“El ser la cervecera más pequeña de España, mujer y estar en una zona rural nos ha dado un punto de referencia que nos ha hecho ser únicos”

Publicado por: Marta Perruca
27/09/2024 11:25 AM
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Judith Iturbe está al frente de "La Balluca", la cervecera artesana más pequeña de España, situada en la localidad de Milmarcos, en pleno corazón de la despoblación, en el Señorío de Molina

 

El clásico relato de mujer rural, emprendedora, luchadora y madre se le queda pequeño a Judith Iturbe. Ella es todas esas cosas, no cabe duda, pero bastan dos minutos de conversación para darse cuenta de que no es la típica persona que se pueda encasillar fácilmente. Su cabeza siempre camina varios pasos por delante, pensando en el siguiente movimiento, en seguir formándose, aprendiendo y metiendo la cabeza en nuevos proyectos o iniciativas . Quizá por ello, en los albores del nuevo milenio, hizo las maletas para cumplir su sueño de establecerse en Milmarcos, el pueblo de sus abuelos, en el Señorío de Molina de Aragón (Guadalajara), avecinando ya el movimiento neorural. Una decisión que también le llevaba a tele-trabajar on line, en el año 2000, cuando esta modalidad no era nada habitual. Además, su llegada a Milmarcos avivó la llama para la creación de asociaciones culturales en el entorno que promovieran una oferta cultural escasa en los pueblos, e incluso se convirtió en la primera mujer que ocupaba el cargo de alguacil en el Ayuntamiento de este pequeño pueblo. Así que, si en un momento decidió inscribirse en una curso de formación para emprendedores junto con su pareja, Sergio, no es de extrañar que de ello saliera un proyecto también pionero como “La Balluca”, la cervecera artesana más pequeña de España.

 


Judith se siente afortunada de proceder de una gran familia de Milmarcos y del Señorío de Molina abanderada por el apellido Iturbe y, desde su infancia, cuando veraneaba en casa de sus abuelos o pasaba allí fines de semana y festivos, fantaseaba con vivir allí de mayor y, quién sabe, montar una tienda o ser profesora.

 


“Mi hermana y yo nacimos en Barcelona. Mi padre trabajaba en el Ministerio de Agricultura y cada cuatro años cambiaba de destino, porque también ha sido muy inquieto y siempre le ha gustado cambiar de sitio. Así que hemos vivido en Logroño, Teruel, Madrid, Pozuelo… Mis padres vivieron una temporada en Méjico (…) Como desde pequeña he estado acostumbrada a ese ritmo, cuando me independicé seguí viajando un montón”.

 


Ese espíritu viajero le llevó a vivir en varios lugares diferentes, tanto en España como en el extranjero. Su estancia en países como Bélgica y Reino Unido, por ejemplo, le brindó la oportunidad de aprender inglés y francés. Sin embargo, Milmarcos ha sido en todo momento su bastión, “el sitio al que siempre volvíamos y el lugar de reunión de la familia. Son los maravillosos años de la infancia en el pueblo. Eso, los que no tienen pueblo no lo saben, pero los que sí lo tenemos y lo hemos vivido estamos encantados”, comenta.

 

 

"Milmarcos siempre ha sido el sitio al que siempre volvíamos y el lugar de reunión de la familia. Son los maravillosos años de la infancia en el pueblo. Eso, los que no tienen pueblo no lo saben, pero los que sí lo tenemos y lo hemos vivido estamos encantados".


 


Además, tiene la suerte de que Sergio también tiene raíces en Milmarcos, “porque si hubiera tenido que convencer a alguien de Madrid o de otro sitio para irnos a vivir a un pueblo, seguramente no hubiera querido”, afirma.

 


Por aquel entonces trabajaba como secretaria de dirección en Ericsson: “Los últimos diez años trabajé allí, pero antes, como hablaba inglés y francés, me moví mucho por trabajos que requirieran esos idiomas. En Madrid he trabajado mucho como intérprete o traductora para empresas o instituciones. Sergio, mi pareja, era técnico de sonido y trabajaba con un grupo de música, por lo que viajaba muchísimo por Europa y España”.




Así que cuando el nuevo milenio dio las campanadas, cansados de trabajar en la gran empresa y con una situación económica desahogada, decidieron dar el paso. “Teníamos un poco la idea de que los pueblos iban cada vez a menos, pero no éramos conscientes de que iban a ir tan en picado y que íbamos a llegar al extremo en el que estamos ahora. Aún así, no lo cambiaríamos por nada y no volveríamos a la ciudad ni locos”, asegura.

 

Y es que las cosas ya no eran como cuando era niña y soñaba con un futuro en Milmarcos. Entonces, este coqueto pueblo del Señorío contaba con alrededor de 400 vecinos y la realidad en ese momento y mucho más ahora, es muy distinta: “Fue un poco locura. Continuaba vinculada con la empresa en la que trabajaba y hacía algunos trabajos on line para ellos, por lo que creo que fui de las primeras personas en trabajar fuera de la oficina y Sergio también iba y venía a hacer algún bolo, por lo que durante unos dos años estuvimos en un  periodo de transición. Además, nos dedicamos a rehabilitar nuestra casa. Nos pusimos de albañiles, aprendimos a construir y prácticamente el 80% de la casa la hicimos nosotros”.

 

"Teníamos un poco la idea de que los pueblos iban cada vez a menos, pero no éramos conscientes de que iban a ir tan en picado y que íbamos a llegar al extremo en el que estamos ahora. Aún así, no lo cambiaríamos por nada y no volveríamos a la ciudad ni locos”.


 

Además, tocaba reinventarse para buscar otras opciones laborales en el medio rural, lo que le llevó a hacer varios cursos. Inicialmente, en Ayuda a Domicilio y de formador de formadores, al tiempo que daba clases de inglés a varios niños de la zona.

 

También dedicó esos primeros años a impulsar la creación de asociaciones en la zona con el fin de aumentar la actividad cultural en los pueblos del entorno: “Dejar la ciudad de golpe y venir a una zona en la que prácticamente no había ocio y cultura era lo que más nos costaba. En estos más de 20 años que llevamos aquí estoy en ocho o nueve asociaciones diferentes, ya sean de mujeres o mixtas, en las que intentamos que haya algún tipo de ocio y cultura en el medio rural”.

 

Fueron unos primeros años “muy intensos de dejar lo que estábamos haciendo en la ciudad, hacernos la casa y empezar a estudiar cosas nuevas y así pasaron los primeros cinco años, hasta que tuvimos a Roque, nuestro hijo”.

 

 

 





Se podría decir que la Balluca es fruto de ese torbellino de inquietudes que tiene Judith Iturbe: “Cada vez que surge un curso de formación on line o presencial en la zona me apunto, sea de lo que sea, porque si tengo tiempo y posibilidades lo hago. Tengo una carpeta de diplomas de cursos que he hecho que digo: Madre mía, si eso es como hacer tres carreras universitarias...”.

 

Así que cuando el ADR Molina-Alto Tajo convocó una formación para emprendedores de la Escuela de Organización Industrial (EOI) no pudo resistirse: “Era un curso de seis meses en el que teníamos que desarrollar cada uno nuestro proyecto y nosotros lo hicimos sobre una cervecera artesana. Corría el año 2014 y empezaba a oírse hablar de la cerveza artesana en España, lo que era algo muy novedoso”.

 

Entonces, Judith y Sergio no tenían ninguna intención de embarcarse en una aventura empresarial de esa magnitud, “pero tuvimos que profundizar en la cerveza artesana, porque no teníamos ni idea, sólo sabíamos que nos gustaba la cerveza, y nos empezamos a enganchar a este mundo, que es muy interesante. Una de las cosas que nos pedían en el curso es que, al final, teníamos que hacer un prototipo, en nuestro caso, una cerveza. Hicimos un equipo casero, totalmente inventado, y elaboramos una cerveza. Cuál fue nuestra sorpresa cuando el resultado no sólo nos encantó a nosotros, sino también a los demás. Esto que parece muy sencillo, no fue tan fácil. Nos llevó meses y meses de documentarnos y estudiar, aunque es cierto que no fuimos a hacer un curso, ni nada por el estilo, sino que buscamos la información por nuestra cuenta”.

 

El proyecto que llevaron a cabo para el curso era mucho más ambicioso y con una inversión mayor, siguiendo las directrices financieras de los profesores que aconsejaban una inversión importante “para que los beneficios sean suficientes para poder vivir de esto”, pero al terminar la formación, cuando el proyecto ya les había enganchado, se dieron cuenta de que necesitaban una cantidad de dinero que no podían asumir.

 

"Decidimos arriesgar y hacer el prototipo de una mini-cervecera a ver si invirtiendo menos podíamos hacer que fuera rentable. Así lo hicimos, lo dividimos casi todo por diez y seguimos adelante. Precisamente, la cervecera artesana más pequeña que existe en España es diez veces más grande que La Balluca”.


 

La Balluca no habría sido más que un castillo en el aire si Judith no se hubiera empeñado en que debía materializarse: “En aquel momento, no pensamos en hacer la cervecera más pequeña de España, pero sí en hacer algo más pequeño, acorde a la zona en la que vivimos. No me imaginaba montando una industria en Milmarcos, porque además iba a quedar mal estéticamente. Así que decidimos arriesgar y hacer el prototipo de una mini-cervecera a ver si invirtiendo menos podíamos hacer que fuera rentable. Así lo hicimos, lo dividimos casi todo por diez y seguimos adelante”. Precisamente, según explica Judith, la cervecera artesana más pequeña que existe en España probablemente sea diez veces más grande que “La Balluca”.






La cervecera de Milmarcos tardó cinco años en ver la luz, “porque España es un país con mucha burocracia, sobre todo para un proyecto tan raro e innovador como era una pequeña cervecera artesana, por lo que nos costó mucho trabajo recopilar la información y saber qué permisos teníamos que obtener”.

 


La Balluca abría sus puertas en Milmarcos en el año 2019, en el umbral de la pandemia mundial del Covid-19, que nos metió a todos en casa y mantuvo cerrados una gran parte de los negocios, algo que habría desanimado a cualquiera, pero un espíritu inquieto y pionero como el de Judith siempre está abierto a mirar “the bright side of the life”, como dirían los ingleses, (el lado brillante de la vida). “Al final, fueron muchos años hasta que conseguimos la maquinaria y tener todo listo para abrir la cervecera y entonces sabíamos hacer cerveza, pero llevar una empresa es complicado. Así que como no podíamos hacer nada cara al público, eso nos vino bien para observar y estudiar como tenía que funcionar la empresa por dentro”.

 

La cervecera más pequeña de España, que además forma parte de la Asociación de Mujeres Emprendedoras Comarca Molina de Aragón-Alto Tajo (ASMEC), anima a todas las mujeres a ser valientes y desarrollar sus proyectos personales, pero reconoce que emprender no es un camino de rosas y que muchas veces por esta senda se camina despacio y no todos los meses salen las cuentas.

 

“En esta comarca no hay mucho trabajo y lo que hay son trabajos tradicionales: agricultura, ganadería, carpintero, electricista… que tradicionalmente han sido masculinos, por lo que la mujer no tenemos más remedio que innovar y pensar en que otras formas de trabajo hay, por lo que al final tenemos que desarrollar otro tipo de proyectos totalmente innovadores y diferentes”.


 

En este sentido, opina que, algunas veces las convocatorias de ayudas no se adaptan a las necesidades reales de los emprendedores rurales, “porque suelen estar enfocadas a proyectos muy tradicionales como bar, farmacia, peluquería y pequeño comercio, que son importantes, pero parece que en un pueblo solo puede haber esas cuatro cosas, con lo que todas las ayudas están prácticamente reducidas a estos cuatro sectores y al final cierran un poco la puerta a proyectos innovadores que puedan instalarse en la zona rural. En ASMEC lo vemos porque estamos todas en contacto y cada vez que sale una subvención se informa a las socias y normalmente sólo pueden acogerse entre un 15 y un 20 por ciento. El resto, por un motivo u otro, nos quedamos fuera. Entonces vemos como sí que hay dinero y opciones, pero no se ajustan a nuestras necesidades”, apunta. No obstante, considera positivo el hecho de que los proyectos de mujeres siempre tengan una mayor valoración a la hora de optar a estas ayudas, “pero también es verdad que lo necesitamos, porque las mujeres en el medio rural tenemos que luchar mucho más para buscar unos trabajos que no existen”.


Para Judith, no es casualidad que los proyectos empresariales más creativos que surgen en los pueblos de esta zona tengan nombre de mujer: “En esta comarca no hay mucho trabajo y lo que hay son trabajos tradicionales: agricultura, ganadería, carpintero, electricista… que tradicionalmente han sido masculinos, por lo que las mujeres no tenemos más remedio que innovar y pensar en que otras formas de trabajo hay, por lo que al final tenemos que desarrollar otro tipo de proyectos totalmente innovadores y diferentes”.

 

Tampoco es fácil abrirse camino en el corazón de la despoblación. Pese a tratarse de un territorio no demasiado extenso, “todavía hay gente de la comarca que no nos conoce, aunque es cierto que esto de ser la cervecera más pequeña de España nos ha dado un punto de referencia que nos ha hecho ser únicos, además de ser una mujer la que está a la cabeza y estar en una zona rural. Esas peculiaridades han conseguido que saliéramos en ABC, El País Semanal, The Guardian... y que tuviéramos una publicidad inesperada que no hubiéramos podido obtener de otra manera. Además, curiosamente en la provincia de Guadalajara está Arriaca, que es la cervecera artesana más grande de España y nosotros: El hermano mayor y el pequeño, en una provincia donde además hay muy poca cultura de la cerveza artesana. De hecho,  Arriaca es como cien veces más grande que nosotros”.

 

"Curiosamente en la provincia de Guadalajara está Arriaca, que es la cervecera artesana más grande de España y nosotros: El hermano mayor y el pequeño, en una provincia donde además hay muy poca cultura de la cerveza artesana"


 

La Balluca arrancaba produciendo 3.000 litros al año y ahora está en torno a los 5.000 litros. Sergio es el maestro cervecero, el que ha perfeccionado la receta de la cerveza, “pero la que está prácticamente al pie del cañón con todo soy yo: en la elaboración, la producción, marketing, finanzas, distribución, etc. Es una empresa familiar, muy local y muy personal por lo que el concepto es totalmente diferente al de cualquier otro negocio parecido”, comenta.

 


Ellos mismos se encargan de la distribución a bares y a tiendas, principalmente de la provincia de Guadalajara, pero también en Madrid, Zaragoza y Teruel “y el resto lo vendemos de manera directa en la cervecera. En Guadalajara estamos en El Rincón Lento, en APAG, en algún bar específico de cerveza artesana y en Sigüenza estamos en el restaurante Molino de Alcuneza, de lo que estamos muy orgullosos, porque es un establecimiento maravilloso que apuesta por el producto local y artesano 100%”, relata Judith.

 


En ocasiones son los clientes potenciales los que llaman a su puerta y en otras salen a buscarlos: “Cada vez que nos enteramos de algún sitio donde pueden encajar nuestras cervezas les contactamos, les explicamos nuestra historia, les enviamos una muestra de nuestros productos y si todo encaja, se suman a nuestra lista de clientes”.



La cervecera de Milmarcos es consciente de que en este camino la unión hace la fuerza por lo que forma parte de varios colectivos como la Federación de Mujeres Rurales (Fademur), “que nos ayuda a tejer redes entre nosotras y a contactar con más gente” o The Pink Boots Society, una asociación de maestras cerveceras que arrancó en Estados Unidos y que en la actualidad cuenta con más de 3.000 socias en todo el mundo: “En España somos entre 60 y 80 mujeres que trabajamos en el sector de la cerveza, desde la producción, marketing, etc., y nos ayudamos de muchas grandes marcas que nos financian para que podamos estar formándonos continuamente. Se trata de un sector mayoritariamente masculino, aunque la cerveza siempre ha estado en manos de la mujer. Desde la cultura de los Sumerios, que es la más antigua en la que se ha datado la cerveza, hasta la Revolución Industrial era la mujer la que se encargaba de elaborar la cerveza. Pero con la Revolución Industrial llegó el imperio de las máquinas y el hombre se dio cuenta de que podía sacar un beneficio y nos arrebataron ese campo, pero poco a poco las mujeres vamos escalando e intentando recuperar el terreno perdido”.

 

"Desde la cultura de los Sumerios, que es la más antigua en la que se ha datado la cerveza, hasta la Revolución Industrial era la mujer la que se encargaba de elaborar la cerveza. Pero con la Revolución Industrial llegó el imperio de las máquinas y el hombre se dio cuenta de que podía sacar un beneficio y nos arrebataron ese campo, pero poco a poco las mujeres vamos escalando e intentando recuperar el terreno perdido”.



De esta manera, Judith continúa formándose para seguir ampliando horizontes: “El turismo en esta zona es muy estacional y lo que estoy haciendo es estudiar para obtener la certificación de sommelier de cervezas y, además de elaborar cervezas, poder ser sommelier de algún sitio, dedicarme a las catas o ampliar la actividad hacia este ámbito. Ya hacemos catas en La Balluca y vamos a sitios. De hecho, hay un hotel en Sigüenza que hacen actividades con empresas y ya nos ha llamado en dos ocasiones. Les hablamos del proyecto, del proceso de elaboración de la cerveza y terminamos catando las distintas variedades. Eso ya es una actividad complementaria que nos ayuda a la economía de la Cervecera, que no se puede basar sólo en la venta de cervezas. A largo plazo, estamos intentando hacer una labor de divulgación de la cerveza artesana, porque esta comarca no es muy cervecera, pero estamos viendo que la gente que viene a las catas alucina y vuelve y eso fideliza clientes. También vemos que el Parador de Turismo puede ser una oportunidad y estamos en contacto con la Fundación Global Nature, que tienen un convenio con Paradores para promocionar experiencias turísticas del entorno entre los clientes del Parador a través de su página web. Esta es una de las experiencias turísticas que pretendemos promocionar: Tanto que vengan a visitar la cervecera, como poder desplazarnos nosotros y hacer una cata”.

 


El Decano pide a esta empresaria rural algún consejo para esas mujeres con una idea o un proyecto empresarial en la cabeza y Judith expresa que “es una experiencia muy bonita, pero hay que tener mucha paciencia, muchas ganas y estar tirando constantemente de la cuerda y, sobre todo, hay que estar muy bien formada y rodearse de otras mujeres que estén en la misma situación, a través de las asociaciones que hay, porque eso te ayuda a conocer los problemas que vas a tener que afrontar y cómo hacerlo. Es complicado, pero si luchas por un sueño, la vida parece más fácil. Ahora mismo hay facilidades para mujeres que quieran emprender en el mundo rural que ojalá las hubiera tenido yo cuando arrancaba, por lo que hay opciones, pero hay que estar muy bien informada. Yo les diría que se recorran todos los grupos de acción local, asociaciones y administraciones para valorar todas las opciones que hay y, antes de arrancar, hacer un buen plan de empresa, hacer números y que te salgan, aunque sean mínimos”, concluye la cervecera de Milmarcos.

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