La memoria opera como estratos superpuestos: hay películas delicuescentes, a modo de neblinas que se disipan al menor sol de invierno, y olvidas lo que querrías recordar, que ni sabes lo que es; y hay láminas como de pizarra con petroglifos imborrables, que te asaltan para tatuarte de cara al presente.
Ejemplo de esto último: Leo en portada de un diario nacional un nombre incógnito -para mí-, BlackRock, y como subtítulo y clave del enigma "el gigante que mueve el mundo desde Wall Street". Piensas, casi irremediablemente en el verso de Quevedo “poderoso caballero es el dinero” e intuyes que el tal BlackRock vendría a ser como el único pozo petrolífero mundial cuya producción mueve, movía en el siglo XX, todo el maquinismo de nuestra confortable sociedad, empezando por las hoy casi obsoletas cadenas de montaje de Detroit. cierto.
Pero a mi consciencia, es decir a mi memoria vital, le recuerda sobre todo las homilías del párroco de Bolaños, ¿se llamaba don Pedro, o don Manuel?, me patinan las neuronas. Le sitúo, -lector durante el desayuno de café- en la circunstancia: yo asistía a la misa dominical algún domingo en que me hallaba de paso en ese pueblo de Ciudad Real, Bolaños. Se trata del otro serón de albarda que intenta competir con la fama de La Calzada, cuyo prestigio universal, no deja de ser peregrino el hecho, se lo da hoy el cineasta ¡Pedro! -grito de Pe en Hollywood- Almodóvar. Ambos, La Calzada y Bolaños, pueblos horizontales de la llanura manchega, pertenecen al Campo de Calatrava, en cuyo cerro convento se gestó la batalla de Las Navas de Tolosa que, para nuestro recuerdo, explican (recuerdan) los historiadores, salvó a Iberia y a toda Europa de ser hoy día un Afganistán, un Irán, o un Yemen: en definitiva, de los hordas almohades del Príncipe de los Creyentes, Al-Nasir.
Vuelvo al párroco de Bolaños, hombre de papada bermeja, pelo hincado y con tonsura, y sotana chamuscada por los tizones del tabaco de picadura en petaca. Tenía en sus prédicas un estribillo con el que se encontraba a gusto y que la feligresía había hecho suyo: ¡El dinero es el camino que nos conduce al pecado, por eso el que no lo tiene… Los fieles y feligresas tomaban aire, por un instante y acompañando el parón teatral del sacerdote, y arrancaban en coro: ¡ ...lo pide prestado!.
Me pongo de nuevo el hábito de la seriedad. Hemos entrado desde tiempo atrás, quizás antes del siglo XXI, en la era de los poderes económicos ocultos. El buen reportero que es David Alandete, navegante curioso inquieto en las aguas -de un tiempo a esta parte inquietas- de Washington y New York, se fija en que Black-Rock "mueve el mundo desde Wall Street", su verdadero eje rotor financiero, y explica, literalmente, que más que un fondo de inversión -que manda en las Bolsas del planeta azul-, es una entidad global internacional capaz de influir en mercados mundiales, presionar a gobiernos y modificar el destino de industrias enteras con un solo movimiento. Y señala con el dedo índice: más que el CEO, o el Consejo de Administración (¡antigualla!) de ese pulpo cósmico, su brújula imperativa es un solo hombre: Larry Flink:, nombre de peliculero cortesano de sí mismo, por cierto.
Un solo hombre, sin responsabilidades ni Tribunal de Apelación. ¿da para una reflexión apocalíptica, antihumanista? Es un hecho constatado con cifras y letras: la riqueza se hace pirámide, en su culmen se sienta un hombre, nada molesto, sin clavarse el vértice metálico en el culo y, con un clic de los párpados, dirige los flujos del resto de ciudadanos titulares de un pequeño fajo de acciones cotizadas, que volatiliza a su antojo, "no son sino masa", piensa.
Y al pequeño filósofo que pervive y piensa le inquieta -supongo- la pregunta del personaje de Vargas Llosa, en "Conversación en la catedral", ¿cuando se jodió Perú?, pero magnificada para la ocasión, ¿cuándo el modelo se instaló en el mundo? Pregunta inquietante, porque había experiencias, la de los parroquianos de Bolaños, por ejemplo. Y tampoco vale la radicalización como recurso: desde que la humanidad fue un hecho, el dinero incontrolado manda. El poder del dinero es obvio.
Cuando el esclavo Espartaco puso en jaque a Roma, Roma le confió su subsistencia al hombre rico por excelencia, Creso, y Creso, el empresario de éxito aplastó la revuelta. Y también: Remando de Acuña elogiaba al Emperador Carlos V con aquellos versos “ya se acerca, señor, o ya es llegada la edad gloriosa en que promete el cielo una grey y un pastor solo en el suelo, por suerte a vuestros tiempos reservada”, o algo así, cito de memoria. Aunque Carlos V contaba a su favor con la Historia de sus antepasados que, en Navas de Tolosa, habían parado para Occidente la polvareda almohade de Al Yasir, y, por añadidura, con el famoso "oro de América", pero... el Emperador, endiosado y todo en el lienzo de Tiziano, estaba cogido por cierto y con mano férrea por los Fúcar (Fujjer en alemán), y los Wessel, prestamistas de Amberes, con sede casi fija en Almagro, tierra de don Quijote, como la Calzada y Bolaños, ciudades de las que vengo hablando estos días.
Son chispazos permanentes que deslumbran a la humanidad, madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, etcétera...¿Pero como aspiración universal y en un mundo, chiquito, permeable y global como es el de nuestro tiempo? Y, como rebote, ¿con tanta irritación, podemita, como la de la actual multitud frustrada?
El éxito -incluso el de los influencers, que se mide en cifras- es el valor cotizado. Y está bien, como regla y palanca la riqueza: el dinero sudado es creativo, realiza la idea brillante del autor, produce riqueza fecunda, genera puestos de trabajo, se reparte por vía de impuestos progresivos, da qué hablar en "los medios"...¿Pero justifica una plutocracia cósmica? ¿Incluso para el propio protagonista?
Uno recuerda con cierta nostalgia los versos de fray Luis de León : “a mí una pobrecilla mesa, de amable pan bien abastada, me basta, y la vajilla en fino oro labrada sea de quien la mar no teme, airada”. Surgen las luchas cainitas en la cumbre, tan altas que las ocultan las nubes.
Elon Musk, con su hijo menor sobre los hombros - intentando acrecer un codo su propia estatura- llegó al "despacho oval" para compartir ambición con el mercantilista prototipo, un tal Trump. Ya, casi en el inicio del camino hacia el dominio del cosmos, se enemistaron, no se les ve capaces de compartir un dejeuner sur l'herbe en la hacienda La Rosaleda.
Los límites han de estar en uno mismo, en el reconocimiento de la propia condición humana. Sigue siendo válida la valoración que hacía la Grecia clásica de la sofrosine, es decir, de la autocontención, mediante la ética personal llevada a la construcción del proyecto de vida, que se acaba (no hay nada más cierto que su término) ponía el gran Carlos V ante los ojos de su sucesor -en una cadena de eslabones, no más- Felipe II.
¿Esa savia moral, esa ética para cualquier Nicómaco, forma parte de nuestra "ilustración", está incorporada a la conciencia colectiva del siglo XXI? O, con una ligera variante, sigue siendo válida la observación flotante de las homilías del párroco de Bolaños: el dinero es el camino que nos conduce al pecado ...Incluso si no admitimos que exista "el pecado", y sí solo el quítate tú -despejando el espacio a codazos, en un planeta estrecho, recuerdo y recalco- para que se abra camino mi dominante riqueza.
El prójimo existe, y es el arcén lindero al precipicio; el cosmos existe, como frontera de las civilizaciones, cualquiera; y tempus fugit, irremediablemente. A los noventa años de mi edad, lo siento en los tobillos descalzos como a los rápidos de un río incontenible, ¿hacia dónde? Es la gran pregunta que depura la existencia humana.
Santiago Araúz de Robles. Abogado y escritor.