Los políticos, como cualquiera, se ganan su honra con su comportamiento

Publicado por: Antonio Marco
03/07/2023 01:12 PM
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Cuando acabamos de salir de unas elecciones municipales y autonómicas que han modificado en buena medida la distribución del poder y de la representación política de los partidos, estamos a punto de comenzar un nuevo proceso, ahora de elecciones generales nacionales. La participación de los ciudadanos en estos procesos de manera activa viene siendo más o menos la misma de otras ocasiones, en torno al 65-75% del censo electoral correspondiente, con excepciones determinadas, lo que para la mayoría de ciudadanos y analistas políticos es aceptable pero resulta escaso para quienes consideran que el sistema electoral democrático debería ser utilizado por todos los ciudadanos llamados o por un tanto por cierto cercano al cien por cien.


Entre los numerosos motivos para explicar la abstención, en sí misma elevada e indeseada, es recurrente el del desprestigio creciente de los políticos profesionales y sus actuaciones, a veces corruptas, contradictorias, incoherentes, sorpresivas, cuando no incomprensibles y lejanas del interés concreto de los ciudadanos. Hay sin duda otros muchos factores de análisis sociopolítico e histórico más complejos de este hecho. Es cierto, sin embargo, que no faltan políticos ejemplares, dignos de ser considerados y honrados por los ciudadanos.

 

También es cierto que este desprestigio parece ir in crescendo, sobre todo en algunos sectores o grupos de edad, a veces no tanto por la acción real sino por la acción destructiva de algunos agentes políticos interesados, entre cuyos objetivos resulta ser el primero precisamente el de acabar con un sistema democrático de libertades e igualdades para todos los ciudadanos de un estado o país, como nuestra España.


Advertidos de esta posibilidad, creo que los ciudadanos tenemos derecho a exigir y soñar con un mejor sistema político en el que la honradez en sentido general, y no solo económico, sea el principal objetivo a conseguir y evitar la desmoralización y falta de ilusión, que con frecuencia se extiende más entre las clases y grupos que más necesidad tienen de la democracia por estar más indefensos frente a los poderosos y frente a las dificultades de un mundo en el que rige de manera más rígida cada día el más cruel y egoísta neoliberalismo económico.


El político profesional, también por supuesto el ciudadano general, debe ser honrado, es decir, debe ser justo y bondadoso para ser reconocido y honrado por aquellos a quienes pide su confianza para representarlos o por aquellos cuyos intereses gestiona. En la consideración de la honradez son esenciales cinco o seis  elementos básicos: 1. El respeto al adversario y al diferente en una sociedad compleja que se rige por normas justas que dan a cada uno lo suyo; 2. El respeto a la libertad de todos como justificación y garantía de la propia; 3. El respeto siempre a la verdad  y el rechazo siempre de la mentira, que nunca es lícita (numquam licet como decían los antiguos); 4. El respeto a la verdad implica ejercer la transparencia permanente en todas las acciones políticas que afectan a los ciudadanos, solo limitada excepcionalmente por razones de máxima importancia sometidas a controles de suficiente garantía por órganos democráticos; 5. Es esencial también la creencia en la igualdad radical de todos los seres humanos, que proclaman, al menos retóricamente, todas las constituciones democráticas; 6. Como consecuencia de la anterior creencia, los políticos deben ser capaces de empatizar y generar sentimientos afines con los ciudadanos a los que representan viviendo en cercanía y de ninguna manera encastillados en reductos de privilegios de todo tipo; 7. Deben estar también libres de toda sospecha de corrupción económica y de poder y blancos como el color al que se refiere su condición de “candidatos” cuando concurren a un proceso electoral. Hay políticos que cumplen estas condiciones, sin duda, pero la nube de la sospecha se extiende sobre muchos otros.

 
Como en otras ocasiones, me gusta fisgonear en el mundo antiguo grecorromano por ver si encuentro algo que nos anime dos mil años después a mirar al futuro con mejor esperanza y no caer en la apatía y desilusión en la que numerosos ciudadanos dicen estar.


Bien sabido es que fueron los antiguos atenienses quienes hace 2500 años inventaron la democracia o gobierno del pueblo frente a los gobiernos monárquicos o aristocráticos, creyendo en la isonomía o igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. La democracia estuvo amenazada desde el primer momento de su creación y de hecho duró escaso tiempo frente a las formas monárquicas, aristocráticas y autoritarias de variada índole.

 

Para los primitivos demócratas atenienses preservar la democracia fue una tarea necesaria y para ello llegaron a inventar una medida preventiva conocida como “ostracismo”. Cuando un ciudadano adquiría tal importancia y poder en la sociedad que su sola presencia suponía un peligro para mantener el estado democrático, éste, reunido en asamblea votaba su exilio temporal de diez años, no como castigo por lo hecho sino como prevención por lo que podía ocurrir. Se llamaba “ostracismo” porque la papeleta de voto en la que se inscribía el nombre del interesado era en realidad un fragmento de cerámica, fragmento de una vasija rota, ostrakon en griego. Todo esto es bien conocido, aunque sin duda nos sigue llamando la atención en unos momentos en que medidas semejantes son absolutamente inaplicables.


Pues bien, hay una anécdota relatada por Plutarco en Vidas paralelas. Arístides, VI-VII, que quizás no todos los lectores conozcan, pero que merece ser conocido y valorado por los ciudadanos actuales porque nos ayuda a mantener la esperanza de políticos honrados. Arístides fue un estadista ateniense que vivió entre los años 530 y 468 a. C. y tuvo un gran protagonismo en los acontecimientos del momento hasta el punto de ser calificado con el apelativo de “el Justo”. A pesar de ello Arístides fue sometido al “ostracismo” y lo que ocurrió nos lo cuenta Plutarco. ¿Quién mejor que el historiador antiguo para contarlo? Así que voy a transcribir lo que él dijo de Arístides, y que el lector lo valore:


 “Por eso, siendo un hombre pobre y plebeyo adquirió el titulo más regio y divino de Justo; lo que ningún rey ni tirano envidió, sino que se complacían en ser denominados Poliorcetes (el que defiende o ataca las ciudades), Ceraunos (el rayo) y Nicatores (el vencedor) , y algunos Águilas y Halcones, prefiriendo, según parece, la reputación de la violencia y la fuerza más que la de la virtud…

 


A Arístides, en efecto, le ocurrió que, amado al principio por su sobrenombre (
el Justo), más tarde fue objeto de envidia…, Y ya quizá el pueblo,… tras reunirse llegando desde todas partes a la ciudad, votaron el ostracismo para Arístides, poniendo a la envidia de su reputación el nombre de miedo a la tiranía. …

 

En el momento en el que se estaban escribiendo los óstraka se cuenta que un analfabeto y totalmente rústico, tras entregar su óstrakon a Arístides, que era uno de los que estaban por allí, le pidió que escribiera el nombre de Arístides. Al asombrarse este y preguntar si Arístides le había causado algún daño, En absoluto, respondido, ni conozco a ese hombre, pero me molesta oírle llamar por todas partes el Justo.  Y que habiendo oído esto Arístides nada respondido, sino que escribió su nombre en el óstrakon y se lo devolvió.  Al abandonar la ciudad, elevó las manos al cielo e hizo un ruego, según parece, contrario al de Aquiles, que ninguna situación les sobreviniera a los atenienses que obligara al pueblo a acordarse de Arístides.” (Plutarco, Arístides, 6, 2 y  7,1-8 (Edit. Gredos. Traducción de Juan M. Muñoz-Hermida).


Observamos, pues, que Arístides respeta a las personas, respeta a las leyes, no engaña incluso en su propio perjuicio y quiere lo mejor para su ciudad. Se cuenta que a su muerte Arístides estaba en la indigencia hasta tal punto que el Estado hubo de conceder una pensión de subsistencia a sus hijas.


En la anécdota se muestra también la grandeza de la democracia, en la que el voto de un iletrado campesino colabora en la expulsión de la ciudad del mejor de los ciudadanos, llamado precisamente “el Justo”. Esta anécdota nos ayuda, pues, a aceptar con democrática normalidad, por ejemplo, que en las recientes elecciones autonómicas y municipales, en muchas ocasiones han sido precisamente “los justos”,  que habían realizado una buena política de defensa de la igualdad y de la isonomía, los que son desalojados de los gobiernos por quienes en el fondo proponen una vuelta atrás e involución en la adquisición de derechos y una sociedad autoritaria y egoísta en la que no primarán precisamente las condiciones que proponía como necesarias para una buena política y unos dignos políticos. Pero así es la democracia y así hay que aceptarla.


Por lo demás, la idea permanentemente propuesta por los autores griegos que tratan de la política y de la democracia, Aristóteles por ejemplo,  es la de la necesidad de moverse en el término medio, alejados de los extremos, lo que trasladado a nuestros tiempos viene a representar la socialdemocracia.

 

La anécdota puede también aportar esperanza a quienes en estos momentos están estupefactos y desorientados por las chocantes declaraciones de políticos de primer nivel que afirman una cosa delante de las cámara y medios de comunicación y simultáneamente y a escondidas, sin transparencia alguna, firman pactos y acuerdos de gobierno incompatibles con lo anunciado.  Lo más preocupante en esos acuerdos es el ascenso creciente de las propuestas de ultraderecha en España, que se sirven precisamente de la democracia para socavarla y negarla, y la facilidad con que los partidos de centro derecha naturalizan la presencia en los gobiernos de la ultraderecha, como si no hubiera toda una reciente historia terrible en nuestra Europa y en nuestra España de lo que han supuesto  esas épocas.

 

Antonio Marco. Catedrático de Latín jubilado y ex presidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.

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