Comienzo el año 2024 con las ilusiones renovadas. Haciendo una limpia de mi mente. Respirando hondo. Pasando página. Como si vaciara el disco duro para que el recuerdo del año recién acabado, con todos sus desmanes, guerras, injusticias lacerantes y desgracias enquistadas, no me amargue el inicio del nuevo. Un mundo y una sociedad que cada vez comprendo menos, pero a la que me aferro y dedico todos mis esfuerzos intentando entender lo que ocurre y lo que le pasa por la mente al ser humano de este siglo XXI. Mucha cabeza y poco corazón. Mucho cerebro y poca humanidad.
Mi afán es no convertirme en un viejo cascarrabias, un perdedor marginado, un tiquismiquis gruñón. Al que, para seguir viviendo saludablemente, no debería afectarle el genocidio de miles de niños masacrados en Gaza, los ataques indiscriminados a campos de refugiados, la hipocresía de la UE y la doble vara de USA, la financiación sin escrúpulos y sin fin de la guerra de Ucrania, el relleno, a base de cadáveres, de la tumba abisal en la que se ha convertido el Mediterráneo y un largo etcétera inmoral y abominable. Que no me afecte la gran mentira en la que vivimos: cerrando los ojos, tapándonos los oídos, quedándonos mudos.
Con esta buena fe y para borrar de mi mente toda esa negrura, me entretengo viendo un programa de televisión dedicado a la aplicación de la Inteligencia Artificial para luchar contra la soledad de los ancianos en las grandes ciudades. En una pantalla gigante que le ha colocado en el salón la empresa concesionaria o contratista, Robotic Home, pagada por el ayuntamiento o por la propia familia, aparece un 'humanoide'. En este caso es una rubia de ojos azules, angelical; pero, según las instrucciones del catálogo, puedes elegir entre 10 modelos diferentes: hombre, mujer, blanca, negro, oriental, joven, viejo, aire rústico, aire refinado... Incluso, aunque ello exige un pequeño coste añadido, un plus, el 'muñeco', el falso humano, puede ser idéntico a tu hijo, a tu hija o, de no tenerlos, a uno de tus hermanos.
El invento o engendro, mirando a los ojos y con su dulce voz, saluda y pregunta a la anciana por su nombre: - Buenos días, Teresa. Soy Pathy. Tu asistente personal. ¿Cómo te encuentras hoy? ¿Has dormido bien? ¿Has desayunado? ¿Te has tomado las pastillas de la mañana: el Sintrom, el Crestor, el Ixia Plus? ¿Has ido al baño?
La anciana, que fue educada a la antigua usanza, contesta a todas las preguntas con rapidez y diligencia. Como si fuera un examen. Como si ella también fuera otra autómata. Después, según pasan los días, las semanas y los meses, va cogiendo más confianza con Pathy y ya las preguntas las hace también ella: - ¿Y tú, Pathy, cuántos hijos tienes? Porque yo tengo cuatro, dos varones y dos hembras, nietos creo que son siete, aunque no sabría nombrarlos a todos de corrido. - A lo que Pathy añade: - También tienes dos biznietos. ¿A ver si recuerdas sus nombres? Te voy a dar unas pistas... -. Pero Teresa la interrumpe: - ¿Con que no recuerdo lo que he comido hoy, y tampoco los años que tengo, Pathy, y quieres que me sepa todos esos nombres? -. A lo que la máquina responde: - Tienes 89 años, Teresa, y el próximo mes cumplirás 90. Haremos una gran fiesta. Una celebración a lo bestia.
La Inteligencia Artificial, en el caso que nos ocupa, consiste en que a la abuela Teresa, tan bien vigilada y atendida por Pathy, han dejado de visitarla los hijos y los nietos. Si sus visitas ya eran espaciadas antes, ahora se hacen eternas. Porque, según dice su nuera, tan ocupada, en la peluquería: - Pathy se encarga de todo. Y si ocurre una emergencia, salta una alarma y en un instante se presenta un médico, una ambulancia o una enfermera. De llenar la nevera, ni te cuento. Porque Pathy lleva un listado riguroso - y económico - de las necesidades y, mandando aviso telemático, los del Carrefour le suben la comida, la compra, directamente a la despensa. ¡Una joya esta Pathy!
Un día que Teresa estaba plácidamente charlando con Pathy, su Pathy, entretenida recordando los platos que cocinaba antiguamente para su familia - veinticuatro se juntaban a la mesa - en Nochevieja, aparecieron por su espalda su yerno y su hija. Carlota, la hija economista de Price Waterhouse. Pero, al ir a besarla, Teresa dio un respingo asustada, apartándola bruscamente: - ¿Qué te parece, Pathy, cariño, esta mujer dice que es mi hija?
Al tiempo que el yerno, refunfuñando, en plan sabelotodo, soltaba: - ¡Eso te pasa por rata! ¡Por no haber pagado el plus para que Pathy llevara tu cara!
Rafael Cabanillas Saldaña. Escritor. Autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo.