Guadalajara custodia uno de los conjuntos funerarios privados más espectaculares del país, obra de Ángel García, el escultor ‘olvidado'

Publicado por: Ana María Ruiz
03/12/2023 08:00 AM
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Este mes de diciembre se cumplen 150 años del fallecimiento del insigne artista, quien colaboró con Ricardo Velazquez Bosco en la ornamentación del Panteón de la Duquesa de Sevillano, una de las joyas patrimoniales de la ciudad que, incomprensiblemente, a día de hoy todavía desconocen muchos guadalajareños

 

Madrid ha organizado este año un buen número de actividades dedicadas a la figura del arquitecto Ricardo Velázquez Bosco con motivo del centenario de su muerte. Guadalajara, que alberga bastantes ejemplos de la obra de uno de los arquitectos más prestigiosos de finales del siglo XIX y principios del XX, ha ignorado la efeméride a pesar de fue el autor de una de las principales joyas patrimoniales de la ciudad: el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo. 


Si bien el Ayuntamiento ha ‘cubierto el expediente’ ofreciendo una simple charla sobre la vida y obra de Velázquez Bosco, El Decano de Guadalajara quiere rendirle un pequeño homenaje a través de estas líneas. Pero no sólo a él, sino también a Ángel García Díaz, el escultor ‘olvidado’, un prestigioso artista de su época que, sin embargo, ha pasado demasiado desapercibido, quizá eclipsado por la grandiosidad de la obra del arquitecto burgalés, con el que colaboró en numerosas ocasiones a lo largo de su vida.


La ciudad de Guadalajara puede y debe sentirse orgullosa de la huella de Ángel García, ya que fue el autor del conjunto escultórico en el que reposan los restos de Doña María Diega Desmaissières, ubicado en la cripta del Panteón de la Duquesa de Sevillano, considerado por los especialistas como uno de los conjuntos funerarios privados más imponentes y bellos del país.


Este mes de diciembre se cumplen 150 años del fallecimiento del escultor. Por ello, hemos querido poner en valor su figura y el legado que dejó en nuestra ciudad. 


Un conjunto funerario de primer nivel artístico     


Si impresionante ya es por sí solo el Panteón, el contenido del mausoleo deja boquiabiertos a los turistas y curiosos que lo visitan. En un alarde constructivo, Ricardo Velázquez Bosco, levantó una falsa cripta para acoger los restos de la Duquesa de Sevillano y sus familiares. A pesar de que lo pueda parecer, dicha cripta no es subterránea sino que se encuentra a pie de calle. Susana Ruiz, historiadora del Arte y guía oficial de Turismo, relata que fue un encargo directo de Doña Diega: “Es todo un alarde a nivel técnico y un capricho de la clienta. Ella le dijo a Ricardo que no quería terminar enterrada bajo tierra y que la luz natural llegase a su tumba. A Velázquez Bosco se le ocurrió elevar el edificio para que la cripta estuviese a nivel de calle”. 

 

Para que entrase la luz natural diseñó una bóveda prácticamente plana y traslúcida. El sistema de sujección está realizado a base de arbotantes al estilo de las catedrales góticas porque la Duquesa quería, además, que el espacio fuese diáfano. 


A la muerte de Diega Desmaissières, el 9 de mayo de 1916, sus restos fueron trasladados desde Burdeos hasta el Panteón familiar de Guadalajara. Su entierro pasó a los anales de la historia como uno de los más multitudinarios que se recuerdan en la época. “Cuando el cortejo fúnebre llegaba al Panteón, la gente que venía a rendirle homenaje continuaba saliendo de los trenes”, afirma Susana Ruiz. Su cuerpo fue depositado en uno de los nichos de la cripta, junto a los de sus padres y el de su hermana, tal y como era su deseo.

 

Miles de personas acompañaron el cortejo fúnebre de la Duquesa//Imagen: Facebook.
Miles de personas acompañaron el cortejo fúnebre de la Duquesa//Imagen: Facebook.

 


Y allí permaneció hasta que, pasados cuatro años, el pueblo de Guadalajara, por suscripción popular, y en agradecimiento por su contribución al desarrollo socioeconómico de la zona, decidió regalarle un conjunto escultórico, encargado a nuestro protagonista, el madrileño Ángel García Díaz, uno de los artistas de principios del siglo XX más desconocidos para el gran público, aunque en su tiempo fue considerado por los críticos de la época como uno de los escultores más insignes.


El artista trabajó en la cripta tallando el monumento mortuorio hasta 1921. Los materiales que utilizó (mármol, granito y basalto) se introdujeron en este espacio en bruto, sin tallar, para lo que fue necesario romper una parte de la bóveda. García Díaz, con su equipo de escultores, talló el impresionante conjunto con gran detalle y precisión a la luz de las velas de las mismas lámparas que hoy se pueden admirar en los techos.


La escultura está formada por dos cuerpos. En primera línea aparecen tres ángeles de blanco mármol, apoyados sobre un pedestal de basalto. El ángel central porta un pergamino con las oraciones por la Duquesa; el de la derecha lleva un lirio, símbolo de la pureza, y el situado a la izquierda, un ramo de rosas que representa la caridad de la que en Guadalajara era conocida como ‘La Señora’.

 

Uno de los ángeles le valió al escultor un premio de en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920.
Uno de los ángeles le valió al escultor un premio de en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920.



El otro cuerpo escultórico incorpora cuatro figuras -tres ángeles y una mujer joven-, también en mármol, que acarrean sobre sus hombros el ataúd de la Duquesa cubierto por paños en los que aparecen labrados los escudos de armas de la familia. En su parte superior, un almohadón y una corona negra labrados con auténtico detalle. En la parte delantera, un busto de Doña Diega en mármol blanco. En la parte trasera, el epitafio: «Este mausoleo encierra los restos mortales de la Excma. Sra. Doña María Diega Desmaissières y Sevillano, Duquesa de Sevillano, Condesa de la Vega del Pozo, Marquesa de los Llanos de Alguazas y de Fuentes de Duero. Nació en Madrid el 16 de junio de 1852. Falleció en Burdeos el 9 de mayo de 1916. Sus herederos, admiradores de sus virtudes, modestia y generosos proyectos terminaron este monumento funerario en el año 1921. R.I.P.”. 


Cabe destacar que una de las piezas angelicales de este impresionante conjunto hizo merecedor a Ángel García Díaz de un premio en la Exposición Nacional de de Bellas Artes de 1920.


La perfección de las formas de los cuerpos y los paños dan una realista sensación de movimiento y de ligereza a pesar de la dureza y el peso de los materiales utilizados. El sentimiento y la profundidad que transmiten todas y cada una de las figuras, así como la profunda simbología de los elementos de ornamentación, causan un gran impacto por su perfección. La imponente presencia de este grupo escultórico convierte este espacio en un lugar único y singular.  


A ello también contribuyen las coronas florales colocadas en las paredes de la cripta, testigos centenarios que recuerdan la grandeza de ‘La Señora’. Se trata de una pequeña selección de todas las que llegaron a Guadalajara el día de su entierro en 1916. Se mantienen tal cual desde hace 106 años, ahora cubiertas por el polvo. En su confección se utilizaron  plumas teñidas de negro y flores de tela porque en aquella época a este tipo de personajes no se les agasajaba con coronas vegetales. Hay una muy especial, la de los obreros de Vicálvaro, quienes tuvieron que pedir un préstamo al banco para adquirirla. La dedicaron, según reza la banda mortuoria, a “su inolvidable protectora”.

 

Las coronas están confeccionadas con plumas teñidas y flores de tela.
Las coronas están confeccionadas con plumas teñidas y flores de tela.

 

El escultor 'olvidado'

 

Ángel García Díaz, nacido en Madrid en diciembre de 1873. Estudió en la Academia de San Fernando y trabajó como aprendiz en el taller de otro de los grandes escultores de la época, el madrileño Ricardo Bellver, autor de la famosa escultura del Ángel Caído del parque de El Retiro. Completó su formación en Roma y en París.

Colaboró y trabajó con los grandes arquitectos de su tiempo, entre otros, Antonio Palacios, Julio Martínez Zapata y Ricardo Velázquez Bosco. Fruto de la colaboración con este último destacan sus relieves y esculturas en edificios tan singulares como el Ministerio de Agricultura, la Escuela de Minas de Madrid, por la que obtuvo la Primera Medalla en la sección de Escultura Decorativa en la Nacional de 1906 o el escudo de la fachada de la Escuela de Mandos del Ejército.

En Guadalajara, su obra se puede admirar en el edificio central de la Fundación San Diego de Alcalá, hoy colegio de Adoratrices; en el tímpano de la antigua iglesia de San Sebastián, actual colegio de los Maristas; o en la fachada del actual Liceo Caracense en la calle Teniente Figueroa.


En 1929 comenzó su historia de olvido. A la muerte de su esposa, que le sumió en una profunda tristeza, se sumó el freno en los encargos de su obra. En 1933 consiguió la cátedra de Escultura decorativa en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado. Con la Guerra Civil se vio obligado a vender su taller en Madrid y en 1937, fue apartado de su puesto de profesor. En sus últimos años no tuvo apenas trabajo y sí muchos problemas económicos, ya que las nuevas modas en arquitectura no incorporaban apenas elementos escultóricos y decorativos. Murió en 1954, prácticamente olvidado. 

 

Ángel García Díaz.


Una joya arquitectónica desconocida por los guadalajareños


A pesar de que el Panteón de la Duquesa de Sevillano está considerado como una joya arquitectónica a nivel nacional e internacional, lamentablemente, son pocos los guadalajareños que se acercan a conocerla. Sin embargo, es uno de los destinos obligados para los turistas foráneos y para los especialistas y estudiosos del arte y de la arquitectura.


El visitante que llega a los pies del Panteón queda inmediatamente impresionado por el edificio diseñado por Ricardo Velázquez Bosco, al que Doña Diega Desmaissières encargó su construcción ya que era uno de los arquitectos más prestigiosos de su época. 


De estilo neorrománico en su exterior, la decoración interior es de corte neobizantina. En su construcción se utilizaron las mejores técnicas y materiales del momento, con el uso de vidrieras, mármoles nacionales, mármoles de Carrara y mosaicos esmaltados y dorados, éstos últimos obra de expertos traídos de Rávena al efecto. Todo el ornamento interior está elaborado de forma manual, lo que da idea del intenso trabajo que allí se desarrolló. 


Como elemento destacable, la cúpula, minuciosamente adornada con hornacinas en las que aparecen los santos favoritos de la familia de la Duquesa, elaboradas con la técnica del mosaico. Es el único punto de luz del edificio, que carece de iluminación artificial: “Visitar el Panteón en días soleados y, especialmente, en el mes de julio en el que el sol está más alto, es un auténtico espectáculo por la iluminación especial que adquiere el interior”, ha afirmado Susana Ruiz. Otros de los ornamentos más curiosos son los capiteles de las columnas, todos ellos decorados con motivos vegetales: “No hay ninguno repetido. Muchos expertos y estudiantes vienen a visitarlos y a estudiarlos”, apostilla. 


También llama la atención el único cuadro que podemos admirar en todo el conjunto: ‘El Calvario’, obra de Alejandro Ferrán, pintor romántico de primer nivel de la época, que con su pincel logró crear una pintura con aspecto de escultura. Según explica la historiadora del Arte, “dado que el edificio era de estilo neobizantino, le marcan que no puede apoyarse en paisajes para crear profundidad, ya que la iconografía bizantina utiliza los dorados para sus fondos, así que, manejando los tonos de los pigmentos, consigue sacar en un lienzo un efecto escultórico llevando la atención donde él quiere llevarla. En este caso, el punto de fuga es la rodilla, que parece que sobresale del cuadro. Una auténtica maravilla”. 

 


La Fundación San Diego de Alcalá, creada por Doña Diega, es la que se encarga de la conservación del Panteón, por el que parecen no haber pasado los años. Curiosamente, el edificio no sufrió ningún daño durante la Guerra Civil pero, sin embargo, este verano un golpe de viento se llevó por delante una de las vidrieras de la cúpula, que en la actualidad está siendo restaurada. 

 

Los mosaicos de la cúpula son una obra de arte del mosaico.
Los mosaicos de la cúpula son una obra de arte del mosaico.

 

Una mujer adelantada a su tiempo 


La precursora de todo este proyecto fue Doña María Diega Desmaissières y Sevillano, quien pertenecía a una adinerada y noble familia de origen español por vía materna y belga por la paterna. Sus padres, Diego María Desmaissières y López de Dicastillo, conde de la Vega del Pozo y marqués de los Llanos de Alguazas, embajador de España en Bélgica e Italia, y de María Nieves Sevillano y Sevillano, marquesa de Fuentes de Duero y duquesa de Sevillano, decidieron trasladar su domicilio de Bélgica a Madrid a principios del XIX. Se trajeron una fortuna que supieron invertir muy bien llegando incluso a ser Grandes de España. 

Según relata Susana Ruiz, la idea de construir un Panteón familiar surge debido a que esta familia tenía un problema de salud. Una mutación genética provocaba que sus miembros fueran muriendo cada vez más jóvenes y con menos hijos con el paso de los años. A finales del siglo XIX tan sólo quedaba viva María Diega quien, al parecer, no heredó esta dolencia. 


Su padre quería hacer un panteón en España para traer los cuerpos de toda la familia que andaban repartidos en cementerios de toda Europa, pero muere antes de poder cumplir su deseo, por lo que su hija, que adoraba a su padre, elige una finca agrícola de su propiedad a las afueras de Guadalajara para este fin. Manda llamar al mejor arquitecto de su tiempo, un burgalés muy de moda en Madrid, Ricardo Velazquez Bosco, autor, entre otros, del Palacio de Cristal y el Palacio de Velázquez en Madrid. 

 

El Panteón se elevó para acoger la 'falsa cripta'.
El Panteón se elevó para acoger la 'falsa cripta'.


Le encarga levantar un conjunto monumental formado por tres edificios: un panteón, una iglesia dedicada a su tía -hoy iglesia de Santa María Micaela- y otro gran edificio anejo -el actual colegio de  Adoratrices-. En el mismo dispuso la creación de un asilo y de una escuela taller, donde se ofrecían educación y formación de manera gratuita.


“Y aquí es donde empieza la historia absolutamente apasionante de esta mujer”, señala Susana Ruiz. “Se piensa que por influencia de su tía, María Micaela, que destacó por su labor social, y como había una crisis económica brutal y unas bolsas de pobreza tremendas en los alrededores de Madrid, consideró que, en lugar de dar limosna, algo que consideraba que no era digno para el que lo recibía, ella ayudaría a mejorar las condiciones socioeconómicas de las personas para que buscasen su propio futuro”. Decidió dar educación a los jóvenes cuyas familias no se la podían ofrecer, crear trabajo para aquellos que estuviesen en edad de trabajar y dar cobijo a los más mayores para que pasasen sus últimos años de vida en unas condiciones dignas. Y así surgió el edificio del que hoy es el colegio de Adoratrices. 


Puso además dos condiciones a Velázquez Bosco antes de iniciar las obras: contratar a trabajadores de la provincia y de los cinturones de pobreza de Madrid y que todo el material utilizado fuera nacional para crear también trabajo en las zonas de procedencia de las materias primas. 


Así, no sólo dio empleo a casi toda la provincia y a la mitad de las afueras de Madrid, sino que además ofreció formación en los numerosos oficios que se desarrollaron en la construcción de todo el conjunto. A tal punto llegó su interés por crear empleo que, al ver que las obras del colegio avanzaban a tan buen ritmo, ordenó tirar todo a medio construir al menos en dos ocasiones y levantarlo de nuevo para que no faltara el trabajo. “Hubo muchas generaciones de la provincia que se formaron gracias a ella y que consiguieron además vivir en unas condiciones muy dignas”, afirma Susana Ruiz.


Fue la primera empresaria en dar vacaciones pagadas a sus trabajadores. Les obligaba a descansar un día a la semana sin quitarles el salario del día no trabajado, de tanto en tanto les daba unos días de vacaciones y ofrecía sanidad gratuita para todos sus empleados y sus familias directas. “Se adelantó a los sindicatos de clase en la mejora de las condiciones laborales y sociales de sus trabajadores”, remarca la historiadora. 

 

En Vicálvaro, dio la orden a sus administradores de que, en sus áreas de influencia, proporcionaran leche de calidad y carne de forma gratuita a las embarazadas o mujeres con lactantes, ya que en los cinturones de las grandes ciudades, la gente no comía proteína por falta de recursos económicos. 

 

Cabe destacar su preocupación por los agricultores que trabajaban las fincas de su propiedad en Guadalajara. Así, mandó levantar el Poblado de Villaflores, obra también de Ricardo Velázquez Bosco: “Quiso levantar un poblado para que sus agricultores vivieran en condiciones dignas, en viviendas soleadas y con todas las instalaciones de la época. En su momento fue una auténtica revolución y ello llevó a sus administradores a plantearse inhabilitarla. Siempre estuvo muy pendiente de ayudar dentro de sus profundas convicciones religiosas”, asegura Susana Ruiz. 


Doña Diega de Desmaissières y Sevillano fue una auténtica benefactora, una mujer adelantada a su tiempo, a la que generaciones de guadalajareños y guadalajareñas recordarán como un referente. Una figura única a la que las administraciones deberían poner en valor dignificando su figura y dando a conocer su legado.

 

María Diega Desmaissières y Sevillano.
María Diega Desmaissières y Sevillano.

 

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