Vae victis! ¡Ay de los vencidos!

Publicado por: Antonio Marco
25/03/2025 12:45 PM
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Hace ya cuatro décadas el profesor doctor y catedrático de Historia Angel Abós Santabárbara escribió una interesante entrada en el Diccionario de términos básicos para la Historia definiendo el término “imperialismo”. Soy felizmente coautor de ese diccionario para la definición de los términos referidos a la época antigua, en que, por cierto, también abundaron los imperialismos.

 

Comienza el profesor Abós definiendo el término en general y luego hace un recorrido histórico por los muchos y diversos “imperialismos” que en la historia ha habido, analizando sus causas y consecuencias.

 

Cuando lo escribió, el profesor Abós y muchos de sus lectores probablemente pensaron que los imperialismos históricos descritos, tan absolutos, tan egoístas, tan injustificados moralmente porque todos se basan en la fuerza y violencia, no volverían a darse en el futuro; escribía en un momento en que la mayor parte de los imperialismo europeos, los de Asia y África sobre todo, habían desaparecido; los pequeños residuos que quedaban estaban en vía de extinción .

 

Abós definía inicialmente el imperialismo: En sentido amplio sería cualquier expansión política, económica o cultural de un Estado fuera de sus fronteras, encaminada a establecer lazos de dependencia. En el momento y contexto actual deberemos afirmar que este imperialismo general no solo no ha desaparecido, sino que permanece bien pujante contra lo que ingenuamente podíamos esperar.

 

Luego diferenciaba entre el “imperialismo colonizador”, como el romano, en el que al final todos los habitantes libres del imperio acaban siendo ciudadanos en igualdad y el “imperialismo colonial” en el que la metrópoli se dedica a saquear sin contemplaciones a la “colonia” a cuyos habitantes considera seres de otro nivel y categoría, inferior por supuesto, como han sido los europeos modernos.

 

Prescindiendo inicialmente de la historia, cosa que no deberían hacer los analistas políticos y evidentemente tampoco los historiadores, ¿qué es la situación actual de Ucrania sino un caso evidente de colonialismo moderno, en el que potencias enormes como Rusia, Estados Unidos y la propia Unión Europea se reparten o pretenden repartirse su riqueza económica, territorial o no, cada uno con sus argumentos egoístas y falaces?

 

De las tres potencias la más desvergonzada y chocante es, desde luego, la de los Estados Unidos de Donald Trump, a cuya actuación me referiré en exclusiva a continuación. Europa esgrime el argumento de la necesidad de defensa frente al oso oriental otra vez amenazante y Rusia argumenta con pretendida legítima propiedad histórica y una vieja identidad cultural y política, además de sentirse también a su vez amenazada por occidente. Los Estados Unidos de Trump ni tienen fronteras cercanas ni presuntas históricas identidades culturales, pero tienen la fuerza y ese es su argumento real.

 

En todo imperialismo histórico primaron siempre, y en el fondo exclusivamente, los intereses económicos. También siempre se intentaron camuflar como extensión de la verdadera fe religiosa, defensa de la cultura y civilización, mejora de las condiciones de vida de los colonizados, y otras formulaciones grandilocuentes similares.

 

En la anunciada ocupación de Ucrania por Estados Unidos, ni siquiera se molesta el megalómano y populista Trump y el coro de halcones económicos que revolotean en su entorno en esgrimir razones aparentemente altruistas, más allá de la retórica poco creíble de conseguir una paz que evite más muertes, cuando eso se podía haber evitado desde el primer día anterior a la guerra, como yo mismo, pobre ingenuo, reclamaba en este mismo periódico. La justificación de Trump para intervenir y exigir su parte en el reparto es la de recuperar el dinero invertido con anterioridad por EE.UU en la ya larga guerra, la de apropiarse de recursos que son necesarios para el desarrollo económico del país y la de hacer valer su condición de país más poderoso del planeta. Ello con desprecio del pueblo ucraniano al que no se llama a participar en las negociaciones de las potencias ni siquiera como oyente. Es decir, esto es simplemente un colonialismo por exclusivas razones económicas sin máscara ya que intente camuflarlo como una empresa altruista y benefactora. En realidad esta es la última evidencia del triunfo de una economía neoliberal sin rostro humano donde el único objetivo es el beneficio propio caiga quien caiga, recuperando una vez más la vieja figura imperial adaptada del descarado protectorado o simplemente la de la exigencia de concesiones injustificadas que se imponen al más débil porque se puede.

 

Así que este es un imperialismo en el que se dan las condiciones y características históricas de los imperialismos con alguna terrible novedad: la desvergüenza absoluta para aprovecharse de recursos ajenos por la simple razón de que soy el más fuerte y hago lo que quiero porque puedo y me interesa. No hace tanto, con absoluta locura o sinsentido, afirmaba el inglés Chamberlain, citado también por Abós,: «la raza anglosajona está destinada indefectiblemente a ser la fuerza predominante en la historia y la civilización del mundo»; y a ello les empujaba la «misión civilizadora y cristianizadora». Ahora no hace falta máscara alguna: yo, que soy el más fuerte, solo busco mi beneficio.

 

Me recuerda esta actitud la que denunciaba una antigua fábula del griego Esopo que luego traduce al latín Fedro y luego han repetido los fabulistas posteriores: la del lobo y el cordero, que para adaptarla mejor al momento actual podríamos llamar con un ligero cambio la fábula del león y el cordero, porque este animal encarna la fuerza mejor que el lobo. Con moraleja similar hay unas cuantas en los fabulistas antiguos. Naturalmente, no podía faltar en una reflexión mía una referencia al mundo grecolatino:

 

El lobo y el cordero

Un lobo que vio a un cordero en un río quiso comérselo con un pretexto verosímil. Por eso, aunque estaba río arriba, le acusó de revolver el agua y no dejarle beber. El cordero contestó que estaba bebiendo con la punta de los labios y que, además, era imposible que él, que estaba más abajo, agitara el agua río arriba. El lobo, como fracasó con su acusación, dijo: «Pero el año pasado tú insultaste a mi padre.» El cordero replicó que hace un año aún no había nacido. El lobo entonces le dijo: «Pues aunque te salgan bien tus justificaciones no voy a dejar de comerte.». La fábula muestra que para los que tienen el propósito de hacer daño no vale ningún argumento justo. (Esopo, 155. Edit. Gredos. Traducción de Pedro Bádenas de la Peña).

 

También sería muy adecuada al momento actual esta otra, ahora sí, protagonizada por un león azafranado.

 

El león, el asno y la zorra

El león, el asno y la zorra, una vez que hicieron comandita, salieron de caza. Como cobraron muchas piezas, el león mandó al asno que les hiciera el reparto. Éste hizo tres partes y les invitó a escoger, el león indignado dio un salto y lo destrozó, luego mandó a la zorra hacer el reparto. Ésta reunió todo en una parte y dejándose un poco para ella invitó al león a escoger. El león le preguntó quién le había enseñado a repartir así, la zorra contestó: «La desgracia del asno.» La fábula muestra que los hombres se vuelven comedidos ante el infortunio de los vecinos. (Esopo, 1149. Edit. Gredos. Traducción de Pedro Bádenas de la Peña).

 

No es necesaria explicación alguna, aunque me atrevo a sugerir que evidentemente el león es el azafranado americano, el asno es la UE en una primera etapa en la que pretende codearse con el falso amigo americano, la zorra es la UE en la segunda etapa de duro y lamentable realismo en la que ha de reconocer que su papel tiene poca relevancia.

 

Ahora, en la realidad actual, el fuerte león de melena azafranada simplemente lo trufa de los más primarios populismo, nacionalismo y hasta racismo que desprecia al diferente. America first! América primero, es el grito para enardecer a las masas, que no son todos los norteamericanos, desde luego, pero sí son muchos. Les viene a decir en un inglés que suena muy agresivo: tenemos que defender nuestra riqueza, nuestra cultura y forma de vida, infinitamente superior a la de estos pueblos indefinidos siempre inferiores. Por si algún lector muestra reticencias con esta calificación de la actitud norteamericana que analice y valore los anuncios de Trump sobre Groenlandia, Canadá o el el Canal de Panamá, que no son meras balandronadas.

 

Y mientras tanto la UE, negando con sus propuestas la posibilidad siempre ingenua que el antiguo romano Cicerón en un momento de buena voluntad y autoalabanza expresaba con su máxima “cedant arma togae”, cedan las armas el lugar a la toga, es decir, que la negociación y el derecho sean quienes arreglen el problema, nos va preparando a toda velocidad para una política de defensa eficaz, para un rearme que multiplique el gasto actual de los estados miembros por dos, por tres, por cuatro o por cinco, para contener y frenar  al monstruo ruso que viene de las heladas estepas del este. Como si a estas alturas no hubiera otra posibilidad ya más que el rearme y prepararnos para un futuro inmediato que puede ser muy duro y difícil para los cómodos europeos.

 

Pero mientras tanto siguen cayendo bombas sobre Ucrania y muriendo jóvenes muchachos de la misma edad que alguno de nuestros hijos y nietos; bella matribus detestata, las guerras odiadas por las madres resumió emocionado el poeta Horacio.

 

!Vae victis¡. Ay de los vencidos, a los que solo les resta sufrir las arbitrariedades del vencedor, como cuenta Tito Livio que pronunció arrogante el galo Breno vencedor del entonces débil romano. Cuando el vencido romano observó que el platillo de la balanza con la que se pagaba la derrota estaba alterado y lo hizo ver, Breno arrojó encima su espada para aumentar más el peso a equilibrar. Eso es lo que le queda al vencido, sufrir y pagar sin rechistar.

 

Antonio Marco Martínez. Catedrático de Latín jubilado y expresidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.

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