Escribo esto en plena Semana Santa, días estos de penitencia y Pascua florida, amén de procesiones, torrijas y mucho movimiento turístico pasado por agua.
Permitidme que me centre, sin embargo, en la penitencia y la Pascua, y os cuente mi primera entrada en prisión. Allí me llevó, por un lado, mi poesía. No penséis como mi padre, cuando le dije: "Papá, voy a ir a la cárcel por uno de mis poemarios…". No me dio tiempo a terminar con "que los internos han trabajado durante la semana cultural". Enseguida saltó él: "A saber qué habrás escrito".
En fin, os decía que allí me llevó la poesía y sobre todo, mi compañera Rosa, que es maestra en un centro penitenciario. Ella había leído mis 'Voces desprendidas', una colección de veinte poemas sobre distintos tipos de maltrato a la mujer con ilustraciones de la artista Ritamarindo. Y como Rosa es una mujer comprometida con la lucha por la igualdad decidió trabajar varios de los poemas con sus alumnos, decisión esta que me parece de lo más valiente, teniendo en cuenta que es un centro masculino, que muchos provienen de ambientes muy machistas y algunos han cometido delitos de agresión a mujeres. Y decidió proponerme que, después de trabajar con mi poemario en clase, fuese yo a responder sus preguntas y hablarles sobre poesía.
Cuando me lo dijo, un montón de pensamientos se agolparon para entrar en mi cabeza. ¿Os los podéis imaginar? Pero por una vez, cerré la puerta a toda idea o imagen peliculera y preconcebida y me propuse vivir la experiencia sin ningún tipo de expectativa ni prejuicio. Sobre todo porque me iba a dirigir a una audiencia que ya ha sido juzgada y está cumpliendo su penitencia. ¿Quién soy yo para juzgar a nadie? Así que atravesé todas las puertas de la cárcel con una tranquilidad que ni yo misma me creía y sin haber preparado ningún discurso.
Me dejé llevar por lo que Rosa planteó sobre lo que habían trabajado y por las preguntas que fueron surgiendo. La actividad se hizo en dos turnos, con dos grupos. La verdad es que no esperaba tanta participación. El aula se llenó en cada uno de los turnos.
Rosa me advirtió, no fuera yo a caer en la arrogancia de creer que mi presencia hubiera generado tanto interés, de que muchos estaban allí porque tras la actividad se servirían café y unos dulces. Aun así, la actitud de todos ellos fue de atención y de respeto.
Algunos voluntarios hicieron una sentida declamación de varios poemas. David, uno de los maestros, acompañó la lectura con la guitarra. Por algunas reacciones y por las notas que habían escrito mientras los trabajaron en clase, pude percibir que habían conectado emocionalmente con los poemas. Es difícil que la poesía, cuando trata ciertos temas, no arrastre dolor, cruz y penitencia. Es difícil no conectar en el dolor.
Tras la lectura se animaron a preguntar y a hacer comentarios que, si me hubiera dejado llevar por los dichosos prejuicios, me hubieran parecido muy sorprendentes. Reproduzco algunos de forma más o menos exacta:
- A mí el que me gusta es Borges por cómo habla de la realidad.
- Asun, ¿te das cuenta de que al haber dejado por escrito tus sentimientos estás más cerca de la inmortalidad? ¿Qué sientes dejando ese legado a tus hijos?
- ¿Y qué te parece Rimbaud? Menudo crack Rimbaud.
- Una madre siempre es una madre. Las madres son los pilares de la familia.
- Eso de que los hombres no lloran es mentira.
También hubo quien tuvo que apearse de sus prejuicios porque pensaba que una mujer que escribe poesía solo iba a hablarles de amoríos y pajaritos del campo.
Y hubo tiempo para la música, porque precisamente era el Día Internacional del Pueblo Gitano y Antonio se arrancó a cantar acompañado a la guitarra por David, que le da al flamenco pero que muy bien. Y una servidora le acompañó también un poquito en las noches de bohemia y de ilusión.
Después de cada sesión muchos internos se acercaron a estrechar mi mano:
- Gracias.
- Gracias por habernos regalado un poco de tu tiempo.
- No sabes cuánto se agradece cuando vienen personas de fuera y nos hablan de otras cosas.
En el patio se sirvió café y unas tartas riquísimas que habían elaborado en un taller de repostería. Allí tuve ocasión de hablar de forma más personal con algunos de los presos. Sus vidas habían sido y son muy difíciles. ¿Qué sería de cada uno de nosotros, personas normalmente integradas en la sociedad, si nuestro entorno hubiera sido tan desfavorecido como el suyo? Me surgen ahora esta y otras muchas preguntas. Pienso en cuántas personas viven encarceladas sin estar en una cárcel, presos de su soledad, de la crueldad del sistema, de sus propias convicciones…
Pienso en la labor que hacen los maestros allí y que me era tan desconocida. Rosa, Eduardo, Lucas, Javier y David me comentaron que, a pesar de que es un trabajo que obliga a afrontar retos muy diferentes a los de otras modalidades de la educación, para ellos es muy gratificante. En la mayoría de los casos no quieren saber en qué delitos han incurrido sus alumnos. Esto les permite humanizar su trabajo, pensar en ellos como personas que han cometido errores, como todos los cometemos, y que pueden arrepentirse, cambiar de vida y reinsertarse.
En las escuelas de los centros penitenciarios se puede obtener la graduación en la ESO, superar la prueba de acceso a la UNED para mayores de veinticinco años, aprender español o alfabetizarse. El alumnado valora mucho lo que puede aportarle la escuela, tanto en conocimientos como en valores y respeta enormemente la figura de los maestros y maestras.
En el centro que visité pude ver los trabajos artísticos que se desarrollan en distintos talleres de manualidades. También elaboran una revista digital y participan con sus cortos en un festival de cine, gracias al entusiasmo de los maestros y otras personas externas que colaboran de forma altruista. Me mostraron algunos de los vídeos que habían realizado.
Y esta fue mi experiencia de una mañana en prisión, que es lo que dura la jornada escolar. El tiempo se me pasó volando y me quedaron ganas de volver en calidad de docente jubilada o aficionada a la escritura, para colaborar con cualquier actividad en la que pueda aportar algo. Me quedaron ganas de volver, quizá por un motivo egoísta, y es que, cuando me marchaba de allí, yo sentía que me llevaba mucho más de lo que había dejado.
Escribí en un poema que a toda cruz le florece una Pascua. El 8 de abril de 2025 lo recordaré siempre como mi particular Pascua florida.
¡FELICES PASCUAS, QUERIDOS LECTORES Y LECTORAS!
Asun Perruca. Maestra y escritora.