Somos “polvo de estrellas”

Publicado por: javier
11/10/2022 05:41 PM
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Antonio Marco
Antonio Marco

Antonio Marco

Es esta una expresión feliz, acuñada, creo , por el famoso científico y divulgador Carl Sagan, con la que están de acuerdo la mayor parte de los científicos para expresar que los elementos,  los componentes químicos que nos constituyen, nos han llegado a la tierra desde el “polvo estelar” intergaláctico, stardust en el inglés pancientífico en el que hablan los astrónomos del mundo.

Pues bien, mi amigo José Cernicharo Quintanilla, nacido en Albacete y residente en Guadalajara, lleva cuatro décadas dedicado precisamente a estas cuestiones de tan alta complejidad científica, especialmente a la detección de moléculas en el espacio interestelar, tema en el que es una autoridad mundial.

Mi amigo Pepe Cernicharo acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Investigación 2022 en el área de Ciencias Físicas, de los materiales y de la tierra “Blas Cabrera”,  máximo reconocimiento español en el ámbito de la investigación científicaMi alegría es enorme porque supone el reconocimiento a toda una vida y carrera excepcionales dedicada a la investigación, realizada con enorme éxito y con enorme transcendencia internacional. Como dice la nota de prensa del Ministerio de Ciencia e Innovación:  “José Cernicharo Quintanilla ha sido reconocido por su liderazgo a nivel mundial en el campo de la astrofísica molecular y sus aportaciones multidisciplinares que están teniendo un gran impacto en varios ámbitos de las ciencias físicas, químicas y de materiales”.

En el año 2001 fueron creados los premios nacionales de investigación científica con una dotación muy superior a la actual, que el gobierno de Mariano Rajoy congeló en el año 2012 durante varias convocatorias argumentando falta de recursos (¡cuántos disparates cometió este hombre!); naturalmente, el mundo científico los echó de menos y desde 2018, con los gobiernos de Pedro Sánchez, se vienen convocando con regularidad , aunque con una dotación bastante menor que aquella con la que nacieron. Esperemos que en convocatorias posteriores vaya aumentando la gratificación económica porque nuestros científicos se lo merecen. Ciertamente, la importancia del premio no está en la dotación económica, sino en el reconocimiento del mérito y en el orgullo que adorna para siempre a la persona que merecidamente lo recibe. Recuerdo a este respecto la anécdota que cuenta Heródoto en el libro VIII de sus Historias de cómo el rey persa, interesado en saber qué eran los famosos juegos olímpicos griegos, no podía entender cómo los atletas helenos se esforzaban y competían por una miserable corona de olivo, ni siquiera de oro; no entendía el rey persa la importancia incomparable del honor y el orgullo personal de ser el mejor en su especialidad. Pero estos griegos primitivos que compiten en el estadio olímpico son los mismos que se sienten asombrados e interrogados por el mundo, por el entorno en el que viven y sus complejidades; ese asombro les mueve a querer conocer las causas de las cosas y son los que inventaron el conocimiento científico, la ciencia.  Ese asombro ante la naturaleza, el afán, el veneno intelectual de querer conocer y encontrar la explicación y las causas, el porqué de las cosas, es lo que estuvo en el origen de la ciencia en la antigua Grecia y eso es lo que alimenta y envenena afortunadamente a José Cernicharo y a tantos científicos que huyen del mito irracional y buscan una explicación que pueda aceptar nuestra razón. Por eso el mundo de la ciencia, de la investigación, del estudio, necesita y se merece una mayor dotación económica en los presupuestos, que se vaya acercando como mínimo al 2% del PIB. Y necesita sobre todo reconocimiento de la sociedad de la que emana y a la que sirve y un plan ambicioso, coherente y prolongado en el tiempo, no dependiente de veleidosas decisiones de los gobernantes sucesivos. Los premios también ayudan a que la sociedad reconozca a su mejores y más valiosos miembros. José Cernicharo, que ha publicado varios libros, más de 500 artículos científicos, impartido centenares de conferencias y dirigido una docena y media de tesis doctorales, y pertenece a todas las sociedades importantes del mundo en Astronomía y Ciencia, ha recibido numerosos premios españoles y europeos, entre ellos  el francés Betancourt-Perronet en 1998, la medalla de la Real Sociedad Española de Física en 2018  o el Premio Regional de Investigación de Castilla-La Mancha el año 2009 o el premio “Miguel Catalán” de la Comunidad de Madrid a la carrera científica. Con toda seguridad que el premio actual no será el último.

España tiene enorme capacidad y potencial en ciencia, como lo demuestran miles de investigadores, muchos de ellos obligados a buscar trabajo fuera de España. De esa capacidad es prueba y ejemplo el liderazgo de José Cernicharo a nivel mundial. Que además de científico internacional haya nacido en Albacete y resida en Guadalajara, que en Yebes precisamente desarrolle uno de sus importantes proyectos actuales, con financiación multimillonaria de la Unión Europea, es también motivo de satisfacción y orgullo para sus compatriotas y amigos.

Por lo demás José Cernicharo, ejemplo de cómo el esfuerzo personal permanente permite llegar a lo más alto desde el seno de una humilde familia española de Albacete, es una persona lejos del cliché del científico endiosado o bien del científico raro,  peculiar y despistado, absorto en su mundo exclusivo. Todo lo contrario, es un ciudadano normal y responsable, una persona preocupada por el mundo y sociedad en la que vive, sensible a los muchos problemas que nos agobian, desde el calentamiento global a las guerras y violencias constantes, desde las hambrunas del mundo al desigual reparto de la riqueza, desde los sistemas democráticos a los que sufren terribles dictaduras y regímenes autoritarios o el alza en Europa de ideologías de ultraderecha propiciadoras de la desigualdad. En nuestra frecuente relación son estos temas recurrentes en nuestras conversaciones y siento cómo, acostumbrado sin duda a la claridad y lenguaje matemático de la ciencia, sufre con las incoherencias e irracionalidades del mundo de la política o de la teoría social, por ejemplo. Son temas en los que afortunadamente puedo dialogar con él y contrastar opiniones, en muchas ocasiones coincidentes. En los temas científicos, en cambio, soy un absoluto ignorante y no puedo comentar de ellos con él, aunque llego a apreciar  la pasión que Pepe le pone a sus trabajos de investigación. Por eso, sin mucho esfuerzo conseguí hace unos años arrastrarlo a él y a su esposa, junto con la mía, a un viaje inolvidable un verano inolvidable a la Grecia antigua, a la cuna de nuestra civilización, a la cuna del pensamiento racional. Durante quince días de mucho calor, el científico que escruta ahora nervioso el firmamento, como hicieron muchos griegos antiguos curiosos, a la caza y captura de otra molécula o fenómeno desconocido, observó también con asombro los muchos restos culturales que nuestros griegos, nuestros padres culturales nos dejaron en Atenas, Epidauro, Micenas, Olimpia o Delfos. De verdad que me siento orgulloso de su amistad y de sus siempre estimulantes conversaciones y le deseo que siga trabajando con su incansable laboriosidad y cosechando éxitos personales, que también lo serán de todos, porque hasta la ciencia más especializada y pura siempre supone un beneficio inmediato para toda la colectividad humana.

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