Epitafio a Pepe Mújica. Hasta para morirte... fuiste un ejemplo

Publicado por: Rafael Cabanillas
27/05/2025 12:30 PM
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Te marchaste en silencio, sin llamar la atención. Sin un desplante ni una sola queja a quien sea que decide y maneja los hilos de este teatro de la vida. Esta mascarada que, de tomártela muy en serio, te roba hasta la risa. La alegría, la mirada y la risa.

 

Dignidad, grandeza y coherencia para despedirte de este mundo tan complicado -la complicación la ha creado nuestra especie- con la humildad y la sencillez que te caracteriza. Sin salir de tu pequeña y sobria, casi espartana, casa de campo, en el extrarradio, junto a tu huerto donde sembrabas tomates y acelgas, pero nunca odios, tu azada y tu carretilla, tu viejo escarabajo Volkswagen que se cae a trozos, ese pelo largo, rebelde y canoso, y tu media sonrisa cargada de ironía.

 

De la mano de tu compañera Lucía Topolanski, recordando aquellos largos años de cautiverio y torturas. Doce años preso. Mi tupamaro Mandela. El ser humano con el que soñamos todos los hombres y mujeres de la tierra.

 

"Ya que no podemos matarlos, los vamos a volver locos", dijeron tus carceleros, mientras tú contabas incesantemente los pasos en el suelo del calabozo, tres para la derecha, otros tres para la izquierda, para combatir la psicosis de animal enjaulado. Ese gusano de delirio y carcoma que se te había metido en tu cabeza horadando tu cerebro. Hablar contigo mismo durante doce interminables años, solo contigo, para fraguar las más bellas sentencias que nos trasmitiste luego, a la salida. Cada frase, una lección de vida. Una clase magistral, un adagio planetario.

 

Cuatro mil doscientos días sin hablar con nadie, para decir ahora, igual que entonces, tu último adiós en silencio. Tu corazón en paz, tú corazón limpio y bueno. Toda una existencia luchando para conseguir un mundo mejor.

 

Cuando otros, los del boato, la prepotencia y el dinero, la vanidad y la mentira, dejan listos sus extravagantes mausoleos, tú solamente pediste que te enterraran junto a tu perra Manuela. Esa perrilla a la que le faltaba la pata delantera, cercenada por tu propio tractor, que vivió veintidós años con vosotros, símbolo de todas las esencias. Metáfora de la mejor utopía. Vivir veintidós años, cuando lo habitual son doce. La perrilla Manuela. Siempre esperando a que tú volvieras. Señalando un rincón de tu huerto donde ya brota una higuera. 

 

Porque, hasta para morirte, querido maestro, seguiste siendo un ejemplo. Un ejemplo que llevaremos siempre en nuestras almas y que jamás olvidaremos.

 

Rafael Cabanillas Saldaña. Escritor. Autor de ‘Quercus’, ‘Enjambre’, ‘Valhondo’ y 'Maquila'.

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