Jano (Ianus en latín) es un dios típico romano, dios de las puertas, de las entradas y las salidas, que da nombre a Enero, Ianuarius, el mes con el que comienza el año. Es fácil su identificación porque se le representa con dos caras, una mirando hacia adentro y otra hacia afuera, una hacia el pasado y otra hacia el futuro. Es un dios protector y benefactor de los romanos, que tenía un pequeño templo en Roma, en el que se encontraba su estatua de bronce. Las puertas de este templo solo se cerraban en tiempos de paz, mientras permanecían abiertas cuando los romanos estaban en guerra con otros pueblos para proporcionarles su ayuda. Solo en unas pocas ocasiones se cerraron las puertas de ese templo y "la espantosa discordia", como dicen los poetas como Ennio, quedaba dentro encerrada. Hasta Augusto se habían cerrado dos veces en setecientos cincuenta años; Augusto nos cuenta en su testamento, resumen de sus hazañas, que él las cerró tres veces, sin duda forzando el cierre como un elemento más de su propaganda política; después de él se cerró en muy escasas ocasiones. Los romanos forjaron un extenso y poderoso imperio con sus eficaces legiones, pero a costa de vivir en una guerra permanente, aunque fuera lejos de la capital, como les ocurre a todas las potencias imperialistas.
Pues bien, ensimismados en nuestro propio aislamiento y comodidad, podemos tener la sensación de que vivimos en un estado de paz y tranquilidad asegurada, lejos de la violencia y destrucción de la guerra. Pero no es así. Siempre hay alguna o varias guerras en nuestro planeta; en este momento son más de treinta los conflictos abiertos en el mundo y, aunque parecía improbable, algunas se producen muy cerca de nosotros y nos afectan muy directamente.
En mi caso, desde el verano, parecen acumularse los datos y señales del estado de guerra en que estamos permanentemente inmersos. Como comentaba en mi anterior artículo, repasando mi biblioteca encuentro el libro de Gabriel Jackson, 'Memoria de un historiador', que me traslada a su estancia en España y a su importante obra 'La República española y la Guerra Civil, 1931-1939'. Han pasado más de ochenta años y nuestra cruel Guerra Civil sigue presente, y no solo en los estudios y trabajos de los historiadores, generando tensiones irracionales en una sociedad democrática que ojalá fuera más madura. La ocasión me lleva asimismo a encontrarme con dos libros sobre Azaña, presidente del Gobierno y de la República en aquellos años, una, sus propias Memorias, y otra, una novela titulada 'Azaña del autor Carlos Rojas', Premio Planeta del año 1973. Las puertas del templo de Jano se abrieron aquellos años de cruel violencia y así han permanecido durante muchos más envenenando la convivencia nacional.
Revolviendo asimismo en la filmoteca albergada en el poderoso disco duro de mi ordenador personal encuentro la película 'Senderos de Gloria', del año 1957, obra maestra y la primera importante de Stanley Kubrick, para algunos la mejor película antibelicista de la historia del cine. La veo de nuevo. Debería ser de obligada visión para todo ser humano que sienta el horror de la violencia bélica. Ambientada en la Primera Guerra Mundial, algunas escenas, como el recorrido autoritario de los mandos por las trincheras y la escena final en la que una asustada muchacha alemana atrae la atención de los soldados franceses con su triste canción, reveladora del sinsentido de toda guerra, me siguen emocionando profundamente. La comparación y el paralelismo con la actual guerra de Ucrania es inevitable: miles de jóvenes, apenas iniciando su vida adulta, son lanzados a morir por decisiones y soflamas nacionalistas en muchos casos incomprensibles. Las puertas del templo de Jano están abiertas.
A finales del mes de septiembre acompañaba a mi hijo en un viaje por carretera hasta la ciudad alemana de Darmstadt, en donde trabaja ocupado en el control de alguno de esos satélites que nos sobrevuelan proporcionando información y comodidad. El viaje, largo pero cómodo, empezó muy bien: en la frontera española-francesa han desaparecido las banderas nacionales, somos Unión Europea y tan solo se ve una imagen, doce estrellas doradas, símbolo de la unidad y la pluralidad, sobre un fondo azul, grandiosa propuesta de olvidar un permanente enfrentamiento entre naciones y sus banderas y una buena propuesta para cerrar las puertas del templo de Jano.
Atravesamos los amables paisajes franceses, el valle del Loira con sus famosos castillos, las tierras de algunos de sus reconocidos vinos, burdeos, cognac, champagne…En el camino pasamos por Verdún, cerca ya de la frontera alemana. La necesidad de descansar un poco, también de repostar el vehículo, y las resonancias históricas del lugar y su famosa batalla del año 1916, en la Primera Guerra Mundial, nos impone una larga parada. La batalla, pensada breve, duró 303 días, la más larga de la Historia y una de las más crueles; allí se produjeron más de setecientas mil bajas, de ellas más de doscientos sesenta mil muertos. Los avances y retrocesos de los dos ejércitos en una estrecha franja de terreno fueron continuos, con frecuencia con un coste vergonzosamente aterrador de miles de soldados en cada oleada, cuya vida parece no importar a unos mandos militares deshumanizados que los tratan como una pieza mecánica más del ejército. "La máquina de picar carne" llamaron los periodistas a semejante sinsentido. Con las puertas del templo de Jano bien abiertas, la Discordia sigue envenenando a los hombres.
La comparación y el paralelismo con la guerra actual en Ucrania, de la que llevamos a la fecha en la que escribo este artículo 600 días desde la invasión rusa, resulta inevitable. Las puertas del templo de Jano están abiertas.
Inesperadamente, surge un soplo de esperanza: oigo en una emisora de radio que no sabría identificar que con las vainas de las balas de Verdún se hicieron pacíficos floreros, hechos que nos recuerdan los más recientes de los claveles surgiendo de los cañones de los fusiles de los soldados portugueses en la llamada precisamente 'Revolución de los claveles' del año 1974. Las puertas del templo de Jano parecen querer entornarse.
En mi largo viaje estamos ya entrando en Alemania; tampoco ahora hay banderas nacionales francesas y alemanas en lo que fue una férrea frontera, tan solo las doce estrellas doradas sobre un fondo azul, símbolo de la Unión Europea. De nuevo renace la esperanza de cerrar las puertas del tempo. Deberían Verdún y la Primera Guerra Mundial haber servido para evitar otro enfrentamiento en el corazón de Europa, pero no fue así y surgió otra vez el sinsentido de la Segunda Guerra Mundial, en la que murieron más de ochenta millones de personas entre civiles y militares, más del 2% de la población mundial. Ahora, abiertas las puertas del templo de Jano, la espantosa discordia se extendió por todo el planeta.
De vuelta a España, ahora en avión, decidimos mi esposa y yo perdernos unos días solitarios por el desierto del Cabo de Gata. En Almería resulta obligada la visita a los refugios subterráneos que la población excavó para protegerse de los bombardeos de la aviación del ejército de Franco durante la Guerra Civil Española y otra vez se hacen presentes las puertas del templo abiertas. De los cuatro kilómetros y medio excavados para refugio de cuarenta mil ciudadanos aterrorizados durante muchos días en los que soportaron 52 bombardeos, son visitables novecientos cincuenta metros de galerías subterráneas. La inteligente, comedida y al mismo tiempo emotiva explicación de la guía Virginia ayuda a sentir e imaginar la angustia y miedos de las personas que en ellas se refugiaban
Pero fuera de los refugios el día soleado era espléndido en Almería, las playas llenas de bañistas y las terrazas repletas de ciudadanos despreocupados, olvidados de los conflictos y las guerras lejos de aquí. Parecía que las puertas del templo de Jano se cerraban otra vez, pero aquí y ahora nos explota la noticia del salvaje ataque terrorista de Hamas a varios territorios de Israel y la muerte sin sentido de cientos de jóvenes judíos asistentes a un concierto, así como la toma de cerca de doscientos rehenes civiles y militares para utilizarlos como escudos humanos. Las puertas del templo se han abierto de nuevo. Los palestinos, que llevan mucho tiempo sufriendo la ocupación y violencia del estado judío, tienen derecho a defenderse y luchar por tener un país reconocido por el resto de la comunidad internacional, pero no a utilizar estas acciones terroristas criminales. También los judíos tienen derecho a defenderse pero no utilizando la violencia y destrucción masiva sobre cientos de miles de ciudadanos palestinos, sino actuando en el marco del derecho internacional y humanitario. Forzar el éxodo de cientos de miles, de más de un millón de ciudadanos, la mitad de ellos niños, en una estrecha franja de terreno de unas pocas decenas de kilómetros, destruir sus viviendas, privarlos de agua, alimentos y energía no lo puede amparar ningún derecho porque es llanamente un crimen contra la humanidad.
En el camino de vuelta a casa, cada hora los informativos de todas las cadenas de radio y televisión anuncian la inminente entrada de miles de soldados israelitas, trescientos mil han sido movilizados, en la franja de Gaza a sangre y fuego en una guerra absolutamente desproporcionada. Tardarán mucho en cerrarse, si alguna vez se cierran, las puertas del templo de Jano en Palestina. La paz mundial, que hace unos años aún parecía ingenuamente posible, hoy se anuncia muy lejana, pero no imposible, porque la historia y el recuerdo de lo sufrido, junto con la extensión universal de un sentimiento general de solidaridad entre los hombres, han de encerrar para siempre a la espantosa Discordia en el templo de Jano.
Antonio Marco es catedrático de Latín jubilado y expresidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.