¿Estamos en ello? (III) Libertad ¿caridad genética?

17/07/2024 01:31 PM
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El 'cosmos', que es evidente desde nuestra condición de 'observador' (sujeto que percibe e interpreta y saca conclusiones, por cierto único ser viviente con esa capacidad: la filosofía es ajena al resto de la naturaleza) no puede ser una diversión de su inventor, llamémosle así.

 

Es creativo, mediante la evolución inconsciente (naturaleza) o consciente y voluntaria por la acción del hombre, que se propone objetivos aparte de seguir la traza de sus 'glándulas'. Y tiene dos características ontológicas, la palabra, en el caso del ser humano, y la libertad. Tom Wolfe, el novelista americano, subrayaba -siguiendo, sin pretenderlo, el inicio del evangelio de Juan: en el principio existía la Palabra- la evidencia: que el uso de la palabra es lo que más fácilmente nos especifica. Incluso (y de manera especial en el ejemplo que analizo) en Stephen Hawking que, al quedar mudo por una traqueotomía de urgencia, claro, y tutelado por un estudiante apasionado, de nombre Linde, se comunicaba mediante un sistema informático de Intel, el ACAT, que activaba un software familiarizado con las palabras usuales de Stephen, a las que reconocía de inmediato e introducía en su 'conversación'.

 

Así que cabría decir familiarmente que el hombre 'es' la palabra con sentido y abierta a múltiples objetivos. Ese es nuestro 'vivir'. Aunque, en realidad, la palabra sirve solo como instrumento. Porque lo que definitivamente nos caracteriza es la libertad hacia 'proyectos'. Darwin formuló la libertad inconsciente del mundo natural: es la evolución de las especies. Lo que está reservado al hombre es mucho más: la voluntad y la subsiguiente decisión: es decir, en definitiva la libertad con sentido. En la Divina Comedia, drama poético del humanismo, Dante dice más o menos, traducido, que el don mayor que Dios, por su liberalidad (largueza, es el vocablo que emplea), incluyó en la creación y con respecto en concreto al hombre fue la libertad de su voluntad. Casi omnímoda: incluso para negarle, o contradecir sus designios creativos (¿qué otra cosa podría inducirle a poner en la existencia un ser con rasgos 'parentales' con él mismo?)

 

Es ya una verdad científica que la naturaleza está, en la mayor parte de su condición, predeterminada, pero que no tiene incluso en el hombre, en su componente orgánica, parámetros invariables, sino que -Darwin- es maleable por sí sola o por el azar (un ave migratoria puede transportar una semilla desde lo que se creía su hábitat propio a las antípodas, sobre el Atlántico, y 'obligarla' a que se adapte a la nueva circunstancia, como variante de su genética natural), pero esa misma tarea puede ser un elección del hombre. Si Colón y sus seguidores no hubiesen ido en lanzadera al 'Nuevo Mundo', hoy día no serán parte de nuestra dieta la patata o las frutas tropicales.

 

La ELA aprisionaba a Stephen a lo largo de su ciclo vital 'activo' (20-75 años de edad), pero él forzó su actividad, fecundísima, por el 'triunfo de la voluntad', utilizando el título de una novela de Pío Baroja. Se casó con Jane Wilde, sabiendo (en palabras propias) que el amor (de la pareja) es algo muy raro. Y engendró a sus tres hijos, Robert, Lucy y Tim. Conociendo sus riesgos, participa en un vuelo de gravedad cero a bordo de un Boeing 727. Dicta en el programa informático ACAT su libro, betseller mundial, 'Pequeña teoría sobre el tiempo'. Y estudió, más que el desarrollo temporal del big-ban, hasta hoy, sus orígenes, de los que subsisten las ondas gravitacionales y los agujeros negros, por ejemplo. Fue un historiador de los orígenes, para explicar la Historia Natural, con mayúscula. Pero, además y en particular fue capaz de reconocer explícitamente que se equivocó en su 'Teoría del todo', con la que pretendía reducir la explicación del universo a una sola fórmula, quizás con el precedente de Einstein en su ecuación E=mc2. Es imposible, con la mente humana, reducir la explicación del universo a una fórmula matemática. Pero su estudio en profundidad permite extraer conclusiones fundamentales, como la limitación del propio hombre (en sintonía con Hannah Arendt), su libertad para decidir 'con sentido' sobre esos límites -sin los que nacen todos los totalitarismos, científicos, políticos y en las relaciones económicas y sociales, incluida 'la familia'- y la solidaridad ínsita en un big-ban proyectado.

 

¿Es posible admitir -creer, en ateo postura!- que 'el hombre' no estaba previsto en 'la evolución', e incorporado al proceso desde su origen? Ciertamente, en el big-ban va de suyo que el enfriamiento brutal de la masa cósmica desemboque en la materia orgánica, y resulta absurdo pensar que en ese "fatal" proceso se haya olvidado-o se haya descartado­ su exquisita pieza última: el horno sapiens. Así como que a esa pieza le acompaña necesariamente, en función de su libertad y sus proyectos, la Historia. Stephen Hawking, buceando en su mente con el programa ACAT -porque es cierto, lo sabe cualquier escritor, que la escritura hace a la novela o al ensayo- 'descubrió' que el hombre es Historia desde el punto cero de su aparición en escena. Y, mirándole -viéndose a sí mismo- comprobó que está condicionado por sus capacidades (que él vió y vivió como potencialidades). Y comprobó racionalmente (o más bien con Pascal que con Descartes), y que, con ellas en el tablero, puede ser excelso, es decir casi sobrehumano (casos de un Leonardo da Vinci y de un Juan de la Cruz) o infrahumano, como lo fue Hitler y, en estos momentos, su réplica en la franja de Gaza.

 

Pero, sobre una base: la caridad genética. Quiero significar, como recordatorio de algo que está en el big-ban, y en la física en general, y de manera muy especial en el handicapado Stephen Hawking (prototipo humano, más aún que científico) que todos los hombres tenemos el mismo origen, y por tanto la misma dignidad. La solidaridad, pues, no es un invento de las constituyentes decimonónicas de Francia, con su lema Liberté, Egalité, Fraternité, ni siquiera una aportación del cristianismo (corriente humana que, con más acierto, se ha acercado y se acerca al problema de la desigualdad entre personas) sino una exigencia de la historia natural. A la que acompaña, obviamente, el uso que de esa dignidad igualitaria de origen haga cada persona, y esa sea su verdadera biografia.

 

Con la,apostilla real que ya se ha apuntado en esta breve serie de reflexiones en forma de artículos periodísticos: solo en manos del hombre, y especialmente hoy, está  su autodestrucción personal (con el relativismo líquido en la convivencia) y colectiva. Esos son los caminos de regreso al 'gran estallido'. ¿Estamos en ello, o nos aproximamos a sus bordes?

 

El final del tiempo de la coexistencia humana, tan convocada a la creación

 

Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor.

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