El escritor y revolucionario estuvo preso durante tres meses en el convento de San Francisco, donde comenzó a escribir su poema épico 'El Pelayo'
La horca había sido el destino final del héroe de la revolución. Rafael de Riego, el jefe militar que en 1820 había encabezado el movimiento que devolvió la libertad al pueblo y repuso la Constitución de 1812 - la misma que se vio obligado a jurar el rey Fernando VII-, yacía ahora ejecutado en el patíbulo levantado en la madrileña plaza de la Cebada, tras la vuelta del Absolutismo en 1823 y la consiguiente represión sangrienta contra los liberales.
Un joven de apenas 15 años, de nombre José Espronceda, se hallaba presente con otros adolescentes el 7 de noviembre de 1823, viendo pasar el séquito que acompañaba a Riego camino del cadalso. Tras el acontecimiento, estos muchachos decidieron en la primera reunión de la sociedad secreta que habían fundado a principios de año, 'Los Numantinos', asesinar a todos los artífices de la muerte del héroe, comenzando por el rey, como hicieron constar en sus actas.
Denunciados por uno de sus propios compañeros, aquellos jóvenes fueron detenidos, procesados desde el 23 enero de 1825 y sentenciados a prisión el 28 de mayo de ese año. Espronceda lo fue a cinco años en el convento de San Francisco de Guadalajara, ciudad donde estaba destinado su padre, Juan José Camilo de Espronceda y Fernández Pimentel, nombrado teniente del rey en 1818, encarcelado cuando el pronunciamiento de Riego, recobró su libertad al jurar la Constitución, siendo destinado al poco tiempo a Guadalajara.
La estancia de Espronceda en prisión se redujo a tres meses -durante los cuales comenzó a escribir su poema épico 'El Pelayo'-, en lo que se afirma anduvo la intervención de su padre. Aunque debió pesar más para su puesta en libertad el hecho de su afán proselitista entre los cartujos franciscanos, como relató su compañero de armas, el que andando los años se convertiría en el político liberal, escritor y crítico literario, Patricio de la Escosura:
"Espronceda fue al convento de San Francisco de Guadalajara, cuyo Guardián, por salir de él y evitar las contingencias de la propaganda que hacía entre los frailes jóvenes, diole la certificación de haber cumplido su tiempo de condena, a las muy pocas semanas de haberla a sufrir comenzado". (P. de la Escosura.'Recuerdos literarios. Reminiscencias biográficas').
Espronceda participó en muchos intentos encaminados al triunfo de un régimen de libertad en España y otros países. En 1827 se exilia en Portugal, pues la policía le sigue por su participación en un pronunciamiento liberal en Extremadura. Expulsado del país luso, viaja a Inglaterra para seguir conspirando con otros revolucionarios, como el general Torrijos, quien acabaría fusilado al descubrirse su conjura. Marcha a París donde, en 1830, combate en las barricadas de la revolución que devolverán la libertad al pueblo francés. En 1833 volvió a España tras una amnistía pero sus artículos contra el Presidente del Consejo de ministros, Martínez de la Rosa, le llevaron de nuevo a la cárcel. En los meses de octubre y noviembre de 1838 toma parte en el movimiento progresista encabezado por Espartero. Espronceda fue miembro de la Milicia Nacional con el grado de primer teniente.
Poeta romántico, rebelde, Espronceda recurre a la representación de seres socialmente indeseables (el cosaco, el pirata, el verdugo…) con los que se identifica para expresar sus anhelos de libertad. Es el caso de la 'Canción del pirata', donde opone a los valores tradicionales de propiedad, religión, patria y ley: su barco por toda hacienda, libertad como religión, su patria es el mar sin fronteras y la ley no otra que la fuerza del viento que impulsa su nave frente a los códigos dictados por los de arriba:
"Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.”
Demócrata revolucionario, permaneció siempre al lado del pueblo, no dudando en criticar al Gobierno de Mendizábal por su plan de desamortización, que a la par que arrastró a la ruina y a la desaparición de muchos edificios religiosos y obras de arte, fue un desastre social por el despropósito de los liberales de sacar a la venta los bienes expropiados al clero en pública subasta al mejor postor, en un país en el que entonces prácticamente su único modo de vida era la agricultura y en el que la mayoría de los campesinos, con poca o ninguna tierra, apenas tenían capacidad económica para adquirirla:
"¿Cómo se atreve el Gobierno -dice- a disponer de los bienes del Estado en favor de los acreedores sin pensar aliviar con ellos la condición de los pobres?
"Y aún estos decretos se han expedido a la casualidad; y con tal desatino, que tampoco han surtido el efecto que su compositor esperaba. No hablaremos del de la venta de bienes nacionales, que tan justa y sabia crítica mereció de nuestro excelente economista don Álvaro Flórez Estrada, y que si no lo derogan las Cortes aumentará, sí, el capital de los ricos, pero también el número y mala ventura de los proletarios. El Gobierno, que debería haber mirado por la emancipación de esta clase, tan numerosa por desgracia en España, pensó (si ha pensado alguna vez en su vida) que con dividir las posesiones en pequeñas partes evitaría el monopolio de los ricos proporcionando esta ventaja a los pobres, sin ocurrírsele que los ricos podrían comprar tantas partes que compusiesen una posesión cuantiosa" (J. Espronceda. 'El ministerio Mendizábal').
En la primera Guerra Carlista, en la pelea entre progreso y atraso, toma partido por los liberales, a los que no obstante denuncia por su mal gobierno y las injusticias que han cometido, advirtiéndoles que la condición para la victoria no es otra que la mejora de la suerte del pueblo:
"En vano se afanará el soldado y prodigará su sangre si el gobierno no hace sentir a los pueblos sublevados los beneficios que ha de reportarles el abandonar a don Carlos, y a todos los de España las ventajas de la libertad con decretos que interesen a las masas populares y las hagan identificarse con la causa que defendemos. Uno de los errores más perjudiciales cometidos el año 1820 fue que nuestros gobernantes no hiciesen aprecio del pueblo que llaman bajo, y que, si no es alto, es porque se le niegan los medios de subir. Precisa interesar las masas populares para terminar la guerra y afirmar la libertad mostrándoles la diferencia que existe entre un pueblo esclavo y miserable y una nación libre y feliz”. (J. Espronceda. 'El ministerio Mendizábal').
Espronceda también se opone al Gobierno porque este confunde los intereses nacionales con los de los grandes potentados:
"Este punto, a que se ha convenido en llamar Bolsa, es para el Gobierno el signo de nuestra redención, el castillo encantado de sus esperanzas, el paladín, en fin, de nuestra libertad, y todo su empeño es que suban les fondos, como si con hacerlos subir creciesen como por encanto las rentas de la nación. (…) Ahora bien, ningún pueblo ha recibido la felicidad de manos de los especuladores que allí se reúnen, y que tan sólo van guiados por un interés personal, muchas veces mezquino y contrario a la de la mayoría. y siempre de ligero peso en la inmensa balanza del bien público; ningún pueblo puede fundar esperanza alguna en el alza o baja de les fondos, diferencia que suele marcar a su capricho un especulador atrevido, o ya un rumor vago, o una noticia falsa; pero mucho menos debe aguardar nada un pueblo agrícola, como el español” ( J. Espronceda 'El gobierno y la bolsa').
Pero en su crítica a los poderosos Espronceda retrocede hasta la Guerra de la Independencia. Así como en nuestros días el pueblo valenciano ha sido abandonado a su suerte por los responsables políticos de diferentes niveles, teniendo que autogestionar la situación de emergencia que causó la reciente DANA, haciendo buena la sentencia de que "Solo el pueblo salva al pueblo", en aquel entonces la gente común también hubo de responder con tan solo su iniciativa a la invasión napoleónica, ante la inhibición de la aristocracia:
“Y vosotros ¿qué hicisteis entre tanto
Los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
O adular bajamente a la fortuna.
Buscar tras la extranjera bayoneta
Seguro a vuestras vidas y muralla,
Y siervos viles a la plebe quieta
Con baja lengua apellidar canalla.
¡Canalla! sí, vosotros los traidores,
Los que negáis el entusiasmo ardiente.
Su gloria, y nunca visteis los fulgores
Con que ilumina la inspirada frente!
¡Canalla! Sí, los que, en la lid, alarde
Hicieron de su infame villanía,
Disfrazando su espíritu cobarde
Con la sana razón segura y fría
¡Oh! La canalla, la canalla en tanto
Arrojó el grito de venganza y guerra,
Y arrebatada en su entusiasmo santo
Quebrantó las cadenas de la tierra.”
(J. Espronceda, 'El dos de mayo')
José Espronceda, unió vida y obra en la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad, con una producción literaria que alcanza una de las mayores cumbres de la poesía en lengua castellana. Su lectura sirve hoy de inspiración para cuantos se oponen a la injusticia y la guerra, lacras causadas por fuerzas poderosas decididas a terminar con la paz, la democracia y las conquistas sociales, por cuanto ello representa un obstáculo para el incremento de sus beneficios multimillonarios.
Fuentes consultadas para la realización de este artículo:
-Obras completas de D. José de Espronceda; edición, prólogo y notas de José Campo. Madrid, Atlas, 1954.
- La Ilustración Española y Americana. 1876 2°. Año XX. Núm. : XXV.
- Internet: https://dbe.rah.es/biografias/9058/jose-de-espronceda-y-delgado
Enrique Alejandre Torija. Investigador de temas históricos, autor de 'El movimiento obrero en Guadalajara. 1868-1939' y 'Guadalajara, 1719-1823.Un siglo conflictivo' y 'La mujer trabajadora en Guadalajara.1868-1939'.
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