Discúlpeme el ministro de cultura que, abrazado al peldaño de la escala,
a quien le nombra y le sostiene escuda.
Muestre por tanto gratitud y estima,
e ilústrele en respuesta de su halago, o dádiva, no acierto a definirlo.
Con suma discreción yo le sugiero algún camino que no habrá trillado
-aunque ha de frecuentarlo cada día-: es su maestro aventajado, cierto,
y le gusta apodarse simplemente Pedro y que no le aconsejen al oído:
lleva consigo, cree, todo lo sabido.
Pero ese islote que es debido
tan solo a su soberbia, que él ignora, tal vez no habría oído algún elogio,
ni siquiera mentarlo, a un tal Quevedo
Y, sin embargo:
no es fácil encontrar en nuestra lengua
palabras de tanta fluidez y tal sentido
como las que, ajeno de los ruidos
y poltronas del gobierno legal,
con limpia rabia hispana,
y alejado de bulos y torpezas,
y lágrimas fingidas por su esposa,
(estoy hablando de una tal Begoña, que vendría a ser cierta con el tiempo
¿o confundo el dardo?)
pudo escribir, aunque él no fuera Pedro,
ciertos versos, en una noche clara,
en que, como alguien dijo,
ya a deshora y muy luego,
"España, que era su alma, le dolía".
Atienda a su ministro y consejero aúreo,
preste atención y, lo que dice, escuche
e inscriba en su memoria y su conciencia
esta seria advertencia:
No he de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises, o amenaces miedo.
¿No es tal lo que pretendes, Pedro,
desde tu ratonil cobijo en la Moncloa?
Lo que vendría luego, lo predijo:
Miré los muros de la patria mía,
si un día fuertes, ya desmoronados,
por la carrera de la edad cansados ...
Esa es la circunstancia que has logrado,
y ese es el objeto de mi ira,
que me impide callar,
por más con tu dedo,
ya mudando las leyes, ya la prensa,
silencio adviertas o amenaces miedo.
No ha de bastarnos, como al gran Quevedo,
ser ya solo ceniza con sentido,
ser ya tan solo polvo enamorado
Callo ya, y cedo la palabra a Tocqueville
(entre sus varios asesores, Pedro,
tal vez exista alguno
que alce el brazo y le reclame el tumo
por narrar que, rozando los cuarenta,
había destilado ya toda la ciencia,
sobre lo que es la democracia
y cuánto importa).
Tocqueville, es público, consolidó en la vieja Europa, la nueva democracia contemporánea y de futuro -superando la de Grecia- que había estudiado en la bisoña USA. La misma que, ahora, en España siglo XXI se está derruyendo de hecho y, lo que es más grave, posiblemente de Derecho.
Intentaré explicar cómo, a partir de ese momento de alborozo nacional que fue la 'Transición' creativa, estamos llegando al tiempo actual, que no es de progreso sino de regresión patente, invasora de las instituciones y de la calle. Puesto que una imagen vale más que mil palabras, pongo como test o símbolo, puro sincretismo, sobre el tablero público la imagen real de una aventajada alumna de la laureada e incluso rotulada en un acceso ferroviario a Madrid, Alrnudena Grandes, quien desde su escaño universitario pregona, y se gloría, 'sentando cátedra', que no podrá dejar de guiarse en sus lecciones magistrales por otro mandato ético y objetivo que 'el odio': el odio hacia el bando ganador de la funesta 'guerra civil', que se superó con una generalización de esos encuentros fraternos que expresa Genovés en su cuadro 'El abrazo' (con belleza plástica y profundidad ética lo escenifica en el Puy du Fou un autor francés, es un ejemplo, en el espectáculo El sueño de Toledo").
En el libro 'De la democracia en América', año 1835, fruto de su experiencia personal sobre el terreno, Tocqueville radiografía y valora esa forma política. Ortega y Gasset, mente lúcida de nuestra nación, estudia por su envés un siglo después su nervio o tesis, y concluye: El tema exclusivo de Tocqueville es la democracia ... Y su reverso, es decir lo opuesto de la democracia, es la <centralización> (no la territorial administrativa, explicará de inmediato:) Queremos decir
Beaumont, su amigo, 'informaba' que la llamada a la democracia liberal era en Tocqueville una obsesión profética, algo sobre lo que vuelve y revuelve en su pensamiento, antes de proponerlo, como quien lanza un salvavidas a la civilización para que subsista, y crezca.
Pero crecieron, y florecen, arropados, abonados, por sus camarillas (fenómeno nuevo que se apoya en las 'redes') los 'gobernantes' no estadistas, ante todo hábiles en el gobierno mando. Tocqueville los tenía identificados: son los políticos 'impulsivos'', es decir, los aventureros del Poder, los ocurrentes en sus métodos y propuestas sin reflexión, pero con cálculo. Oímos a Tocqueville, como le escucha Ortega y Gasset: Cuando la coyuntura histórica permite (sobre habilidades personales, es cierto) que se adueñen del poder los impulsivos y nada tímidos, sobrevienen las grandes catástrofes en las civilizaciones. Como por una torrentera coral: por ahí vamos en España.
Retrata Tocqueville que en 1825 las sociedades europeas (tras napoleónicas) eran en gran parte ruinas. "La revolución francesa había machacado al antiguo régimen cuando estaba a punto de ser todo lo perfecto que una forma de sociedad y de Estado pueden ser", escribe. En 1978 -en un análisis objetivo- España era por el contrario un afán de construcción, ya con cierta inercia, aunque sobre unos cimientos aún de sangre, sudor y lágrimas. Y acertó a constitucionalizarse en democracia unitaria: y por odio, ya vimos, se quiere machacar aún en agraz, casi, cuanto a lo largo de 40 años ha sido nuestra 'personal' tarea colectiva.
Nos sentíamos casi el cien y al cien por ciento con la gran ilusión, materializada por momentos, de 'vivir en una sociedad en que el hombre se sintiese libre y responsable'. Toda atadura desde el Poder, toda institución no de servicio sino servil, nos ha traído el recuerdo del sofisma 'atado y bien atado', de triste memoria y por coraje colectivo superado. Durante casi un medio siglo hemos practicado 'la convicción y entrega a la norma de la libertad constructiva'. Nos hemos entregado a una norma, a un ideal revivido a cada momento: hacer fecunda la Constitución unitaria, que da forma actual a la España unificada de Isabel la Católica, no se asombre el lector: el reconocimiento de las raíces es la fortaleza de los pueblos.
Desde el Poder, se laminan y se busca erradicar al pueblo real -dejarlo sin raíces-. Se politizan las instituciones, todas, desde el Tribunal Constitucional, o la Fiscalía General a los órganos de consulta (Abogacía del Estado, Consejo de Estado, Consejo de Política Territorial: como regla se tramitan normas, Decretos-Leyes, o simples Decretos, sin previa consulta alguna), el CIS adivina con las lentes del Poder la mente de los ciudadanos, se interviene en y a la economía, se copa el Banco de España, la TV pública le presta su voz... Se invierte, pues y totalmente, el dicho de Tocqueville "la democracia es un hecho irresistible contra el cual no seria prudente ni deseable combatir". Salvo para los aventureros que, por una circunstancia sostenida -especie de ingenio de Juanelo acceden al mando, y, lo definitivo que hacen, es callar el pueblo: eso es la reciente ley de regeneración democrática.
Se hacen actuales las caceroladas cultas -somos un pueblo adulto y con medios de todo orden- del siglo XVI: No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca, o ya la frente. silencio avises o amenaces miedo.
Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor.