La Guadalajara de José Marlasca y Julián Antonio Moreno

01/10/2023 08:00 AM
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Placa recordatoria de los martires liberales, Moreno y Marlasca. Encima del bloque estuvo hasta no hace mucho la urna que un dia contuvo sus restos y que fue retirada por su deterioro y para ser restaurada//Imagen: Enrique Alejandre Torija.
Placa recordatoria de los martires liberales, Moreno y Marlasca. Encima del bloque estuvo hasta no hace mucho la urna que un dia contuvo sus restos y que fue retirada por su deterioro y para ser restaurada//Imagen: Enrique Alejandre Torija.

Aquel dos de abril de 1821 se habían congregado numerosas personas en la Plaza Mayor de Guadalajara, tantas como en pocas ocasiones solían hacerlo. El motivo era especial: se iba a proceder al acto de toma de posesión del nuevo jefe político de la provincia de Guadalajara (cargo equivalente a nuestro actual subdelegado del gobierno), el liberal Joaquín Montesoro, quien juró la Constitución aprobada por las Cortes de Cádiz en 1812, para después proceder a su lectura.

 

Aunque abolida cuatro años después por el Rey Fernando VII a su vuelta del exilio, tras el fin de la guerra contra Napoleón, de nuevo estaba en vigor tras el reciente levantamiento victorioso del coronel Rafael Riego, al haber encontrado éste el apoyo popular para volver a implantarla y que al mismo rey no le quedara otra que jurarla. Junto a los representantes del Ayuntamiento, Cabildo eclesiástico, ejército..., se hallaban también presentes en el lugar muchos individuos pertenecientes al pueblo llano, agricultores, obreros de la Real Fábrica de Paños, soldados, frailes, artesanos, comerciantes…, quienes tal vez no llegaran a comprender todo el sentido de cada una de las palabras del texto constitucional, algo al fin y al cabo reservado a los muy duchos en política, aunque expresiones como la palabra 'libertad' no desagradaría a los más y menos aún, desde luego, las promesas de prosperidad.

 

El júbilo se apoderó de los asistentes que  vitorearon a las autoridades, cuando éstas, en procesión, marcharon a la iglesia de Santa María La Mayor en acción de gracias, mientras se volteaban las campanas de todos los conventos y parroquias. Aquel día, los tejedores, los cardadores de lanas, las hilanderas, todos los que trabajaban o lo habían hecho para la fábrica  del Rey, la que había proporcionado durante un siglo trabajo, progreso y bienestar a una ciudad antaño en decadencia, confiaban en que con el nuevo régimen se les volvería a contratar a ellos, a sus mujeres e incluso a sus hijos, como en los viejos buenos tiempos, antes de la maldita Guerra de la Independencia que tantas cosas había desecho. Los agricultores esperaban que, con el cambio de aires políticos, el precio de sus productos se revalorizaría y se librarían, al menos en parte, de los gravosos impuestos que soportaban. Otros cifraban su esperanza en la adquisición de los bienes de la iglesia que el nuevo Gobierno pondría en venta y así poder dar salida al dinero que atesoraban. Y no faltaban tampoco los que, desde la sombra, aguardaban a que se dieran las condiciones oportunas para derribar el experimento político y volver al absolutismo.

 

Si bien los nuevos gobernantes habían llevado a cabo una revolución política, no la complementaron con una revolución social, lo que a la postre lamentarían. Las reducciones de impuestos al campesinado no fueron relevantes y la prohibición de importación de trigos extranjeros no llegó a afectarlos. Una parte de los bienes eclesiásticos fueron expropiados y sacados a subasta en un intento de solucionar el problema hacendístico y, de paso, el de la propiedad de la tierra, pero de ello no sacaron ningún beneficio los campesinos pobres por falta de capital para adquirirlos. Significativo es el contenido de la carta que enviaron los vecinos del pueblo de Retiendas a las Cortes, renteros durante siglos de las tierras del Monasterio de Bonaval, en la que decían:

"…prevén estos vecinos que si se procede  a la venta de dichos bienes (…) hallándose estos imposibilitados por su pobreza de aspirar a su compra en la forma que se previene (…) no puede menos que verificar su ruina para siempre, y que se verán precisados a  elegir entre la triste alternativa de ser sirvientes del comprador, o de abandonar el pueblo para buscar en otro un triste asilo a su miseria".   

 

La guerra había terminado de llevar a la bancarrota a la Hacienda Real, la que había financiado las Reales Fábricas de Guadalajara y Brihuega. Los  liberales no fueron capaces de evitar el cierre de la de Guadalajara, ni de revitalizar la de Brihuega, que en 1820 tenía en funcionamiento solo diez telares, muy  lejos de los cien que había llegado a tener en sus mejores años.

 

Muchas familias se encontraron en un callejón sin salida, sumidas en la pobreza, cuando no en la miseria. La desesperación cundió y con ella la indiferencia, y hasta el rechazo hacia las nuevas instituciones, alentado por la mayoría de la iglesia que veía peligrar sus intereses con la expropiación y puesta en venta de sus bienes desamortizados.

 

Los liberales habían perdido la confianza del pueblo.

 

En 1823, el camino ya estaba despejado a la reacción. Las partidas guerrilleras absolutistas actuaban en nuestras tierras encabezadas por personajes siniestros como el cura Merino. Meses antes, se descubrió el complot antiliberal del cura de Tamajón. La clerecía  seguntina en su mayoría secundó con armas en la mano, arrastrando en la intentona al campesinado de la comarca, el golpe de estado del 7 de julio de 1822 que intentaba derribar el régimen constitucional.

 

El  18 de mayo de 1823, la capital de la provincia es ocupada por las tropas absolutistas del general Besseires. Una ciudad donde la penuria y la desesperanza se habían generalizado por el cierre, un año antes, de la Fábrica de Paños. A esto hay que añadir la tensión entre el vecindario derivada de los combates librados en la ciudad y sus alrededores desde inicios de ese año por el ejército liberal contra las partidas realistas. Una situación propicia para que los partidarios del Rey absoluto agitaran contra cualquier persona tenida por liberal.

 

Llegado el 10 de agosto los absolutistas asesinaron a Julián Antonio Moreno, de diecinueve años de edad, miembro de la Milicia Nacional, tal vez como venganza contra quien muy probablemente fuera su padre: el capitán Ramón Antonio Moreno, debido al: (...) estado de mi opinión en esta ciudad y pueblos de la provincia: el odio que me profesan: el espíritu que han manifestado de saciarle; y lo expuesto que he estado a ser su víctima, sino en mi persona en mis bienes (...)

 

Los temores de Ramón Antonio Moreno no eran infundados pues su nombre figuraba en una 'Lista de los cofrades que componen la infame hermandad de la Constitución establecida en esta ciudad', compuesta por los absolutistas tras la toma de Guadalajara.

 

Casi tres meses después, una multitud linchó al teniente retirado de Cazadores de Montaña del ejército liberal, José Marlasca, el cual dejaba viuda en la persona de Rafaela Riaza, del que sabemos que, unos meses antes de su muerte, en la primavera de ese año, había derrotado en unión al jefe político de la provincia: Juan de la Cuadra, a las partidas de guerrilleros realistas de Pelayo y Vicente Batanero en el pueblo alcarreño de Valdearenas. Posteriormente, Marlasca fue hecho prisionero por las tropas absolutistas.

 

En 1825, una comisión militar ejecutiva se reunió para fallar la causa formada contra los vecinos de Guadalajara: Pedro López, Pedro España, Domingo Galindo, Domingo Dávila, Matías Casas, Bartolomé Polo, Leonardo Martínez, Ricarda Antón, Antonia Benito y Genaro Pérez, este prófugo, "acusados de ser Ios autores de la conmoción popular ocurrida en aquella ciudad la tarde del 1 º de noviembre de 1823, de que resulto violentamente muerto D. José Marlasca".

 

Estos liberales  fueron  recordados en Guadalajara debido a las bárbaras circunstancias que acompañaron su muerte: "Estos valientes oficiales de ejército, naturales de este país, se retiraron a Guadalajara y vivían alejados de la política cuando se entronizó la reacción de 1823. Entonces las turbas desenfrenadas, á la voz de viva la religión y viva el Rey absoluto, capitaneadas por varios frailes, arrastraron por las calles de Guadalajara á estos dignos ciudadanos, mutilando sus restos inanimados, y arrojándolos á los balcones de las calles" (La Iberia, 24-12-1856). “Las hordas desenfrenadas, después de asesinar a esos dos mártires por el hecho de ser defensores de la libertad, arrastraron sus cadáveres por las calles de la ciudad, llevando como trofeos en las puntas de las varias picas los miembros mutilados de Marlasca y Moreno”. (Flores y Abejas, 20-5-1928.) 

 

Urna en la que estuvieron depositados los restos de Julián Antonio Moreno y José Marlasca//Imagen: cortesia de P. Jose Pradillo.
Urna en la que estuvieron depositados los restos de Julián Antonio Moreno y José Marlasca//Imagen: cortesia de P. Jose Pradillo.

 

Los versos dedicados del poeta Juan Eugenio Hartzenbusch, publicados cuando apenas habían pasado diecinueve años de su muerte, parecen corroborar estos relatos:

"Que quien salvarle pudiera,

Ese al pueblo exasperara

(¡Y ministro se llamaba

Del altar  y religión!)

Y al arrojarle su presa

En su entusiasmo infernal

“Contrito va”  con sarcasmo gritaba desde un balcón".

 

Quedó en proyecto un monumento a su memoria que iba a alzarse en la plaza del Ayuntamiento tras el homenaje que recibieron en 1842, pero no así dos lápidas que se colocaron en las salas Consistoriales, las mismas que se propusieron ser arrancadas en diciembre de 1856, tras la derrota de la revolución liberal que se había iniciado dos años antes, lo que no fue tomado en consideración por el pleno municipal.

 

En esos días  algunos grupos  de hombres y mujeres se  reunieron en la plaza pública de Guadalajara al grito de  “Mueran los negros” (liberales), con el mismo espíritu vengador que quienes habían abolido la Constitución en 1823.

 

Tras el triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868, la Junta de Provisional de Gobierno de Guadalajara dispuso que el nombre de Marlasca fuera dado a la plaza de Santo Domingo y a  la  plazuela de la Cruz Verde, actualmente denominada como Doctor Román Atienza, el de Moreno.

 

Todavía en 1936 a un batallón promovido por el profesor de Física y Química del Instituto de Guadalajara y ex alcalde de la ciudad, el socialista Marcelino Martín González del Arco, se le dio el nombre de “José Marlasca”.

 

Las muertes de Julián Antonio Moreno y José Marlasca se enmarcan dentro del proceso de revolucionario que se vivió en España durante el siglo XIX, entre los partidarios del nuevo sistema económico capitalista y el nuevo Estado liberal y los defensores de la economía y las instituciones tradicionales. El recuerdo de estos mártires sigue presente en la memoria de muchos guadalajareños, unido al de cuantos a lo largo de los siglos, desde los Comuneros en el siglo XVI  hasta nuestros días, lucharon por una auténtica democracia. 

 

 

Fuentes consultadas para la elaboración de este artículo:

Archivo Municipal de Guadalajara

Boletín Oficial de la provincia de Guadalajara

“Corona fúnebre a la memoria de las víctimas de la libertad D. José Marlasca y D. Julián Antonio Moreno”. Guadalajara. Imprenta de D.P.M. Ruiz.1842

Barbadillo, J., “Moreno y Marlasca”. enwada.es

Diario de Avisos

Diario de las Cortes

La Iberia

El Universal

El Restaurador

Flores y Abejas

El Genio de la Libertad

El Archivo Militar

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