Ni Santiago Abascal ni Espinosa de los Monteros son como el griego Arístides “el Justo”

Publicado por: Antonio Marco
27/07/2023 11:19 AM
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A principios de este mismo mes electoral contaba en mi anterior artículo en este periódico una famosa anécdota que tuvo lugar en la democracia de Atenas hace 2500 años aproximadamente, a poco de ser inventada. El estadista Arístides, que por sus servicios a la patria y su comportamiento era llamado por sus conciudadanos “el Justo”, estaba a punto de ser enviado a un exilio de diez años, no por algún delito cometido, sino por el peligro que para la democracia (gobierno del pueblo), y para la isonomía (igualdad de todos los ciudadanos ante la ley), suponía el creciente poder e influencia que iba adquiriendo como particular. Cuando Arístides acude a la Asamblea que acabará desterrándolo, se le acerca un ciudadano, campesino iletrado, que le pide que inscriba el nombre de Arístides en el tejo de barro (ostrakon, papeleta de votación diríamos hoy) con el que se votaba. Arístides pregunta al iletrado si el tal Arístides le había causado algún daño, a lo que el ciudadano campesino le respondió “en absoluto, ni conozco a ese hombre, pero me molesta oírle llamar por todas partes el Justo”. Arístides cogió en silencio el “ostrakon”, la papeleta, e inscribió su propio nombre añadiendo así un voto más a su posible destierro, como finalmente ocurrió. Majestuosa grandeza la de la Democracia que reconoce iguales derechos a todos los ciudadanos y entre ellos el de votar cada uno como quiera y elegir a quien le plazca. Majestuosa grandeza la de Arístides que respeta las leyes, que respeta la democracia y que respeta a las personas, a los ciudadanos y sus decisiones, aunque sea en su propio perjuicio.


Pues bien, en este proceso electoral reciente, pleno de novedades y curiosidades merecedoras de un reposado análisis y reflexión,  aparece en el día de hoy una propuesta inmoral y antidemocrática de Abascal y Espinosa de los Monteros, líderes del partido de ultraderecha  VOX. Ciertamente deben estar muy desesperados por el mal resultado de las recientes elecciones y por la imposibilidad de formar gobierno con sus afines del Partido Popular. Sin duda la desesperación de quienes se muestran siempre tan airados les ha llevado a presentarse sin tapujos como los antidemócratas que son. En síntesis coinciden los dos en proclamar: “Si el señor Feijóo es capaz de convencer a un puñado de diputados socialistas y configurar una mayoría, nosotros no vamos a ser un obstáculo para evitar la conformación de un gobierno de destrucción nacional”.


Esto es simple y llanamente una llamada a la destrucción de la democracia, porque consideran que los votos de las personas que no piensan como ellos no valen nada, son antiespañoles. Es sencillamente una llamada al transfuguismo, a no respetar a las personas que han dado la confianza a los elegidos de un partido para que sean honrados y responsables, no para votar otras propuestas de otros partidos. Es una llamada a la corrupción política, es una propuesta de autodestrucción de la democracia. Sólo ha faltado el añadido de “convencerles al precio que sea”, como ya ocurrió y muchos recordamos con el famoso “Tamayazo”, que arrebató el gobierno de la Comunidad de Madrid al Partido Socialista legítimamente elegido y se lo dio mediante la compra con dinero sucio al Partido Popular de Esperanza Aguirre.

 

Y todo ello lo hacen con todo desparpajo, ante los micrófonos y altavoces de los medios de comunicación, cuantos más mejor, calificando no solo a los ciudadanos como buenos o malos españoles, sino incluso a los miembros de otro partido como “buenos y malos socialistas”, con la coletilla de que no creen que haya ninguno bueno, intentando encizañar a unos contra otros e insultando a todos. Por supuesto es un insulto a todos los votantes socialistas y a las personas que han elegido, pero es también un insulto, un desprecio a todos los partidos que concurren a las elecciones. Todo esto suena tan viejo, tan agresivo, tan desvergonzado y obsceno y tan ridículo que daría risa si no fuera por el importante papel, aunque minoritario, que esta extrema derecha juega en nuestra sociedad, afortunadamente madura democráticamente.


Esa madurez la ha demostrado de nuevo la sociedad española con su participación y con su decisión que ha puesto en evidencia a unas encuestas y estudios de opinión, insistentes y programados todas las semanas desde hace meses,  absolutamente sesgados, partidistas y mentirosos. En la explicación de tan poco acierto está sin duda la manipulación  y mentira permanente, salvo honrosas excepciones de quienes procuran aplicar las leyes de la prospección sociológica, sometida lógicamente a condiciones muy  cambiantes y al error que una ciencia o técnica tan volátil lleva consigo. Pero sobre todo pesa, en mi opinión, el hecho grandioso de que muchos ciudadanos, la enorme mayoría ciudadana, permanece oculta y en silencio ante el manejo de los institutos de opinión y la manipulación de los partidos.


No aparecen en los medios, no aparecen en las redes sociales, no gritan en los platós montados para el engaño, no son preguntados o encuestados por presentadores pagados, por supuesto no debaten ante el público embobado, no cuentan con ellos ni interesa su opinión, que no se les supone, pero, silenciosos, en su casa, tomaron hace tiempo la decisión de que tanto ruido y propaganda burda no les va a hacer desconocer y olvidar la realidad de que todos los políticos no son iguales, de que unos defienden la igualdad y otros los privilegios, de que unos quieren libertad y el respeto para todos y para todo y otros someter y controlar cualquier discrepancia, de que unos quieren avanzar hacia una sociedad mejor y más igualitaria y otros volver otra vez a un negro pasado de amenazas. Esa enorme mayoría silenciosa no atrae la atención ni parece interesar a unos dirigentes de los partidos de derechas engreídos y ensimismados convencidos de su victoria absoluta. Pero esa mayoría callada siente, piensa, teme y vota. Esa es la grandeza de la democracia, todos los ciudadanos son iguales ante la ley y su voto es igual de válido, el de los que gritan y manipulan en la cadena de televisión y el del que calladamente vuelve del trabajo a casa para comenzar en unas horas una nueva jornada, a veces dura y difícil. Nunca se lo agradeceremos bastante a los inteligentes griegos que la inventaron hace más de 2500 años y que siempre amenazada sale adelante en los más justos países del planeta.


Pues bien, no sabemos cuál será el desenlace de una situación política tan complicada como la que ahora tenemos. Es posible que Pedro Sánchez, al que los energúmenos del insulto y la confrontación le llaman Perro Sánchez, consiga ser investido y formar un gobierno de coalición con representantes españoles de partidos constitucionales. Es posible que no lo consiga ante las exigencias imposibles de un independentismo catalán alejado de la realidad y curiosamente cada vez menos importante. En ese caso se convocarían nuevas elecciones, en las que no deberían estar presentes ni representar a nadie quienes sin respeto para los diversos partidos que concurran, piden hoy con todo descaro y cara dura que los diputados de los partidos no sean leales a sus votantes y en un ejercicio de negación de la democracia y de esencial corrupción política voten y proclamen presidente a quien ellos prefieren y denominan defensor de la verdadera España. Mil veces expresada y manida es la expresión de “las dos Españas”, pero todavía una de ellas, la de “los buenos españoles” excluyentes puede helarnos el corazón, aunque afortunadamente hoy por hoy no son la mayoría que creían.

 

Antonio Marco

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