

 


El problema, añade Martín, reside en que las colmenas que están afectadas por la enfermedad bacteriana deben ser eliminadas “y el hecho de que no haya ningún medicamento registrado, realmente hace que el desarrollo de esta vacuna sea algo muy interesante”. Y es que, los apicultores no sólo tienen que destruir esas colmenas infectadas, sino que, automáticamente, queda inmovilizado todo el colmenar y la producción de miel, de manera similar a lo que está ocurriendo en estos momentos con la aparición de casos de viruela ovina en determinadas explotaciones ganaderas de la Región: “Si hay un brote de una enfermedad y no quieres que se extienda, tienes que tomar medidas y en algunos países se están quemando las colmenas in situ”, afirma Martín.

 


“No existe un tratamiento alternativo”, recalaca Higes. “En los años 80, el Ministerio llegó a hacer compras de oxitetraciclina para tratar los brotes de loque americana, pero hoy en día, con la legislación actual, no hay ningún medicamento autorizado para uso apícola. El problema son los residuos que estos medicamentos puedan dejar en la miel, que pueden tener implicaciones a nivel de la salud humana. Entonces, al no tener herramientas terapéuticas, resulta muy complicado, en caso de un brote, manejar la enfermedad”, aclara.

 

La vacuna se aplica administrando una sustancia a las abejas reinas, para que desarrollen una “cierta inmunidad” a la enfermedad, para que sea transmitida a las larvas hijas: “Si las larvas, que son las susceptibles de sufrir esta enfermedad, tienen esa inmunidad, pueden luchar contra la infección y sobrevivir”, aclara la veterinaria.





Los análisis llevados a cabo en laboratorio son optimistas, aunque según explica Higes, las investigaciones tienen que seguir avanzando dentro del terreno de campo para constatar cómo “esas reinas medicadas transmiten la inmunidad a las larvas y cómo la colmena es capaz de pelear ante un brote clínico de la enfermedad”. Hasta el momento, en laboratorio se han evidenciado diferencias “entre las hijas de las madres tratadas y las que no, y es de suponer que si eso se traslada al campo y el 50 o 60% de las larvas son resistentes a la enfermedad, la virulencia va a ser menor, pero esos datos todavía no los tenemos”.

 


Además, entienden que si la vacuna consigue evitar la propagación de la enfermedad, eso podría derivar en un cambio en su categorización por parte de las administraciones competentes, menos restrictiva y con menor impacto para los apicultores.

 


¿Y qué pasa con Nosema ceranae y Varroa destructor?

Mariano Higes adelanta que el IRIAF acaba de conseguir financiación para llevar a cabo un proyecto de investigación sobre las dos enfermedades principales que producen la mortalidad de colonias de abejas en España: la nosemosis C y la varroosis. “El principal problema de la nosemosis C es que tampoco existe un medicamento registrado específico para ella. Se utilizaba un antibiótico conocido como fumagilina que tuvo una autorización especial de uso en el año 2009, pero eso se acabó y, de hecho, creo que ya no se comercializa porque le faltaban algunos estudios en relación al efecto de los residuos en la miel. Hay algunos productos que no son medicamentos, que se aplican en la alimentación, que pueden controlar en cierta medida la parasitación, pero la realidad es que, quitando las técnicas de manejo agrícola, poco se puede hacer para combatir esta enfermedad, que es muy prevalente, muy dañina, que despuebla las colmenas y está detrás de muchas de las pérdidas que hay anualmente”, relata.

 

En este sentido, el investigador insiste en la necesidad de encontrar una terapia para tratar esta enfermedad y recuerda que el descubrimiento de la presencia de este parásito en la Apis Mellífera despertó muchas reticencias, porque al ser un parásito interno no es visible, como sí lo es el varroa, “pero ahora hay otra concienciación y por eso ha llegado el momento dar el paso hacia el tratamiento”.

 


En cuanto al varroa, el científico entiende que el cambio climático favorece a este parásito porque con un clima normal “las colonias dejaban de criar en invierno y el parásito necesita la cría para multiplicarse”. Con el aumento de las temperaturas “no hay parada invernal, y en lugar tener una población de, por ejemplo, 500 varroas en las colmenas, tienes 5.000 o más, por lo que controlar una población parasitaria de este calibre, requiere de medicamentos altamente eficaces , que en muchos casos dejan residuos en la cera". Además, continúa Higes,  "como el apicultor ve que constantemente tiene varroa, suelen repetir los tratamientos, probablemente, sin respetar la posologías, con lo que nos encontramos que se están seleccionando varroas resistentes a los acaricidas y con poblaciones mucho mayores, que las que había antes, lo que supone un grave problema sanitario”.

 

Colmenas del Centro de Investigación Apícola y Agroambiental.
Colmenas del Centro de Investigación Apícola y Agroambiental.



Cambio climático

 


En esta línea, cabe señaalar que as enfermedades no son el único enemigo al que tienen que hacer frente las poblaciones de abejas y otros insectos polinizadores. Según Raquel Martín los efectos del cambio climático también tienen graves consecuencias sobre estos animales. “El año pasado fue absolutamente horroroso. La sequía y las altas temperaturas hacen que no haya tanto alimento para las abejas. El cambio climático tiene una serie de connotaciones que afectan a las plantas, a las abejas y a todos los polinizadores, por lo que el panorama que se avecina es bastante complicado”, indica.

 


Con este telón de fondo, los investigadores no descartan que si la situación sigue agravándose, se pueda llegar a las poblaciones de colmenas que existían en los años 90 del siglo pasado: “Entonces había 1,5 millones de colmenas y ahora hay casi cuatro”, concretan.

 


La situación, apunta Martín, supone un incremento en las pérdidas y en los gastos de los apicultores “para mantener sus colonias viables”, pero además de las abejas melíferas, existen una gran variedad de abejas, algunas de ellas silvestres, y otros insectos que ejercen una labor fundamental en la polinización.

 


“Las abejas solitarias y las colonias de abejorros son todavía más sensibles que las abejas melíferas, porque son colonias pequeñas mucho menos resilientes (…) Las posibilidades de recolectar alimento en una situación de sequía, en la que la densidad de flores es menor, se reducen considerablemente para las poblaciones de abejorro, más teniendo en cuenta que no tienen un apicultor que les provea de alimentos, y si no hay comida se mueren. Un apicultor puede perder la mitad de sus colmenas, pero sigue teniendo la otra mitad, con lo que sigue habiendo polinizadores, aunque ese apicultor tenga unas pérdidas económicas”, relata Higes.

 


“El problema es que pueden desaparecer especies y no seamos conscientes de ello, hasta que ya no las encontremos y, de hecho, hay varios estudios que constatan que se está reduciendo mucho el número de polinizadores”, indica Martín, e incluso se habla de que “estamos ante una extinción masiva de insectos polinizadores”.

 


Un estudio que desarrolló el IRIAF junto con la Universidad Complutense de Madrid (UCM) desvelaba en este sentido “que algunas poblaciones de abejorros autóctonos se están diezmando al quedarse aisladas, porque los recursos alimentarios, sus flores, debido al cambio climático, se encuentran en altitudes superiores a las habituales y ellos no tienen capacidad de reproducirse en esas zonas, por lo que se mueren de hambre”, afirma el experto.

 


Al mismo tiempo, los insectos son la base de alimentación de muchas aves y otro tipo de animales “con lo que empezamos a romper cadenas”, añade la veterinaria.

 


La situación es cuanto menos, preocupante, y estos investigadores consideran que ha llegado el momento de tomar medidas drásticas y de que la sociedad en general tome conciencia de esta realidad.

 

Al mismo tiempo, y dejando al margen posibles visiones apocalípticas, entienden que “es de suponer que surgirán especies que se adapten a estas nuevas condiciones” y hacen hincapié en que existen equipos de investigación con experiencia que son conscientes de esta problemática y “estamos buscando soluciones que podemos aportar a nuestros apicultores en un periodo de tiempo lo más corto posible para que puedan enfrentarse mejor a estos problemas”. De hecho, el IRIAF forma parte de un importante proyecto de investigación con financiación de la Unión Europea, dentro de un consorcio formado por 18 centros de investigación a nivel europeo, que precisamente, estudiará el impacto “de todos estos estresores, como el cambio climático, con el fin de poder dar unas pautas de manejo apícola que permitan a las abejas existir”, culmina Higes.

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